Florcita Motuda lo logró. Aunque con magra votación y beneficiado por el nuevo sistema electoral, el cantautor e histórico militante del partido Humanista logró un cupo en la Cámara de Diputados en su natal Curicó. Al igual que en el Festival OTI, su persistencia terminó por rendir frutos. Aunque sería penoso que se perdiera como músico, y sostengo que hace mucho mayor aporte desde los escenarios que desde las tribunas políticas, creo que este logro es un bonito broche para una trayectoria notable, la de uno de los artistas más geniales y corajudos que ha dado Chile, además de un intelectual consecuente.
Nada más se supo de la elección del cantautor un sector apreciable de las redes sociales manifestó su contrariedad. Aparte de los cuestionamientos por su escasa votación, en lo cual concordó el propio Florcita, hemos tenido la oportunidad de ver en Twitter frases como: “el parlamento se va a transformar en un circo” (como si ya no lo fuera); “vamos a tener a ese loco, tonto, ignorante, etc en el parlamento” y otras donde se ningunea de manera brutal al cantautor como si fuera Junior Playboy o el Divino Anticristo (QEPD). Incluso un imbécil se atrevió a compararlo con la actriz porno y diputada italiana Cicciolina, lo que simplemente no resiste ningún análisis. Esto en todo caso no es nuevo para él. Lo vivió cuando una turba de momios de mente cerrada pifió desde los afelpados asientos del Teatro Municipal de Santiago su elección como representante nacional para el Festival OTi de 1978 con “Pobrecito Mortal”, y también lo vivió hace poco con el indignante “roteo” que le propinó Emeterio Ureta durante su reciente e historiada apología al acoso sexual en el “Mentiras Verdaderas”.
La sociedad chilena ha sido históricamente muy fijada en la “apariencia externa”. Desde chico te recalcan eso de “bien vestido, bien recibido”, y al que se sale del marco, ya sea por descuido o porque simplemente se quiere vestir de otra forma, se le ningunea, se le mira raro, se le discrimina y hasta se duda de su idoneidad. Estoy convencido que si Alberto Mayol se presentara afeitado, de pelo corto, con terno y corbata habría tenido más apoyo y hasta lo habrían escuchado más. Florcita y su excéntrico estilo de vestir ha sido clara víctima de eso durante toda su trayectoria. Si ya pusieron el grito en el cielo con Gabriel Boric sin corbata, me imagino que van a entrar en pánico viendo al “Honorable Motuda” entrando al Congreso con su traje amarillo con gualetas y escafandra. Creo que la gente ya se dio cuenta que es mil veces preferible un tipo que haga bien la pega aunque se vista “mal” o excéntrico que otro que se viste de riguroso cuello y corbata pero que es negligente, incompetente o incluso corrupto.
Florcita está muy lejos de ser tonto, ignorante o inculto. De partida, es profesor normalista y estudió en el Conservatorio de Música de la Universidad de Chile, lo que no es poca cosa. Aunque para la gran masa no pasa de ser desafinado y excéntrico, para gente experta y conocedora como Valentín Trujillo tiene un lugar ganado dentro de los grandes de la música chilena. Incluso Patricia Maldonado, que está ideológicamente en las antípodas de él, ha manifestado públicamente su respeto y admiración artística. Cabe señalar que “La Quintralada”, quizás la canción más importante de la carrera musical de la comadre del “Tata”, fue compuesta por Florcita Motuda. Si Florcita Motuda hubiera nacido en un país desarrollado, en estos momentos sería venerado al nivel de un David Bowie o de un Frank Zappa. Tiene a su haber grandes clásicos de la música popular chilena: “Brevemente Gente”, con el que se dio a conocer en el Festival de Viña de 1977; “Pobrecito Mortal” y “Hermanos Artistas”, con las que representó en gran forma a Chile en los Festivales OTI de 1978 y 1981; la ya mencionada “Quintralada” a dúo con Patricia Maldonado; el “Vals Imperial del NO”, el recordado cover del “Danubio Azul” de Johann Strauss que se transformó en el segundo himno de la campaña del No para el plebiscito de 1988; la canción de “Las Máquinas” con que compitió en el Festival de Viña de 1987 y que sirvió de referencia para artistas funk como “Chancho en Piedra”; y “Fin de Siglo”, con la que ganó de forma magistral el Festival OTI de 1998.
Aparte de lo musical, su propuesta visual e ideológica fue sumamente jugada y la sostuvo sin titubear en una sociedad de por sí conservadora y en una época sumamente gris, como lo fueron los años 70 y 80 del siglo XX. En un comienzo estuvo asociado con la recordada “Tía Patricia” Undurraga, como el primer “Buzón Preguntón” y como conductor de ese delicioso experimento psicodélico de finales de los 70 llamado “La Cafetera Voladora”. A pesar de que tuvo presencia permanente en los estelares televisivos de esa época, nunca transó con lo suyo. Usando como Caballo de Troya sus performances de de bufón algo ridículo se “paseó” como quiso a los milicos en sus propias narices, durante muchos años, y sin que se dieran cuenta. En su show de Viña de 1983 se dio maña de hacer una declaración política transmitida a todo Chile, y en 1987 se cruzó una banda presidencial en plena presentación lo que causó escándalo en ese momento. En suma, se atrevió a ser irreverente y transgresor en el momento menos propicio para ello en la historia de Chile, y salió airoso. Ha sido inspiración para muchos de sus colegas, como el mismísimo Jorge González, que le rindió tributo con un notable cover de «Pobrecito Mortal» en un show en vivo.
Por todo lo que ha hecho y logrado, creo que el futuro honorable diputado Florcita Motuda merece respeto. Eso de ningunear a la gente proveniente del arte, el deporte o la TV que entra a la política ya no se sostiene en la realidad. Tenemos los notables casos de los alcaldes Katherine Barriga en Maipú y René de la Vega en Conchalí, que han tenido a la fecha desempeños más que aceptables, o al menos mucho mejores y más honestos que los de muchos políticos profesionales. Ya no resulta justo mirarlos a huevo de entrada. Gente como Andrés Longton, Maité Orsini, Marisela Santibañez, Erika Olivera, Sebastián Keitel y por supuesto Florcita Motuda se merece al menos el beneficio de la duda.