La idea original de Papi Ricky surgió cuando Verónica Saquel vio a Italo Galleani, director, entrando en moto con su hija al condominio. Una buena imagen, sin duda. ¿Qué teleserie de seis meses se puede armar a partir de ella? Muchas, si hay elementos que le den sustento e intriga. Pero el proyecto desarrollado por Arnaldo Madrid y escrito por Sebastián Arrau y José Ignacio Valenzuela tambalea justamente en eso. Más allá del rating, ¿qué hace que teleseries como Machos, o incluso teleseries light y efectivas como Brujas y Gatas y Tuercas, se conviertan en cuasi-clásicos y Papi Ricky no? La respuesta no es tan simple como decir: «una trama con conflictos potentes, humor, actores bacanes» o cualquier cliché de posteo-Fotech tecleado frenéticamente en tres segundos (sin ofender).
Para el primer capítulo hubo altas expectativas, provocadas principalmente por los bien logrados pseudo-trailers dirigidos por Pablo Larraín. Tenían emotividad, ternura y a uno le daban ganas de ser Papi Ricky y andar con la cabra chica en moto viviendo millones de aventuras en distintos países. Uno quería ver en la teleserie secuencias como la de Zabaleta -para quien Papi Ricky fue pensada, tal como todas las últimas historias del primer semestre- presentándole minas a la mocosa y ella cerrando la puerta con cara de «cómprame el cidí de Kudai». Pero topamos con una teleserie ambientada en un sofocante condominio -de esos en que, en la vida real, sólo vive gente aburrida- lleno de familias «disfuncionales» que carecen de puntos de vista y, por lo mismo, comprometen seriamente la acción y el dinamismo de la teleserie. Gente remilgada. Gente latera. ¿Así de fomes son «las nuevas familias chilenas» de Canal 13?
Papi Ricky promete ser recordada por los mismos vicios de ciertas erráticas tramas de los 90: un atractivo inicio seguido de 90 capítulos donde no pasa absolutamente nada antes de llegar a un final lleno de casorios y sonrisas conformistas. ¿Qué hacemos por mientras? Que el galán rebote como pelota de ping pong entre una mina y la otra, que la mina lo quiera y después no, que diga que se va de Chile y después se arrepienta. Total, la batalla ya se ganó o perdió: que venga el próximo semestre, que hay que volver a enganchar público con tres capítulos excelentes para luego darles noventa y siete de basura. ¿Recuerdan El Amor Está de Moda? ¿Amor a Domicilio? ¿Marrón Glacé el Regreso? ¿Incluso varias de TVN como Rojo y Miel y Loca Piel? La estructura dramática fue tal cual. Y ya sabemos qué le empezó a pasar al 13 en esa época. Y ahí el público era harto menos exigente que ahora.
¿Y tú, qué harías en 120 capítulos?
Se supone que la historia central es tan potente que las secundarias sólo son el arroz -eso nos dio a entender la campaña previa-, pero los cuatro protagonistas ni siquiera salen tanto. Es comprensible que Belén Soto, pese a que fue marketeada para transformarla en el mayor atractivo de la teleserie, no esté en tantas escenas para no sobrecargarla de trabajo. Pero algo pasa con el triángulo estelar: no llena la pantalla, no se sostiene.
No parece haber tanto que contar de aquí a agosto o septiembre. Menos mal que descartaron el alargue. ¿Zabaleta y Catalina seguirán jugando al te-quiero-pero-te-odio? ¿Colomba y su horrendo uniforme de profesora irán más allá de su moral de pendeja Pascualina? ¿Lograrán los guionistas hacer que el espectador promedio se encariñe con Catalina -lo intentan mostrándola llena de culpabilidad, llantos y malas líneas del tipo «lo hice por mi hijo, no por m», «fue un acto de amor»? ¿Puede un personaje así mover los hilos de la trama desde el palco del villano?
