Una noche con intenso aroma a café colombiano. La Quinta Vergara se parecía al Estadio Metropolitano de Barranquilla, y quizás eso explique al Monstruo por lejos más prendido de esta versión. Colombia la lleva en la industria musical y se nota. El medio artístico chileno tiene mucho que aprender de ellos. Solamente faltó que ganaran las canciones colombianas en las competencias para que fuera una noche perfecta (ganaron las dos chilenas).
Obertura: El mejor gag de obertura del año. Un viral de Youtube de Woki Toki con un tutorial sobre cómo hablar en “chileno”, protagonizado por Carlos Vives y Alejandra Azcárate.
Animadores y Backstage: Carola de Moras es la persona con los mejores carretes de cumpleaños de Chile. Se ha llevado flores y piquitos surtidos. Se va a ganar una demanda ante la Corte de la Haya (su pololo es Felipe Bulnes, abogado chileno en dicho tribunal). Rafa se mandó una salida notable durante la entrega de premios a Alejandra Azcárate. La mención a la tragedia de Los Ramblers, justa y precisa.
Anti-homenaje anti-estético: El anti-homenaje a Nicanor Parra fue la versión cinestésica del vapuleado collage de Miguel Bosé. Simplemente no se entendió un carajo. Demasiado pretencioso y pasado a intelectualismo añejo. Eso sí, dio gusto ver en la Quinta después de muchos años a Denisse, la Tina Turner chilena, quien compitió a finales de los 80 con “Sintonízame” y le robaron el primer lugar.
Carlos Vives: El natural de Santa Marta es todo un superclase. Un show entretenido, variado, con una puesta en escena colorida, excelentes instrumentistas y una rica muestra de la música de raíz colombiana. Vives fue el que le abrió las puertas al mundo a los músicos de su país, mucho antes de Shakira, J Balvin y Maluma, y lo sigue haciendo. Invitó a su espectáculo al reggaetonero Sebastián Yatra y a la interesante banda hiphopera Chocquibtown. Además, incluyó al boricua Wisin, con quien cantó dos temas en vivo. Carlos Vives dictó cátedra sobre cómo incorporar invitados sin que le corten el show. Ojalá Bombo Fica haya tomado nota. Al principio las redes sociales acusaron problemas de voz en Vives, pero no queda claro si fue eso o temas con el sonido. Se ganó las dos gaviotas muerto de la risa por aclamación del público, y regaló la de plata a un joven fan con Síndrome de Down. El cierre con sus panas cantando “La Tierra del Olvido” puso la piel de gallina. Me imagino el orgullo de los colombianos viendo a sus músicos rompiéndola con todo fuera de su país, y dio hasta emoción la manera en que se apañan entre ellos. Por algo ahora la rompen en la industria musical. Me gustaría algún día ver cantantes chilenos haciendo algo así.
Alejandra Azcárate: Tuvo que venir una excelsa artista colombiana a poner las cosas en su lugar. Un verdadero lujo. Guapa, glamorosa, con una dicción exquisita, una amplitud de vocabulario que ya no se ve ni en las cátedras universitarias y un notable oficio sobre el escenario. Se comió el pánico e hizo un show de alto vuelo, sofisticado, lleno de humor negro y ácido, sin groserías y elegante hasta para hacer referencias de doble sentido. A muchos les recordó a la psicóloga Pilar Sordo (No la miren a huevo. La mejor rutina de Coco Legrand en el Festival se basó en su libro suyo. En una de esas la llevan y la rompe). Al principio se vio lenta y se temió lo peor, pero cuando agarró ritmo terminó siendo avasalladora. Fue tan alto el nivel que, a pesar de tocar la misma tecla de las diferencias de sexos de Jenny Cavallo y Alison Mandel, ni siquiera hubo discusión respecto de lo “feminista” de su rutina. Las Gaviotas se quedaron cortas para lo que hizo. Azcárate puso en evidencia el básico nivel de comedia al que estamos acostumbrados en Chile. Al lado de ella la mayor parte de las standaperas chilenas quedaron como simples novatas. Salvo Natalia Valdebenito y Bernardita Ruffinelli, que tienen recorrido en escenarios internacionales, son como los pijamas: solamente funcionan en casa. El contraste con la orgía de vulgaridades de la Chiqui Aguayo el año pasado resulta hasta grotesco. Ojalá las exponentes nacionales hayan tomado nota y sacado conclusiones de la clase magistral de su colega colombiana.
Ha*Ash: El dúo de hermanas mexicanas se mandaron la gran “Mon Laferte”. Ya habían dado muestra de su calidad en su participación en el show de Miguel Bosé. Los antecedentes hablaban del típico grupo que hace baladas para adolescentes, pero en el escenario bastante más que eso. Sus letras no tienen nada de cuento de hadas ni de cursilería Disney, sino que son asertivas, y dan una visión más realista y adulta de las relaciones de pareja, incluso valorando a las ex parejas. Así como Jesse & Joy son el soundtrack del primer pololeo, Ha*Ash lo son del primer desengaño. Musicalmente, Hanna y Ashley son un lujo: bellas, carismáticas, prendidas y vocalmente notables. Su música no es nada trillada: baladas con un exquisito toque country. Hasta hicieron ver bien a Prince Royce cuando cantó con ellas. Impresionante ver a su fiel público esperándolas hasta la madrugada y provistas de globos blancos. Pasó lo mismo que con Mon el año pasado: a pesar de ser un grupo que la rompe en Spotify y redes sociales, nadie vio venir el fenómeno y su show nos pilló a todos por sorpresa. A lo mejor habría que inflar menos la radio y las revistas especializadas y prestar más atención a Spotify y Youtube.