La teleserie nos presenta un triángulo amoroso muy excéntrico: un hombre en cuerpo de mujer disputado por otro hombre (homosexualidad) y por una mujer (lesbianismo visual).
“Me proyecto contigo, quiero que seas la madre de mis hijos…” Que frase más romántica. Digna merecedora de la típica musiquita de final de teleserie, con beso incluido y lágrimas de telespectadores, que las dejan correr a destajo, justo en el momento en que nuestros protagonistas, la pareja central de la telenovela que hemos seguido por meses, se declaran amor y juran fidelidad eterna. La frase, en el fondo, no escapa del común y, probablemente, ha sido archi oída por muchos de nosotros en cuanto “culebrón” hay. En condiciones “normales”, no da para cuestionarse demasiado. Pero cuando el contexto es “distinto”, cuando la declaración no es entre el “galán del momento” y la “niña bonita” de la teleserie, sino entre dos actrices, el asunto que pudo pasar por un simple y vulgar cliché de telenovela, se transforma en un punto digno de discusión. Y este es solo uno de los “peculiares” panoramas amorosos, que ofrece la apuesta dramática de Canal 13 para el segundo semestre 2007, “Lola”.
Entre los variados “hechizos” que la historia tiende a su público, tiene la particularidad de transportarnos desde la ficción pura, a discusiones reales y actuales. Una de éstas, probablemente, la más recurrente y fácil de distinguir, es la que tiene que ver con los intereses sexuales de su protagonista, Lola Padilla, interpretada por Blanca Lewin. Y es que dejando de lado lo gracioso de ver a este hombre que aprende a caminar con tacos, que se niega a usar sostenes o a intercambiar los boxer por colaless, un gancho importante de la teleserie se propicia por ver como este espécimen de macho “carnívoro”, Lalo Padilla, un verdadero devorador de hembras de cualquier especie, pasa a ocupar el lado opuesto en “la cadena alimenticia”.
Entre bromas y situaciones jocosas, tres de las muchas teorías que explican el interés sexual humano, se dejan vislumbrar en la historia, a medida que Lalo comienza disputarse el mismo lugar con Lola. En lo que podríamos denominar la “memoria de Lola” -lo que le queda de Lalo en la cabeza- se manifiesta la posición de la “Teoría Freudiana”, que explica la inclinación sexual de las personas como producto de la construcción de la personalidad. Según ésta, “aunque la mona se vista de seda, mona, o mejor dicho MONO, se queda”. Lola Padilla, independiente de cómo se vea, no dejaría de ser y sentir como Lalo.
Otra teoría que toma parte a través de la teleserie, es la del “Aprendizaje”. Que declara que nuestros gustos sexuales se definen por una construcción social, en base a lo aceptado para los roles de lo femenino y lo masculino. De acuerdo con esto, “si a la esta, le gusta el este” se debería, principalmente, a que Lalo Padilla asimila o “aprende” lo que socialmente se califica como “correcto” e “incorrecto” para su nueva “personalidad” de Lola.
La última teoría que me permito mencionar, es la más defendida por los sectores conservadores de la sociedad. Básicamente el interés sexual por uno u otro género, se definiría por nuestra “Sexualidad biológica”. Si se tiene útero, ovarios, mayores índices de estrógeno que testosterona, se es mujer y por ende te gustan los hombres. Fácil, simple y bonito. Acorde con esta “didáctica” explicación, pues lo lógico sería que Lola Padilla, siendo físicamente una mujer hecha y derecha, independiente que desde “potrillo” haya sido Lalo, tarde o temprano, producto del “llamado de la selva”, sentiría atracción física por un miembro del sexo opuesto.
¡Lo que ellos y ellas quieren!
Hombres y mujeres tenemos diferentes concepciones sobre las relaciones, el amor y la sexualidad. La “mitología” pregona que las mujeres somos más sensibles y muchas veces practicamos la teoría del “Clos de Pirque”, la de “la calidad va por dentro”. Por eso no es de extrañar que uno de los modelos femeninos presentados por la teleserie, Grace (Ingrid Cruz), muestre a una mujer a la que poco le importa que su eterno amor, Lalo, de la noche a la mañana aparezca frente a sus ojos como Lola. Ella sigue amando al hombre que, se supone, aún habita encerrado entre las paredes de un cuerpo femenino.
Dos mujeres declarándose amor o a punto de besarse, así sea producto de una “fantasía narrativa”, aparte de escandalizar a más de alguna adusta “veterana”, probablemente, trae de inmediato al público el tema del “lesbianismo”. Para muchos por voyerismo o simple curiosidad, puede ser casi una fantasía erótica el ver insinuantes escenas entre dos féminas. Y es la directriz amorosa entre Grace o Romina (Catherine Mazoyer) y Lola, una de las particularidades presentadas por la historia, que rompe con el esquema heterosexual que, por antonomasia, manejan los formatos dramáticos televisivos. Pero la telenovela nos presenta personajes femeninos, enamorados de un “hombre de ficción”, encarnado por “una mujer de verdad”, entonces el debate queda abierto y se dirige esencialmente hacia la interrogante de ¿Hasta qué punto de la “realidad”, podría llegar ésta “ficción”?
