El denominado “Viñuelazo” resulta revelador del actual estado de cosas en la sociedad chilena y en la industria televisiva. Una sociedad en la que el bullying y el abuso de poder parecían estar en su ADN, empieza a despertar y a cuestionarse su pasado. Enhorabuena.
Nuevamente uno de los conductores del “Mucho Gusto” está en el centro de la polémica. Meses después de las controversias en torno al multifunado Karol Lucero, ahora le llegó el turno a José Miguel Viñuela y su sorpresiva performance del jueves 16 de julio, en la cual a pito de nada le cortó el pelo en vivo y en directo a un camarógrafo.
Llovieron las críticas, troleos y acusaciones al CNTV contra la actitud del histórico conductor de «Mekano», y pocas horas después el mismo canal Mega envió un comunicado vía redes sociales en donde pidió disculpas por lo sucedido. Al día siguiente, un Viñuela -aparentemente- serio y compungido apareció leyendo una carta de disculpas y asumiendo la responsabilidad del hecho.
Sin embargo, esto no fue suficiente, y el lunes 20 de julio en la mañana nos enteramos que Viñuela no seguía como conductor del “Mucho Gusto”. El «Viñuelazo» llegó más lejos de lo imaginado. Nunca pensé que lo iban a terminar bajando del matinal, más aun considerando la forma en que bancaron a Lucero después del mítico “arreglo de cables”, hecho objetivamente más grave que lo de Viñuela. Mega le terminó haciendo una monumental “quitada de piso” a uno de sus rostros más importantes. Cambio de época sin duda.
Hasta hace no muchos años atrás, este episodio de bullying colegial protagonizado por un pendejo de más de cuarenta años de edad no habría pasado de ser una anécdota más del mundo de la TV. Sin embargo, en el contexto actual desató una verdadera tormenta de indignación pues la opinión pública está mucho más sensible y menos tolerante a los abusos de poder. Que un rostro de TV con sueldo multimillonario le corte el cabello en vivo y en contra de su voluntad a un camarógrafo que, por su bajo status jerárquico dentro de la industria, está en una posición claramente desmedrada y tiene pocas opciones de defenderse, califica de sobra como abuso de poder. En Chile estamos podridos con que los “poderosos” se pasen por el aro al resto de la población, y los rostros televisivos son, en forma justa o no, considerados como parte del grupo “privilegiado”.
Uno de los pocos rostros que ha tratado de prestarle algo de ropa a Viñuela fue Katherine Salosny, quien recordó que Felipe Camiroaga hacía mucho este tipo de bromas, tanto en el «Extra Jóvenes» como en el «Buenos Días a Todos». De partida, no tengo claro si las performances de Camiroaga fueron como las de Viñuela o estaban planeadas con antelación. De ser lo primero, dudo mucho que las hubiera podido seguir haciendo ahora, así como Don Francisco ya no puede hacer gala de las mismas pesadeces de la época de oro de “Sábados Gigantes”. Por otra parte, a pesar del halo de “mito de la cultura pop” a lo James Dean que cubre a Camiroaga desde su trágica muerte, me pregunto si las actitudes que lo hicieron querido en su momento, en particular su fama de “Playboy” empedernido, serían tan bien miradas en el contexto actual. Lo mismo corre para otro rostro de las comunicaciones fallecido, Eduardo Bonvallet. Sinceramente dudo que con su estilo agresivo hubiera tenido lugar en la TV abierta de hoy.
Dentro de las burlas de Viñuela al camarógrafo, relacionó su frondosa cabellera con el Coronavirus, argumentando que el bicho infame se podía alojar en él. Más allá de que ello sea cierto o no -han salidos informaciones en ambos sentidos en los medios-, la forma en que lo señaló resulta sumamente ofensiva. Viñuela sacó a relucir ese obsoleto cliché de relacionar el pelo largo con indecencia, suciedad, falta de higiene, desorden, hippismo, homosexualidad, rebeldía, drogadicción y un largo etc. El culto al tipo bien vestido, de traje y corbata, pelito corto, bien peinado y afeitado, perfumado y de modales correctos -aunque sea un tránsfuga de marca mayor- es muy del Chile del Siglo XX. En este país se suele mirar a huevo y discriminar a gente valiosa y brillante como Alberto Mayol, Ana Tijoux y Mon Laferte por tener el pelo largo, usar barba mal afeitada, ser de tez morena o tener tatuajes en el cuerpo. Esa mentalidad ha llevado a cometer aberraciones impresentables como la de impedir que el grupo musical británico Queen hiciera un recital en Chile a mediados de la década de los 80 del siglo pasado por que, entre otros motivos, a la esposa del Almirante José Toribio Merino -miembro de la Junta Militar que gobernaba Chile en esa época- le escandalizaba la larga cabellera del integrante de la banda Brian May. Por el solo hecho de llevar el pelo largo, se catalogó como “mala influencia para la juventud” a uno de los mejores guitarristas de la historia del rock, además de destacado astrofísico y activista de la causa animal. Tal como señaló asertivamente vía Instagram su ex compañero de Mekano Rigeo, en estos momentos ya no cabe “decir ‘indecente’ a una persona por llevar el pelo largo, cuando hay delincuentes con corbata robando hasta nuestros sueños”.