Por su parte, la pequeña Alicia logra encantarnos con su tierno masoquismo: quiere como mamá a una loca que le grita, la asusta y le quita la muñeca. ¿La idea es demostrar que Alicia necesita una imagen paterna autoritaria de la que Ricky carece, porque en el fondo a todos los niños deberían darles esas buenas nalgadas británicas cuando se portan mal? (es un divertido ejercicio imaginar la sexualidad futura de Alicia. No apto para televidentes ultramontanos). No, debo estar hilando muy fino. Seguro sólo es «el llamado de la naturaleza» que hace que Alicia huela a su madre, tal como en la competencia hay un tontorrón que «siente» que la mina tiene “algo” de su ex mina muerta. En estos casos vale aplicar la consabida frase-mentholatum «bueno, es teleserie».
El final es más o menos adivinable: o Catalina muere (siguiendo la senda de Angel Malo, y en el universo moral de Canal 13, sólo la muerte puede redimir a una heroína que no es pura) o se vuelve mágicamente «buena» recuperando el amor de Ricky y Alicia. La única forma de que Colomba y Ricky puedan ser pareja es la desaparición física de Catalina, ya que el 13 no admite madres sustitutas. Espero equivocarme, en todo caso. Me gustaría equivocarme. Significaría que vale la pena seguir viendo teleseries del canal.
Los secundarios son claramente débiles: cansa el caricaturesco adolescente de Héctor Morales, por demás un claro error de casting: un actor nunca debe interpretar a un escolar luego de haber hecho un personaje mayor (una vez más la dictadura de elencos estables y actores con contrato hace de las suyas); Silvia Santelices y su marca registrada de teatralidad extrema logra dar con el tono de un personaje sin historia propia más allá de su relación con sus descendientas; el poco atractivo del personaje de Lorena Capetillo; y la burda y facilona historia de César Caillet y Antonia Santa María que promete darnos 50 capítulos más de «cresta, mi esposa está a punto de descubrirme» y pum resulta que no. Por culpa de trucos narrativos como ése las teleseries solían ser un género despreciable para muchos.
Imper… ¿qué?
Autoquoteándome desde el artículo anterior: Papi Ricky estaría bien si su mezcla de cuento de hadas con sociología hecha a la rápida estuviera en un horario bajo, compitiendo con teleseries de poco presupuesto u otro tipo de programas. Pero a las ocho de la noche, la gran franja de teleseries chilenas, uno exige más. Y particularmente de un canal que, hasta ahora, no tiene más franja que ésa. Y que se atreve a arriesgar en nivel 3 cuando los demás van en nivel 5. Mientras en TVN una recién casada incursiona con otro en el baño de la fiesta y con vestido de novia puesto, y en Chilevisión un tipo le dice «chúpalo, conchetumadre» a otro antes de romperle un vaso en la cara -ambos efectismos respaldados con sólidos guiones, que quede claro-, Canal 13 sigue creyendo que estamos en 1996.
En la era a.M. (antes de Machos) las teleseries ganaban o perdían en el primer capítulo y, ante eso, nada más que hacer. Desde Machos quedó demostrado que, si la gente se aburre de una teleserie y siente que en el canal del lado hay algo mejor, no tiene empacho en cambiarse a dos o tres meses del inicio. Canal 13 esperaba arrasar con esta teleserie, lo cual se veía muy probable dada la débil campaña de posicionamiento de Corazón de María. Pero está claro que, para arrasar en el 2007, hay que tener para ofrecer más que lo mismo de hace diez años con envoltorio de «familias súper modernas porque los papás se están separando y la mamá tiene a otro» -lo que es comparable a, en una mañana de marzo de 2007, llegar en pelota al Forestal buscando a Tunick-. Y como en tres semanas de «guerra 2007» aún no hay ganador claro y es imposible vaticinar si lo habrá, lo menos que podría hacer Canal 13 es impactarnos luego con un giro dramático que haga que la palabra «imperdible» no sea un marketing tan entusiasta como vacío.