Y ya que hablamos de la homosexualidad femenina en la teleserie, imposible será no referirse a la masculina, encarnada en la relación entre Diego (Gonzalo Valenzuela) y Lola. Tal como para introducir la relación de Grace con Lola, mencioné el valor que las mujeres, en general, daríamos al “interior” por sobre el “envoltorio” en lo que amores se refiere, para los hombres, en teoría, primaría lo contrario. Inicialmente, se dejarían llevar por la atracción física, por sobre otras virtudes que la “presa” a “cazar” posea. Y si bien el personaje de Diego, se supone, encarna a un hombre con el lado “femenino” bastante más desarrollado que el común, con su fijación por Lola demuestra que, en sí, no escapa por entero del “molde” del macho chilensis. En términos simples, el personaje queda impresionado con la enigmática belleza de Lola apenas la conoce. Se enamora de ella, de sus virtudes y defectos, conforme transcurren los capítulos, al punto de ser incapaz de visualizar que las cosas que ama de Lola Padilla, son las mismas que tanto detesta en el “alter ego” masculino de su “preciosa”, Lalo Padilla. Entonces, ¿cabe o no preguntarse, sobre la valoración que el personaje de Diego da inicialmente a lo externo, al enamorarse de Lola?
Esta relación, presenta el lado opuesto a la encabezada por Lola, Grace o Romina. Es homosexualidad de ficción y heterosexualidad de realidad. Por esta razón es que, tal vez, al proyectar en el imaginario del televidente la relación que, efectivamente, podría llevarse a cabo (con todas sus letras) en la teleserie, ésta lleva la delantera como la más factible de poner en escena. Ya que, si bien, la relación Diego-Lola abre de lleno un sin fin de interrogantes sobre la homosexualidad y las posibilidades reales de que estando condiciones distintas a las “normales” para cada uno, podamos llegar a sentir atracción afectiva por personas del mismo género. También reafirmaría la postura defendida por la “sacro santa” Iglesia Católica Apostólica y Romana. La de que el interés sexual por uno u otro “bando”, se definiría por nuestro sexo biológico y que la homosexualidad vendría a ser una especie de accidente contra natura, provocado por un desliz hormonal o por Dios sabe qué…y al ser Chile un país “casi casi” desarrollado, “casi casi” liberal, pues entre los “casi casi”, aún cabe el enorme peso que el catolicismo nos ha legado, cultural y normativamente, que marcan pautas de conducta, sobre todo, en medios de comunicación como Canal 13, directamente ligado a la Universidad Católica de Chile.
¿A quién ama Lalo/Lola Padilla?
Probablemente, si intentásemos responder la pregunta anterior en este momento, la respuesta adecuada sería “a nadie más que no sea así mismo”. El personaje protagónico, ya sea en su versión femenina o masculina, aún no da luces claras de sentir algún tipo de inclinación amorosa real por alguien. Por un lado está Romina, que mas que amor, lo que le inspira es TEMOR. Por el otro, la dulce y sufriente Grace, la amiga fiel que lo ha acompañado toda una vida, por la cual seguramente siente un lazo afectivo mayor pero que, hasta ahora, permanece en el campo de “la amistad pura, sana y buena” y no ha despertado como el sentimiento de “amor erótico” necesario para pasar del plano “amigui” al plano “pareja”. Y para terminar, estaría la posibilidad que más dudas existenciales podría producir al personaje. La relación que seguramente se debatiría entre la negación, las hormonas y el corazón, por un tiempo considerable. La relación con Diego, por quien Lola aún no manifiesta “abiertamente” interés sentimental. Sus acercamientos se ven potenciados o, tal vez, “maquillados” por fines utilitarios más que por razones afectivas. Los indicios que evidenciarían una propensión hacia Diego, están aún en el plano del subtexto o un escape del subconsciente a través de un sueño.
Romina y Grace, no se sienten atraídas por una mujer. Aman a Lalo Padilla y, aparentemente, ven su transformación casi como un cambio de “traje”. En tanto que Diego, ni en el más onírico trance producto de algún exceso con una sustancia de dudosa naturaleza, podría pensar que en realidad está enamorado de la personalidad de un hombre en el cuerpo de una mujer. Y es que el termino “ambigüedad” cobra vida en esta historia, por intermedio del personaje protagónico. Es este el rol que está moviéndose entre ambos lados de la balanza, independiente de que aún no logre inclinarla hacia un lado en específico. Es Lola quien presenta el conflicto latente de entre la homosexualidad de hecho y la heterosexualidad virtual. En el personaje interpretado por Blanca Lewin, recae el peso de asumirse como una mujer o ver esta etapa como un mero “accidente” en el glorioso diario de vida de un macho de tomo y lomo. Si se enamora de una mujer, habrán ganado las costumbres y una identidad sexual que, independiente de las circunstancias, se mantiene intacta. Si se enamora de un hombre, ¿quién podría culparlo por cambiar de “gustos”?, si algunos hasta postulan que entre la heterosexualidad y la homosexualidad existen apenas un par de “copas” de diferencia…
Claramente, cualquiera de las posturas que asuma la teleserie levantará polvaredas, pero también encontrará justificación en el libreto o en la realidad. Y es menester de los guionistas el “decidir” por cuál de las múltiples opciones amorosas se inclinarán, de acuerdo a la línea editorial de la estación televisiva o de acuerdo a su imaginación, simplemente. Si levantan el “escándalo” con la relación de lesbianismo o de pareja gay, seguramente, Dios, la Iglesia y el CNTV, sabrán perdonarlos…lo claro, por el momento, es que el “juego” con la ambigüedad sexual abre un basto campo de experimentación para la industria de las teleseries chilenas a futuro, demostrando ser un potente “afrodisíaco televisivo” para el público que sigue a diario “Lola”, por las pantallas de Canal 13…