¿Por qué, cuando estábamos acostumbrados a ratings regulares y tramas tibias sobre accidentes y padres irresponsables, la que parecía la más inofensiva de la temporada irrumpe con más de 30 puntos?
En esta mitad de semana que «Lola» lleva de exhibición, no he escuchado a nadie que sienta el más mínimo nivel de simpatía por Lalo Padilla, el despreciable winner que vive en el cuerpo de una mujer e intenta salvar la situación bajo el nombre de Lola. Más allá de la pésima performance del centroamericano Jorge Alberti -su papel era muy importante, ¿qué costaba encerrarlo tres días a ensayar el acento chileno?-, y de una talentosa y esforzada Blanca Lewin en el merecido mejor papel de su carrera, todos queremos ver cómo ese tipo se las arregla y sufre un poco viviendo lo que quizás sea el peor castigo para un tipo como él. Y, de paso, ver con cuál nos quedamos entre la afinada y certera gama de estereotipos humanos que la teleserie propone.
Lola es una teleserie efectiva e insólitamente profunda para el envoltorio light y sitcom que tiene, que a ratos recuerda a Betty la Fea y, por el primer episodio con la narradora, a Desperate Housewives. Es descarnada y a ratos desesperanzadora en lo que a relaciones humanas se refiere, pero el tono de comedia elimina cualquier potencial angustia en el telespectador. Y es una importante lección para ciertos guionistas y productores: logra ser chilena y universal a la vez. El guión original es argentino, y qué importa, si sus temas son tan universales que funcionarían en Argentina, Chile, Finlandia o Djibouti. Lola propone un micromundo que opera como resumen de todo lo que es y será la raza humana desde el inicio de los tiempos. Creo que es la teleserie más darwiniana que he visto, al menos entre las chilenas. Y es justamente eso lo que la salva de transformarse en un gigantesco comercial de telefonía celular, que es lo que parece a simple vista.
Casi todo transcurre al interior de la agencia de publicidad High-Fi (por favor, un nombre más cliché y forzadamente ondero), un grupo humano donde todos tienen celulares y bluetooths de última, van con corbatas al trabajo (que los publicistas no son la profesión cool por excelencia y se visten como quieren?) y la estratificación está llevada al paroxismo. Lalo es el clásico macho alfa, a quien nadie le discute su derecho a tener a todas las mujeres: ellas se mueren por él y ellos lo admiran, especialmente Gastón (Diego Muñoz), el macho beta, amigo-sidekick-chupamedias rayano en lo homoerótico que intenta torpemente copiar las estrategias de conquista de su héroe, seguido por Patito (Nicolás Saavedra), el macho omega, de nulo atractivo para el sexo opuesto, siempre arrimado a sus amigos pero en último lugar, bueno para despedazar a las mujeres hablando pero pésimo enfrentándolas. Dejando de lado a Aguirre (Héctor Noguera), que cumple un rol paternal para Lalo, el único macho alejado de la lógica de escala es Diego (Gonzalo Valenzuela), un tipo relajado y algo esquizoide que anda en bicicleta y lo miran las colegialas en la calle: acaso el único que podría desplazar al rey de la manada de su sitial, pero que no lo logra por no estar sintonizado con los códigos reinantes: no va a posar al bar, no es misógino, saca fotos de chicas en bikini y no se le para un pelo. Y apenas llega Lalo convertido en Lola se nos empieza a embalar. Extraño personaje: una cosa es ser sensible y de buen corazón y otra es ser eunuco. Por lo mismo, uno se queda esperando más matices para ese personaje. Porque si no los tiene, el mensaje es como «pobres minas del mundo, miren las dos opciones que tienen».
