¿Se acuerdan cuando TVN y Canal 13 eran los líderes de la televisión chilena? Se siente como si hubiera sido hace décadas. Pero no: hablamos de hace cinco años, o quizás menos. ¿En qué momento se derrumbó todo? ¿Cuándo el smartphone se transformó en el satélite de nuestro cerebro? ¿Cuándo nos acostumbramos a ver series vía YouTube o Netflix, cuándo nos aburrimos de la parrilla flexible para luego aburrirnos de la dictadura de los horarios, descolocando a ejecutivos ex supermercadistas que nunca pudieron tomarle el pulso a su audiencia? ¿Algo va a volver a ser como era?
Me temo que no. Los tiempos cambian, el avance de la tecnología es implacable y lo antiguo se vuelve un juguete hipster que nunca recupera su posición dominante. Puede ser que en el futuro un televisor sea un artículo de colección similar a un tocadiscos o un Game Boy. Con mayor razón si es análogo y viene adjunto a un VHS, el inminente nuevo artefacto de nostalgia. Como ya no nos reunimos a las 20:00 horas a tomar once con nuestras familias frente a la teleserie ganadora del semestre… quizás ya no tomamos once ni tenemos familia porque así son las cosas en el 2017… Los ratings vienen en caída libre y seguirán así.
Veinte años atrás, una teleserie ganadora obtenía 30 puntos versus los 20 (¡oh, fracaso!) de la humillada perdedora. Hoy, para cualquier canal que no sea Mega, 10 puntos son un éxito, tras haber sobrevivido al naufragio de temporadas donde los ratings oscilaron entre 3 y 6, puntos dignos de domingo por la mañana. Una teleserie nocturna que llega a los 11 puntos (“Un Diablo con Ángel”) es un éxito no sólo por ser la más vista de su canal en los últimos dos años, sino por lograr la patriótica hazaña de vencer a la turca de turno, que a su vez desplazó en horario a la única teleserie local de Canal 13, estación que está salvando la temporada gracias a «La Pequeña Casa en la Pradera» y sus castas aventuras que nos evocan un tiempo mejor: sin internet, con familias blancas y siempre unidas. ¿Cuál es el único canal grande hoy? Mega, la mega-corporación, la única estación que tiene tres teleseries al aire y que inunda el Top 10 diario con sus programas, pateando en el suelo a su competencia. Eso nos indica una verdad inapelable: sí hay público. Menos, pero hay. ¿Por qué ellos tienen rating y los demás no?
Me atrevo a aventurar que es por una razón: en tiempo récord, y luego de haber ensayado miles de modelos durante sus distintas administraciones, Mega logró crearse una marca. Y es cierto: para eso se necesitan dueños con espaldas económicas, pero no bastan. También se requiere talento, inteligencia y riesgo. Los propietarios actuales de Mega entendieron que las decisiones no debían ser tomadas por expertos en formulas de Excel, sino por gente con experiencia y mirada televisiva. Gente a la que se le dio la libertad de movimiento para contratar a la directora de ficción que se llevó a los mejores actores, guionistas y directores del ex canal líder. El público identificó ese proceso y los prefirió. Y, de paso y en efecto rebalse, prefirió las noticias y el matinal, que reemplazaron a las de TVN y Canal 13 en casi todas las salas de espera, fuentes de soda y hogares de Chile. Hoy Mega refleja a Chile como los viejos estandartes con sus palos de ciego y cambios de personal no lo pudieron seguir haciendo, porque perdieron su valor de marca. Ya no los reconocemos ni identificamos. Nos decepcionan y nos desconciertan. Y les dejamos de creer.
En este escenario, cabe hacerse una pregunta: ¿están los (ex) canales grandes intentando hacer ver éxitos donde no los hay? No se les puede culpar, hay departamentos de relaciones públicas cuyo trabajo es ése: cuidar la marca a la que pertenecen, y que ejecutivos parecen esmerados en dañar desde dentro. Son ellos los que, por la prensa y hasta por las redes sociales, nos intentan convencer que 10 puntos son un éxito mientras el canal líder marca 25 todas las noches, los ratings de la época de oro.
Un panorama perfecto para los entusiastas de las nuevas tecnologías que quieren arrasar con todo lo viejo. Una oportunidad para quienes tengan algo nuevo que mostrar, una amenaza para quienes no tienen más que aferrarse a sus éxitos del pasado. Al menos, TVN insiste en tener un area de ficción estable en honor a sus viejas glorias, mientras Canal 13 procura tener al menos una producción al año. Al menos parece que tienen las ganas de hacernos elegir entre productos distintos y no genéricos que, si superan los resultados inmediatos y las miradas cortoplacistas, podrían configurarse como marcas distintas que, cada una a su modo, busquen conectar con nuestras emociones y contarnos historias desde sus propios puntos de vista. Los monopolios, como ya sabemos, sólo le convienen a sus dueños. Nunca a los clientes.