No sólo se transformó en un producto de culto, sino que también marcó un hito al expresar la necesidad de contenidos, realidad y creatividad de la que está ávida la teleaudiencia.
Estoy sentado frente al pc y con el televisor sintonizando, entre zapping, las teleseries vespertinas. Debo ser sincero, no les presto mucha atención. Sólo me concentro en el aparato mágico cuando veo el accidente de la pequeña Alicia en “Papi Ricky”, no porque siga la historia, sino por el impacto que produce. Esta escena se convierte en lo más emotivo del día y de la semana en cuanto a producciones dramáticas, pues aunque sea la triunfadora de la cada vez más extraña guerra de teleseries, que dicho sea de paso, más que guerra parece pelea callejera, se siente y resiente el alargue, sobre todo el de las insostenibles historias secundarias que molestan hasta los propios actores.
Termina la teleserie sin engancharme para ver el capítulo siguiente, lo mismo que me sucede con las recién estrenadas teleseries de TVN y MEGA. Comienzan las noticias y recuerdo con nostalgia que a las 22 horas ya no está “Alguien Te Mira”, el gran hito de este año. Algo melancólico, analizo lo que sucede, y siento impotencia de tener que esperar hasta el próximo año para ver una nueva producción dramática nocturna, que por el horario en que es transmitida permite la expresión más real de la misma realidad, entregando la oportunidad de conectarse vívidamente con las emociones, con el temor, con la sensualidad y con la identificación. Es como si la muerte de Julián García también muriera la esperanza de nosotros, los telespectadores. La calidad hoy se encasilla en las nocturnas, siendo las vespertinas un trámite para mantener a solo una pequeña parte de la audiencia pegada al televisor para el prime.
Pero, ¿por qué “Alguien te Mira”?… Porque hace mucho tiempo que no se prestaba la pantalla para emitir una teleserie de calidad en guión, actuación, montaje y edición. En el guión se reflejó la creatividad del autor conectada con los deseos y pulsiones más animales e instintivas de los seres humanos, eso con lo que luchamos constantemente a nivel inconsciente para reprimir, pero que alimentábamos cada noche esperando que García eligiera una nueva víctima y la matara, que corriese la sangre mientras él sonreía de gozo. La intuición de la Quena Rencoret y Pablo Illanes es valorable, aplaudible e idealizable, pues no solo pensaron en un producto comercial, sino que además le agregaron lo que todos ocultamos pero queremos: el morbo y la incertidumbre.
Si bien la mayoría no tiene el dinero con el que contaban los protagonistas de la teleserie, todos pudimos encontrar en los personajes de ATM una emoción, sentimiento o deseo que se conectó con una motivación interna, que nos hizo, poco a poco, apoderarnos del protagonista, tratando de manejar su psicopatía para llevar a cabo nuestros propios deseos. Y eso es una gran enseñanza. A nadie pueden convencer con la historia de la pobre joven que baila en cabarets para mantener a su hija y que se enamora del príncipe con dinero, o la historia de la mujer rica que le ofrece la gerencia de una gran empresa al dueño de un boliche. Y peor aún, es una pésima estrategia ocupar tan rápido a los mismos actores que nos deslumbraron con roles inteligentes y certeros, como el de Paola Volpato (la astuta Eva Zanetti) y Francisco Melo (el drogadicto Rodrigo Quintana), para dejarlos en los confusos personajes que tienen ahora… No, señores ejecutivos. Crecimos, los televidentes crecimos, y exigimos que nos devuelvan historias nuevas, creativas y que nos identifiquen. Que no realicen remakes de teleseries con otros nombres, sino, que se atrevan con historias distintas, que reflejen realidad, que podamos sentir que tarde o temprano podriamos pasar por situaciones similares… y no digo con esto que seamos posibles asesinos, no… pero sí podemos ser víctimas.
Es necesario dejar en claro que la sintonía tampoco es sinónimo de calidad, y aunque cuesta digerirlo, se pueden conjugar y complementar ambos ingredientes. Recuerdo que Machos fue un producto muy mediático y una buena teleserie, pero me cuesta compararla por ejemplo con la gran Pampa Ilusión. Eso sí es calidad, excelencia, entretención, y por qué no decirlo, cultura. Muchos aprendemos de las teleseries, y no hablo sólo de la historia de Chile, sino, de nosotros mismos como país, como cultura, como sociedad. En cierto sentido, Alguien te Mira nos enseñó de la psicopatía, de la justicia, del temor, del femicidio tan en boga este último tiempo. Si bien, lo que salía en portadas y lo que más se comentaba era la sangre derramada, o la crudeza de sus imágenes, el trasfondo es otro. Es el reflejo de una realidad que vemos y conocemos en las noticias, situaciones que ocurren en este país. Reflejaba el temor de cada uno de nosotros, de ser víctima de la inseguridad ciudada y social de nuestra amada patria. Pero para llevar eso a la pantalla, es necesario repestar las reglas del género, pero también, a estas alturas, es necesario e imprescindible agregar una gran cuota de creatividad. Decidirse a jugar con lo que pensamos, pues la realidad supera a la ficción.
Suena tan sencillo crear historias… y sí, se pueden inventar muchas, pero pocas de ellas reflejan lo que queremos ver. Pocas de ellas suenan innovadoras. No queremos una teleserie ambientada en el espacio, ni en a luna. Queremos ver y sentir, que lo que sale en pantalla sucede realmente, que pasa en nuestro Chile, con personajes como nostros mismos.
Sólo quiero pedirles un minuto de silencio por el fin de Alguien te Mira, que marcó la historia de las teleseries chilenas, y pedirle a todos los santos que iluminen a los creativos y ejecutivos de los canales de televisión chilena, para que encuentren el rumbo, la fórmula, pensando en que quienes vemos televisión tenemos un coeficiente intelectual superior al que ellos creen que poseemos.