En el mundo anglosajón ya es casi un axioma que un disco debe incluir colaboraciones, algunas muy acertadas (Duets de Frank Sinatra o Genius Loves Company de Ray Charles), y otras, de una conveniencia evidentemente inadecuada. Es el abuso del featuring, que se mantiene como el eje central de las compañías discográficas para potenciar a sus artistas. Particularmente en el hip-hop, hay una exageración en esto de invitar a un artista desconocido que quiere ser promocionado por un sello, para que grabe en diferentes álbumes de “cantantes consagrados” y se haga un nombre antes de sacar su propio disco. Cruzando el río, está la opción de mezclar estilos antípodas que parecen ser una torta donde todos quedan satisfechos. Si no, pregúntenle a Beyoncé Knowles, Missy Elliott, Nelly Furtado y un eterno etcétera. En nuestro reducto hispano, las cosas funcionan levemente distintas. En Iberoamérica, aún no se estila el generar un disco con el eje central de los artistas invitados. Se privilegia el destinar uno o dos tracks al convidado. A veces, este acuerdo lleva la obligación de la reciprocidad (Shakira y Alejandro Sanz; Juanes y la Furtado).
Y hoy es el turno del padrino del pop en español. Pareciera que Miguel Bosé lo ha hecho todo. Pasó de ser la estrella juvenil más atractiva y bella de principios de los 80, consagrándose como un compositor medianamente talentoso en los 90, a ser el galán maduro que aún explota una sensualidad cliché que a más de alguna/o provoca. Es uno de los pocos dinosaurios dignos que nos queda en la región. Bosé nunca está tan de moda, pero siempre está vigente. Bosé no es kitsch, pero coquetea en estos términos con Paloma San Basilio, Yuri, Daniela Romo o Pandora. Bosé es el Sting de la música en español. Y la nueva camada de artistas que ha logrado sonar en el mercado norteamericano, reconoce en Miguel Bosé una de sus mayores influencias musicales y estilísticas.
Nacido en Panamá, hijo de un famoso matador de toros y una actriz italiana (de quien tomó su apellido artístico), ahijado de Luchino Visconti y apadrinado por Picasso y Hemingway en su infancia, y por Camilo Sesto en el inicio de su carrera discográfica, no le quedaba más que sumergirse en el mundo de las artes. Pero además, tenía talento, y esto le permitió no quedarse en la superficialidad de la anécdota y sacar adelante 30 años de trayectoria artística.
La primera etapa musical (con Bosé en malla), trajo quizás los mayores éxitos que marcaron a su generación: “Linda”, “Amiga”, “Creo en Ti”, “Morir de Amor”, “Te Amaré”, “Voy a Ganar”, “Teorema”, “Te Diré”. A partir de 1982, su popularidad decrece y es desplazado por los artistas de la movida madrileña (Mecano, Alaska y los Pegamoides, Radio Futura). Esto provoca que Bosé realice su primer giro musical: Bandido (1984), donde explota su ambigüedad y sobresale con un estilo más vanguardista.
En 1990, otro giro. Los Chicos No Lloran, donde pierde algo de sofisticación, en pro de lo comercial, pero sin dejar de lado su camino experimental, el que se potenciará en Bajo el Signo de Caín (1994). De ahí en adelante, su pluma creativa ha ido en ascenso, permitiéndole cruzar entre la exploración sonora y la mediática comercial.
En 2007, llega Papito, posiblemente la denominación más ridícula para rotular un álbum. Sin embargo, el artista ha explicado que este nombre se debe a la cariñosa forma en que lo apodan familiares y amistades. Si hay algo que Bosé no ha perdido, es su capacidad de generar una controversia en torno a su sexualidad. Esta vez no por el lado de su orientación o travestismo, sino más por un nombre con marcado erotismo que reafirma su condición de cincuentón.
Con los brazos tatuados de una nutrida fauna de invitados de lujo en la carátula, Papito repasa los momentos más notables de los 30 años de carrera del español, quien se rodea de una lista de figuras tan grande, que en el papel estamos hablando de un mega disco de 15 temas (no sólo por el frente de batalla del artista, sino también en los productores, ingenieros en sonido, arreglistas, etc). Existe en el mercado una edición especial, que agrega un segundo disco con colaboraciones presentes en discos previos, sean de Bosé o del invitado de turno.
En su completitud, el disco logra darle un nuevo aire a cada uno de los temas revisados, donde los arreglos y la elección del artista acompañante, permiten que escuchemos canciones nuevas, y en algunos casos, versiones que superan al original. La canción elegida como primer single (Nena) nos presenta a la mexicana Paulina Rubio, ahijada de Bosé a comienzos de los ochenta, con su grupo Timbiriche. Destaca la sudorosa participación de Ricky Martin en “Bambú”, la preciosa voz de Bimba Bosé en “Como un Lobo”, el Nat-King-Cole-sco castellano de Michael Stipe (vocalista de R.E.M.) en “Lo Que Hay Es lo Que Ves”, la inocente atmósfera aportada por la ítala Laura Pausini en “Te Amaré”, y la mejor reinvención del disco, con la bizarra Alaska poniendo todo el color tecno en “Amante Bandido”. También se incluyen versiones con Julieta Venegas (Morenamía), Shakira (Si Tú No Vuelves), Juanes (Nada Particular), Amaia Montero de “La Oreja de Van Gogh” (Sevilla), David Summers de “Hombres G” (Los Chicos No Lloran), la brasileña Ivete Sangalo (Olvídame Tú), la actriz Leonor Watling (Este Mundo Va), la ex -Timbiriche Sasha Sokol (No Encuentro un Momento Pa Olvidar) y Alejandro Sanz (Hay Días), el único tema nuevo de la compilación.
Los amigos de Papito entregan lo mejor de sí, para hacer de esta celebración de 30 años una fiesta de sonidos, enérgica y pretenciosa, cautivante, que está a la altura de lo que representa uno de los artistas más importantes de la música en español. ¿Su cénit? Sin duda, un disco indispensable para sus fans, y una experiencia agradable para quienes miran con cierta distancia la forma y el fondo que Bosé representa.