Chileno de nacimiento, el productor que desde México dio forma al género tal como lo conocemos falleció a los 91 años. Semblanza de un personaje de teleserie.
1. Nacido en 1925, Valentín Pimstein fue el séptimo hijo de una familia de inmigrantes judíos del Barrio Brasil dedicada a la venta de vidrios. Se educó en internados de hombres, mientras su madre –fanática de las radionovelas y el cine mexicano- le cultivaba el gusto por el arte y la ficción dramática. De niño celebró un cumpleaños al que invitó a todos sus compañeros de curso. No llegó ninguno.
2. Tras la muerte de su padre, con una edad en la que nadie tiene nada que perder, y en una época sin Skype ni vuelos diarios, Pimstein tomó la decisión de su vida. Lo dejó todo por irse a México a hacerse un lugar en la industria que lo apasionaba: el cine. Sin contactos ni demasiado dinero, ejerció múltiples oficios hasta que, trabajando en un club nocturno, conoció al empresario Emilio Azcárraga Milmo, propietario de Telesistema Mexicano, canal que luego conformaría el gigante Televisa. En esos años la televisión era lo que la inteligencia artificial hoy: una rareza para pocos que amenazaba con devorárselo todo. Y Azcárraga convenció a Pimstein de estar ahí.
3. Terminaban los años 50 y Pimstein produce sus primeras telenovelas en Telesistema Mexicano. En una época en que la ficción televisiva no era mucho más que una excusa para venderle detergentes a dueñas de casa, el chileno decide que es hora de crear un género. Bebiendo del radioteatro e invitando a las estrellas del viejo cine mexicano a reinventarse en la nueva pantalla, poco a poco comienza a diseñar el formato, intrínsecamente latinoamericano, que hoy conocemos en todo el planeta como telenovela. Entre 1958 y 1995 produjo casi 100 de ellas, incluyendo clásicos como “Los ricos también lloran”, “Rosa salvaje”, “Carrusel”, “Simplemente María”, “María Mercedes” y “María la del barrio”.
4. Pimstein decía que en las telenovelas lo más importante –después del “script”, como le llamaba al guión- era la música. Para él, “melodrama” venía de música. Y si la música es evocación de sentimientos, su género estaba entonces destinado a convertirse en la educación sentimental de miles de televidentes. Un lugar donde no hay espacio para pretensiones ególatras de artistas de espaldas a su público, ni siquiera para divismos de actrices que saben que sus rostros generan fantasías en el público y millones en sus empleadores. En el último día de grabaciones de la telenovela “Vanessa” (1982), su protagonista, la famosísima Lucía Méndez –descubierta por el productor, al igual que Verónica Castro y Thalía- no se apareció a grabar a la hora. Pimstein no tuvo paciencia y optó por una solución radical: cambió el guión él mismo y le dio muerte a su personaje. La actriz nunca volvió a trabajar bajo sus órdenes y el final es recordado como una de las mayores excentricidades de la televisión mexicana. Otra decisión similar, bastante más cuestionable, ocurrió cuando la mitad del elenco de “Los ricos también lloran” decidió irse a huelga. Pimstein optó por reemplazar a los actores movilizados por otros. Eso sí, conservando sus mismos vestuarios. Pimstein estaba obsesionado con el vestuario de sus personajes.
5. En ocasiones dormía en su oficina de Televisa. Tenía múltiples pantallas en las que observaba el resultado de las dos o tres telenovelas que producía en paralelo. Una especie de Christof de la vida real pero produciendo ficción. Boleteaba como co-autor de sus historias ocupando seudónimos femeninos basados en sus iniciales (Valeria Phillips, Vivian Pestalozzi). Sus protagonistas siempre eran mujeres. Su hija Viviana compuso varios de los temas centrales de sus teleseries. En entrevista con revista Qué Pasa, declaró: “Se puede no tener padre, pero madre tenemos todos. Las personas que mandan en el mundo son las madres mujeres”.