Todos ellos tienen su clara equivalencia en los personajes femeninos. Lalo como Lola se convierte en cosa de segundos en la líder, no admirada sino que envidiada por sus nuevas congéneres, en lo que constituye la diferencia más clásica de la camaradería entre sexos. Vicky (Elvira Cristi) es el equivalente a Gastón, «una yegua» -como fue definida en el primer capítulo- obsesionada con el poder, y Sole (Arantzazú Yancovic), la versión femenina de Patito, pésima en el arte de «jotear» y con cierta tendencia a «ofrecerse» al sexo opuesto, sin resultados positivos debido a su escaso atractivo físico. Destaca el personaje de Grace (Ingrid Cruz), diseñado para dejar en claro una premisa de la teleserie: la amistad entre hombre y mujer no existe. Ella cree que las mujeres deben pensar en sí mismas y ser independientes, y sin embargo lleva años enamorada en secreto del más machista de todos. Lalo siente que con Grace son «como hermanos» por la inexistencia de atracción sexual. ¿Que acaso ese sentimiento, unido a la atracción erótica, no es lo que todos entendemos por «amor»?. Lalo separa sexo de amor y, en una insólita muestra de misoginia y puritanismo subterráneo, cree que el sexo es «manchar» un cariño sincero y duradero. La única mujer por la que Lalo-Lola parece sentir algo parecido al amor es, ni tan curiosamente, Romina (Catherine Mazoyer), la culpable de que ahora tenga cuerpo de mujer, la única que lo desafió y que respondió con agresión a su rechazo. ¿La única a su altura? ¿Las demás se rebajaron solas? Una de las mejores frases de lo que va de la teleserie se la mandó Gastón: «Las mujeres disfrutan con el rechazo, les encanta. Que no has leído a Freud?» No-ta-ble. ¿Son el rechazo y el despecho mecanismos de selección natural o qué?
Lo realmente bueno empieza cuando Lola llega a la agencia y descubre en carne propia que las diferencias entre sexos van más allá de la fisiología y que su lugar de trabajo es una pequeña selva postmoderna donde sólo el más fuerte sobrevive: no importa si tiene pectorales o le llega la regla. Lalo-Lola descubrirá lo que todo hombre alguna vez intentó responderse en alguna noche de insomnio o viaje muy largo de micro: ¿qué cresta se siente ser una mujer? ¿Cuántas cosas se pueden descubrir en su situación? ¿Se terminan de descubrir en algún momento? Ese es el desafío para los guionistas: lograr que en cinco meses de teleserie Lola vaya dándose cuenta de más y más cosas, y de paso nosotros también.
Quedan muchas preguntas por responder: ¿hasta qué punto lo que Grace sentía por Lalo era amor y no atractivo físico? ¿es el personaje de Valenzuela realmente gay, si desde el primer momento sintió atracción por una mujer que es en realidad un hombre? ¿o lo propondrán como el nuevo modelo de macho alfa? ¿qué pasaría si todos fuéramos como Ranma 1/2 y tuviéramos la facultad de ser físicamente hombres o mujeres en cualquier momento? ¿la homosexualidad es una inclinación erótica por una genitalidad o por una estructura mental? ¿qué es el amor? Son estas preguntas, más universales que la universalidad misma, complejas pero tan cotidianas como el pan con mantequilla, las que hacen que Lola funcione como teleserie: uno debería querer encontrar respuestas en cada capítulo, aún sabiendo que no las va a encontrar: si milenios de filosofía no lo han logrado, difícilmente lo va a hacer una teleserie. No importa que Lalo nos caiga mal, y de hecho mejor, si él va a hacer el trabajo sucio por nosotros. Y tiene que pasarlo mal. Pésimo. Ser un conscripto en el servicio militar de la femineidad. Porque los Lalos de la vida real no ven teleseries. Y porque todos somos un poco Lalo y un poco Diego y parte de la masculinidad es aprender a convivir con eso.
PD: Me daba lata, pero creo que no me queda otra que opinar de «Dónde está mi pico?», que habría sido la frase de la semana de no ser por «Wena N…». Me sonó forzado, remilgado, parafernálico, posero, casi como cuando decían «huevón» pronunciando la V en el cine chileno de los 90. ¿Realmente uno gritaría eso si una mañana amaneciera sin pico? Además nadie dice «mi» pico, nadie necesita tanta autoreafirmación. O quizás Lalo sí. Y por eso se tira tantas minas. Qué sé yo.