En una reciente entrevista en el Diario La Tercera, ante una consulta por el “exceso de reggaetón” en la parrilla 2018 del Festival de Viña, Rafael Araneda dio una respuesta que causó mucho debate en redes sociales: “El reggaetón es un ritmo que cuando llegó a la Quinta Vergara, hace ya unos años, todos lo miraban por debajo del hombro. Y hoy no hay artista, no hay baladista, que no busque traspasar fronteras si no se asocia a un ritmo urbano. En ese sentido, Viña tiene lo que está sonando en Latinoamérica. No puedes traer lo que no suena en las radios, por extraordinario que sea. Es un festival que responde a la masividad. Viña es un festival que se enorgullece, y se hace cargo sin complejos, de ser masivo. Falta el anglo, y creo que ahí se va a equilibrar un poco el tema de lo urbano”.
Fuerte y claro. Nadie puede decir que en esta pasada el Rafa no se mojó el potito. Y en gran parte le encuentro mucha razón. Nos guste o no, el reggaetón la lleva desde hace rato. Ya ha transcurrido más de una década desde que Daddy Yankee fue el primer exponente de este género en enfrentar al Monstruo, y ya a estas alturas deberíamos tener claro que ya no es una moda pasajera, sino que un estilo que se instaló y que no tiene para cuándo irse. Simplemente no te puedes hacer el tonto cuando los rankings musicales han sido monopolizados por los denominados “ritmos urbanos”. Revisen cualquier lista de canciones más escuchadas, tocadas o bajadas y se van a encontrar que, de las 20 que encabezan la lista, a lo menos 15 son reggaetón o derivados de él. Tal como dijo el ex “tío conductor”, gente como Chayanne, Shakira o Carlos Vives ha tenido que asociarse a exponentes de los ritmos urbanos para poder mantenerse vigentes. Enrique Iglesias logró reinventarse como cantante de reggaetón y en esa condición su carrera ha tomado un gran impulso, incluso superando a su legendario padre Julio Iglesias en algunas estadísticas. Ni hablar de “Despacito”, el mayor éxito planetario de habla hispana desde la “Macarena”. Con todos estos antecedentes, sería impresentable no tener al menos un reggaetonero en un evento con clara vocación masiva como el Festival de Viña.
Sin perjuicio de lo anterior, al Festival de Viña no le conviene convertirse en una réplica del Crush Power Music. Una de las gracias de Viña es la variedad, la vocación de ser “para toda la familia”, la posibilidad de dar cabida a diversos géneros y de llegar a públicos diversos. Por ello, sería un error tener pura música urbana. La tentación a caer en ello es muy grande, en especial si uno de los canales auspiciantes es HTV, especializado en esos ritmos, y que muy probablemente acepta a regañadientes transmitir a artistas fuera de su target como los números anglo.
En Viña ciertamente tiene que haber espacio para “lo que suena en las radios”, pero también para “lo más visto en Youtube” y “lo más bajado en Spotify”. Y creo que se están dejando de lado estilos musicales que podrían funcionar muy bien, como la “nueva cumbia chilena”, algunos grupos pop anglo para adolescentes, y en especial el “K-Pop”. Hace poco hubo una sección de pop coreano en el matinal “Bienvenidos” que logró una gran repercusión. Invitar a un grupo de ese género (no sugiero nombres, porque aparte del “Gangnam Style” no conozco nada más) permitiría acercar al Festival al público millenial alejado de los medios tradicionales. Si se le dio la oportunidad a la “cumbia cheta” con Marama y Rombai, ¿Porqué no al “K-Pop”?
Además, Viña tiene la gracia de que, de vez en cuando, se hacen apuestas muchas veces contraintuitivas, pero que terminan resultando. Aquí les dejo algunas:
El traer todos los años al menos un número anglo. Con ello cubren al espectador adulto joven y adulto, y le suben el pelo al evento en cuanto a calidad artística. En casi todas las ediciones pasadas, el número anglo ha sido uno de los tres mejores shows. Hemos tenido el privilegio de ver actuar en vivo a artistazos como Elton John, Sting, Rod Stewart, Lionel Ritchie, Cat Stevens, Olivia Newton-John, Peter Cetera y Rick Astley, y ojalá lo sigamos teniendo.
Lo de “31 Minutos” el 2013 fue toda una apuesta, y de las más acertadas. No solamente la rompió en el escenario con un show de primer nivel, sino que además logró un rating que salvo la “Roja” y la Teletón nadie consigue en la actualidad.
El show de Jorge Alís en el 2014 fue una apuesta por el entonces emergente movimiento del stand up. El exitazo del “Argentino QL” le abrió las puertas de la Quinta Vergara a los exponentes de ese género, que actualmente dominan el humor en el Festival.
La contratación de Natalia Valdebenito fue una apuesta por el retorno del humor femenino. Su éxito explica la contratación de Chiqui Aguayo el año pasado y de tres comediantes mujeres en la próxima edición.
Lo del colombiano Carlos “El Mono” Sánchez el año pasado buscó compensar la queja permanente del extranjero respecto al excesivo localismo del humor en el Festival. Su éxito posibilitó la llegada de su compatriota Alejandra Azcárate este año.
Entre medio surge alguna gema de calidad, un artista poco mediático y que a lo mejor no suena en las radios, pero que termina sorprendiendo. El año 2015 fue Pedro Aznar, un artista claramente de nicho pero que se lució tanto en su show propio como en su participación en el emotivo tributo a Gustavo Cerati. En otros años han sido Manuel García o Nano Stern. Sería interesante contar en un futuro con un artista de ese perfil, como por ejemplo el uruguayo Jorge Drexler.
El tener a un artista emergente chileno por año ha sido en general una buena idea. Manuel García, Gepe, Francisca Valenzuela, Javiera Mena y Nano Stern aprovecharon bien la oportunidad que tuvieron. Lo de Mon Laferte fue una cumbre. Ahora le toca a Augusto Schuster, y hay varios ,más que merecen ir: Denise Rosenthal, Camila Moreno, Alex Andwanter, Ana Tijoux (que debió haber venido hace mucho rato), Ases Falsos, María José Quintanilla, Camila Gallardo, Moral Distraída, etc.