Los genios suelen ser incomprendidos. Pasan por locos, freaks, desadaptados. No es raro que sus vidas terminen mal: solos, pobres, borrachos, tristes. Ciertas masas se extrañan ante sus rarezas. Sus aportes terminan siendo más valorados por las nuevas generaciones que por sus pares. Todavía no sé si Vasco Moulián sea un genio, pero tras leer un par de entrevistas y ver lo que está haciendo en Canal 13, me queda claro que es un gran productor, un soberbio ejecutor y un creativo. Un actor que se transformó en ejecutivo y no olvidó que el arte se puede hacer en cualquier parte.
No es gratuito que haya llegado hasta donde está. Un puesto codiciado por muchos, pero destinado para pocos. Donde un genio loco sirve más que un eficiente tecnócrata. Hay cosas para las que no basta un titulito de periodismo, un magíster en quéseyo o los mejores contactos del continente.
Un director de programación es, en cuanto a contenido, el segundo de a bordo en un canal de televisión. Decide qué va y qué no va al aire. Y debe generar éxitos. Y si está en un canal confesional, la pega es doble: esos éxitos no pueden ser a pesar de la línea editorial.
¿Cuántos pueden anotarse el logro de compatibilizar dos exigencias que, hasta hace poco, parecían ser agua y aceite? ¿Y, como si eso fuera poco, instalar en primer lugar de sintonía -a punta de maratones de Los Simpson, repeticiones de humor blanco y epilepsias horarias- a un canal que venía los últimos diez años siendo el nerd del curso tratando de sobrevivir sin que se lo coman los populares? ¿Y obligar al resto de los canales a hacer lo mismo? ¿Y con costos bajísimos en plena crisis mundial y tras estar casi en quiebra?
Como han dicho maquiavélicos dictadores para justificar sus atrocidades, para hacer tortilla hay que quebrar huevos. Vasco Moulián no es un dictador, por mucho que tenga ciertas ideas, haya trabajado para ciertos ex candidatos y despierte furias dignas de una batalla ideológica. Por fortuna, la tele es sólo tele. Y romper viejos paradigmas que parecían sagrados, donde sea, es progresismo puro. Vasco está haciendo una pequeña gran revolución en la tele, donde el público recibe lo que quiere ver y a la hora que prefiere. Lo que a nadie le gusta, desaparece. Lo más parecido que puede ofrecer la tele abierta a pedir programas con el control remoto o bajar un torrent.
Muchos rasgan vestiduras aduciendo argumentos como «el respeto al televidente», pero el rating asegura que esos televidentes están felices. No es la verdad absoluta pero es la que podemos medir. Más falta de respeto será insistir con programas que nadie quiere ver, o no dar la posibilidad de exprimir un programa a gente que no cuenta con cable, internet o temporadas en DVD.
Justamente porque tenemos todo eso, es que la tele está cambiando. En 1990 teníamos cinco canales, el cable era una rareza de un puñado de ricos. e internet una utopía. Hoy las posibilidades de entretención son múltiples. El concepto de «programarse» para «sentarse» a ver un programa de televisión suena anacrónico. Ya agonizaba cuando surgió el control remoto, y en ese tiempo la tele tuvo que reaccionar al cambio cultural. Hoy día, el multitasking es el nuevo zapping, y en este escenario, no se acaba el mundo si un programa empieza diez minutos tarde, o si algo que funciona se alarga. Hace diez años, un programa estelar terminando a la una y media de la mañana era inimaginable. Hoy, las costumbres lo permiten y la tele tiene el deber de estar atenta a ellas y enfrentarlas.
Es cierto que Canal 13 parece no tener nada original preparado para esta temporada. Y con diez Simpsons al día no se construye un canal a largo plazo. Pero hay que tomar en cuenta la famosa crisis y las desastrosas finanzas de la estación. El saneamiento de caja es otro punto a favor para el bueno de Vasco. El desafío de construir un canal generador de contenidos creativos, innovadores, rentables y que no hagan enojar a Chomalí, todavía lo tiene pendiente.