El exitoso retorno a la TV abierta del emblemático programa infantil habla muy bien de la obra de Chespirito, «El Chavo del Ocho» pero pone de manifiesto el cortoplacismo y la crisis de creatividad de la industria televisiva chilena.
Un regreso por todo lo alto. Después de 4 años, “El Chavo del Ocho” volvió pisando fuerte a las mañanas de los sábados en TVN. En su debut del sábado 5 de octubre, se impuso en sintonía a los noticieros de fin de semana de la competencia. Según Kantar-Ibope obtuvo 5.3 puntos en promedio (con un peak de 6.8 puntos) frente a los 3.9 de Mega, 3.3 de Chilevisión y 2.1 de Canal 13. Según Zapping.com, el Chavo ganó con 32.2 puntos contra 30.3 de Mega, 19.8 de Canal 13 y 17 de Chilevisión.
Un caso notable de vigencia televisiva. Hay que dimensionar esto. Se trata de programas producido hace más de medio siglo, en un contexto histórico muy diferente al de ahora, y con algunas escenas que son cuestionadas en la actualidad; de cuyo equipo de actores quedan solamente cuatro sobrevivientes: María Antonieta de las Nieves, Florinda Meza, Carlos Villagrán y Edgar Vivar; con capítulos ultra conocidos que nos sabemos casi todos de memoria de tanto que los hemos visto.
A pesar de todo y de los 4 años sin poder consumirlos, los programas de Chespirito siguen siendo esa “sandía calada”, esa “vieja confiable” que garantiza buenos números de sintonía. Todo esto no hace más que reafirmar la vigencia del genial actor y comediante mexicano, quizás la personalidad más importante de la televisión de Latinoamérica.
Necesaria desintoxicación informativa. «El Chavo del 8″, antecedido por la clásica película de Cantinflas “El Padrecito”, derrotó a los noticieros matinales sabatinos de Mega y Canal 13 y su carga habitual de crónica roja y sensacionalismo. Eso podría explicar en parte este resultado. Puede ser que una buena parte de los televidentes estén “chatos” con tanta toxicidad informativa, con tanto asalto, asesinato y pelea en pantalla, y hayan optado legítimamente por reírse sanamente un rato.
Un público apegado a la nostalgia. Sin perjuicio de lo anterior, este resultado retrata de cuerpo entero a una industria televisiva abierta secuestrada por un público adicto a la nostalgia y viudo de la «época de oro» en que la vida giraba en torno al aparato catódico instalado en el living de la casa. Esto coincide con la buena recepción que han tenido los “refritos” de programas históricos como “Sábados Gigantes” y el “Jappening con Ja” o de series como “La Pequeña Casa en la Pradera”; con el éxito de la señal REC TV de Canal 13, centrada en programas del recuerdo, al que ahora se suma otra señal de orientación similar llamada 13 POP. Otro ejemplo de esto es «Al Piano con Lucho», el ameno programa de conversación conducido por Lucho Jara en TV+, que en esencia es lo mismo que hacía César Antonio Santis a inicios de los 70 en TVN y el Pollo Fuentes en “Nuestra Hora” a inicios de los 80.
Casi sin margen para lo nuevo. Jaime Coloma, en su polémico mensaje en “X”, consideró vergonzoso que se le diera tanto bombo al retorno del Chavo del 8, y se quejó de la “falta de creatividad” en TVN. En este contexto, y más aun considerando que la industria viene en baja sostenida, casi no hay estímulos para proponer algo interesante y creativo, pues ello implica el riesgo de fracasar, que es un lujo que los canales no se pueden dar. Un ejemplo claro de esto fue «El Antídoto» de Mega, una propuesta disruptiva encabezada por excelentes comediantes como Fabrizio Copano y Luis Slimming que no pudo conquistar a un público que aún añora a «Morandé con Compañía». Salvo ese programa o «El Purgatorio», lo que hay ahora son franquicias extranjeras, programación envasada o reinvenciones de formatos del «año de la pera» como el citado “Al Piano con Lucho”. Ni hablar de proponer algo para conquistar a las nuevas generaciones.
Camino a la obsolescencia. El problema de esta mentalidad cortoplacista de aferrarse con uñas, dientes y muelas a la nostalgia, es que esa masa de televidentes, por un evidente tema etario, está disminuyendo progresivamente, y va a llegar un momento (si es que ya no ha llegado) en que no van a bastar para sostener a la industria. Tarde o temprano, para asegurar su sobrevivencia van a tener que poner atención en el público millenial, centennial y posteriores, los mismos que han dejado de lado. De lo contrario, van a terminar como las radioemisoras AM: no creo que dejen de existir, pero van a transformarse en una reliquia que vive en torno a las glorias pasadas, pero sin vigencia ni relevancia actual ni futura.