6. Aun lejos de su patria, Pimstein siempre estuvo muy atento al desarrollo de la industria televisiva chilena. Antes del boom de las teleseries que se inició con “La madrastra”, ya se había llevado a México a Arturo Moya Grau a reversionar su gran hit de la era del blanco y negro, “La colorina” (Protab – TVN, 1977), que en su versión azteca consolidó la carrera de Lucía Méndez. Años después intentó hacer lo mismo con “La madrastra”, pero problemas de derechos hicieron que su primer remake mexicano, “Vivir un poco”, apareciera bajo el crédito de un inexistente autor llamado Paulinho de Oliveira. El intríngulis –del cual no existe una sola versión- derivó en que Moya Grau lograra venderle de por vida los derechos de toda su obra a Televisa. Hoy, el más grande éxito de la telenovela chilena no pertenece ni al canal que la creó ni a la sucesión de su autor, sino al gigante mexicano. Hoy Moya Grau es uno de los autores recurrentes en Televisa a la hora de elegir textos para hacer remakes, y “La madrastra” una de sus obras más reversionadas.
7. Al final de su carrera, Pimstein intentó reclutar a nombres de la literatura y el arte chilenos como José Donoso, Raúl Ruiz y Sergio Vodanovic para desarrollar guiones en Televisa. Proyecto que quedó trunco con su alejamiento de la empresa en 1997, en paralelo a la muerte de Azcárraga Milmo y la llegada de una nueva administración, que priorizó hacer las mismas telenovelas de siempre pero con envoltorio nuevo. Ya no había lugar para don Valentín, pero sí para los productores asistentes que él mismo formó: Salvador Mejía, Pedro Damián, Angelli Nesma, Lucero Suárez, Nicandro Díaz y varios otros son hoy los que llevan a cuestas casi la totalidad de la producción de ficción de Televisa.
8. Muchos de los detractores de Pimstein lo consideran un embrutecedor de las masas, un creador de productos desechables destinados a distraer al público de Las Cosas Importantes. Algunos comentarios extraídos al azar desde Twitter a propósito de su muerte: “Famoso por idiotizar a miles de amas de casa con sus churros”. “Gracias por hacerle creer a varias generaciones de mujeres que se puede salir de pobre encontrando el amor” “Esperemos que nadie quiera seguir su legado”. Críticas que pueden ser atendibles, pero jamás esconden su clasismo y desprecio por un público que creen inferior. A los fans de las películas de superhéroes, o del fútbol, rara vez se les trata igual, aun cuando ambas cosas operan del mismo modo como generador de ilusiones y evasión de la pesadez cotidiana. También es necesario entender la obra de Pimstein en su momento histórico: si los libros de caballería o las novelas victorianas cautivaron a las grandes masas ayer, y hoy lo hace Hollywood o las series de Netflix, los melodramas de Televisa respondían a un contexto de nula movilidad social y escasa libertad sexual, donde “la virtud” de una mujer era su inocencia y el valor de un hombre eran sus apellidos y su billetera. Cuesta imaginar que un buscavidas como Pimstein haya querido que las mujeres se enamoraran de Licenciados De la Mora cuando él, pese a que logró fama y fortuna con su trabajo, nunca fue uno de ellos. Y, ni tan curiosamente, la última saga pimsteiniana fue la “trilogía de las Marías”, las tres emblemáticas teleseries que lanzaron a la fama a una adolescente Thalía en roles que parecían un eslabón perdido entre la heroína pasiva e ilusa de los 70 y 80 y la mujer autosuficiente que lucha entre su deber ser social y sus aspiraciones románticas en las ficciones de hoy.
9. ¿Qué habría hecho Pimstein de seguir produciendo ficción en el siglo XXI? En una de sus últimas entrevistas, con Qué Pasa, nos dio una pista: “Soy un gordo romántico”, dijo. Los tiempos y las costumbres cambian pero los sentimientos permanecen. Pimstein tuvo el don de “enseñarnos a todos que las telenovelas son una oferta de esperanza”, como expresó hoy el guionista José Ignacio Valenzuela. Esperanza en que existe un orden por sobre el caos de la vida. En que la riqueza material es un premio. En que ser noble y hacer lo correcto paga. En que los buenos ganan. Aunque sepamos que, al apagar la tele, el mundo sea un lugar mucho más duro que una teleserie.