Lo más revelador de este episodio es que nos hace reflexionar de lo normalizados que hemos tenido desde siempre en la sociedad chilena el bullying y el abuso de poder. Hace veinte o más años se consideraba “normal” o por último “parte de la vida” que los padres pudieran jugar la carta de la coerción o incluso de la violencia para enrielar a sus hijos; que los esposos le pegaran a sus esposas; el bullying escolar en todas sus formas; que en las universidades ciertos académicos abusaran de su poder ninguneando la inteligencia y el criterio de sus estudiantes, deslizando frases machistas del tipo “las mujeres vienen a la universidad a buscar marido” o incluso acosándolas; etc. En Chile rigió por décadas esa cultura del “macho alfa”, del más vivo, el más choro, el más bacán, eso de que “si no los paso a llevar, me pasan a llevar”, “si no pongo la pata encima, me ponen la pata encima”. En este país estamos llenos de gente de cuarenta años o más que quedaron marcados para mal con esa mentalidad, y que tienden a reproducirla no por maldad, sino que simplemente porque es lo que conocieron de toda la vida. Entrar a cuestionar todo ese estado de cosas no era nada de fácil en esa época. Al final, no te quedaba otra que tolerarlo, aceptarlo o incluso imitarlo, porque de lo contrario lo ibas a pasar peor.
Todo lo anterior se notó mucho en el medio artístico y televisivo. El personaje más importante de la TV chilena, Don Francisco, sin perjuicio de sus indiscutibles virtudes como animal televisivo, tuvo durante su carrera actitudes que ahora serían inaceptables, como hacerle bullying al público, a participantes temerosos y asustados, e incluso a artistas. En sus inicios fue sumamente criticado por ello, pero al final prevaleció y terminó superando a Patricio Bañados, Raúl Matas, Enrique Maluenda, Antonio Vodanovic, César Antonio Santis y otros rostros considerados “políticamente correctos”. Hay rutinas humorísticas que fueron grito y plata en algún momento del pasado que ahora serían motivo de repudio. Si Coco Legrand intentara repetir en la actualidad sus exitosas rutinas de Café Concert de las décadas de los 80 y 90, sería sumamente criticado, pues en ellas hay dosis importantes de clasismo y homofobia. Hubo recordados y hasta entrañables personajes que hacían caricatura de la homosexualidad como “Alfonsito” (Gilberto Guzmán), “El Cochiguaz” (Claudio Valenzuela) o “Tony Esbelt” (Mauricio Flores).
Ni que decir la época de oro de “Morandé con Compañía”, en la cual se sometía a algunas de las “musas” a tratos que, viéndolos desde la perspectiva actual, resultan inaceptables, como la vez en que le pidieron a Mey Santa María que llamara a su entonces pareja Marcelo Salas, lo que redundó en que la modelo cubana saliera llorando del programa. En ese notable semillero del Stand Up que fue el “Club de la Comedia” había secciones que ahora causarían escalofríos como “Las Tortilleras” (referencia al lesbianismo) y especialmente “El Celoso” (donde se trataba demasiado livianamente el maltrato de pareja). Finalmente, hace no mucho tiempo existía ese verdadero placer culpable nacional que eran los “Viernes Sin Censura” del “Mentiras Verdaderas”, en donde se mezclaban la picardía y el ingenio con ocasional humor picante, negro, pasado de pueblos y el bullying a ciertos personajes. En ese entorno se formaron televisivamente la mayor parte de los rostros actuales, incluyendo José Miguel Viñuela, ex integrante del Clan Infantil de «Sábados Gigantes», y que tuvo su época de oro en un programa como «Mekano», indiscutiblemente exitoso pero sumamente criticado en su momento por su tendencia al sensacionalismo y actitudes sexistas reiteradas.
Por otra parte, corren los rumores e historias de rostros que se muestran entrañables y encantadores en pantalla, pero que fuera de ella serían unos verdaderos sátrapas con sus compañeros de trabajo. Resulta conocido el caso de Scarleth Cárdenas, que de ser respetada y querido al punto de titularse como Reina Guachaca en algún momento, pasó de una día para otro al ostracismo en la TV abierta luego de que trascendieran sendas denuncias en su contra por maltrato laboral.
¿Quiere decir que ya nadie puede echar la talla en TV? Rotundamente no. La mejor prueba de ello es Eduardo Fuentes y su épico troleo al comediante Rodrigo González en “Abrazo de Gol” del CDF. Siempre va a existir espacio y se va a agradecer el buen humor. El tema es que ahora las condiciones cambiaron, y la humillación, la vejación, el maltrato y la discriminación ya dejaron de ser recursos legítimos para hacer reír. Cabe recordar que pocas semanas antes, en ese mismo programa, la panelista Lorena Miki se refirió como “guatón asqueroso” a su expareja, el conductor de Via X Vito Martínez, lo cual le hizo acreedora de un feroz troleo que la obligó a pedir disculpas públicas, además de perder algunas pegas. No es que ahora no se pueda hacer chistes de nada, sino que se elevó el nivel de exigencia, y se necesita talento, gracia, inteligencia, preparación y buena onda genuinas, reírte “con la gente” y no “de la gente”, y los que han hecho carrera toda una vida en base al troleo se están viendo sumamente complicados para adaptarse a los nuevos estándares.
En lo personal, como alguien que sufrió bullying durante gran parte de su escolaridad, me alegro de que –por fin- se esté cuestionando fuertemente esta cultura del bullying y del abuso de poder en la sociedad chilena. Y me complace que los medios de comunicación, aunque sea a la fuerza, estén tomando conciencia de su rol y no estén dejando pasar más pachotadas. Parte importante del cambio que necesita Chile implica cuestionar la manera en que nos relacionamos, las dinámicas de poder, la empatía. Hasta uno mismo sin darse cuenta termina pasando a llevar a otros sin mala intención, o diciendo barbaridades actuando de buena fe. La sociedad chilena completa necesita entrar en un proceso de recalibración masiva de sus habilidades blandas. El “Viñuelazo” nos mostró mucho de lo que necesitamos eliminar de una vez por todas.