No cabe duda que la ultraderecha está “on fire”. La llegada de Donald Trump a la Casablanca fue el inicio de una oleada que por ahora no hay como detenerla. Recién no más, Jair Bolsonaro, un Trump en versión tropical, asumió la presidencia de Brasil. El descontento ante el desastroso desempeño de gobiernos progresistas y de izquierda marcados por la incompetencia (Michelle Bachelet), pésima gestión (Nicolás Maduro) y corrupción desatada (Cristina Fernández de Kirchner) han proporcionado el caldo de cultivo para la aparición de líderes “fachos”. Ya van tres elecciones presidenciales en latinoamérica (Chile, Colombia y ahora Brasil) que se han decantado a favor de la derecha usando el desastre venezolano como herramienta de campaña del terror. Investigaciones posteriores han revelado que el uso intensivo y sistemático de “fake news” a través de medios de comunicación masiva y redes sociales tuvo una importante incidencia en los resultados.
En Chile tenemos a José Antonio Kast, que logró posicionarse políticamente luego de su 8% de los votos en la pasada elección presidencial. Este año se ha convertido en invitado recurrente a programas de televisión, y no solamente a los de actualidad, como “Mesa Central”, “El Informante” o “Estado Nacional”. Ha sido invitado recurrente a programas de entrevistas como “Mentiras Verdaderas”, en donde ha podido dar rienda suelta a su discurso. Incluso la parodia de “Los Kastos” de Morandé con Compañía tiene claras referencias hacia él. Por otra parte, ha emprendido una agresiva estrategia comunicacional al ir a dictar conferencias a diversas universidades, en donde ha recibido más de algún “cariñito” de parte de sus detractores más violentos. En una línea similar tenemos a la licenciada en filosofía Teresa Marinovic, columnista habitual de LUN y Radio Bio-Bio, quien recientemente se lanzó con una fundación para promover sus ideas, apoyada por un canal de YouTube.
Lo de Trump, Bolsonaro y Kast ha llevado a muchos a preguntarse si los medios de comunicación hacen bien al darle tribuna y hacerlos participar del debate propio de una sociedad democrática. El pretexto de esto es “evitar que usen la democracia para llegar al poder para luego acabar con ella”, lo cual no deja de ser razonable considerando casos como el de Adolfo Hitler. El líder Nazi sentó el horroroso precedente de que un desquiciado sin remedio con gran manejo comunicacional es perfectamente capaz de convencer a un pueblo ignorante, humillado y/o alienado que lo siguiera en sus delirios y votara por él en una elección democrática para llevarlo al poder. Sin embargo, siendo rigurosos, se podría decir exactamente lo mismo de un líder de izquierda como Hugo Chávez, que también llegó al poder por la vía democrática para posteriormente destruirla. Mucha gente de derecha podría perfectamente colgarse de este mismo pretexto para dejar fuera del debate al Partido Comunista y a otros grupos de izquierda, como de hecho se hizo durante la Dictadura de Pinochet. ¿Qué o quién es el que establece cuáles son las ideas “indeseables” y “peligrosas” que hay que dejar fuera del debate? ¿Bajo qué criterios? ¿Quién sabe si lo que ahora es “indeseable” y “peligroso” será “razonable”, “deseable” y hasta “de sentido común” en el futuro? Un gran ejemplo de esto es la Ley de Divorcio, que fue satanizada a más no poder por sus detractores durante su discusión. Sin embargo, llevamos casi dos décadas con esa ley, no creo que haya llegado el apocalipsis, e incluso muchos de sus detractores terminaron acogiéndose a ella para zafar de sus matrimonios en crisis.
¿Qué tienen personajes como Kast, Trump, Bolsonaro, Alex Kaiser que resultan mediáticamente atractivos para los medios? Creo que lo mismo que otros como Emeterio Ureta, Oriana Marzoli o el Pastor Soto. Son provocadores, políticamente incorrectos, entretenidos y comunicacionalmente hábiles. Donald Trump es un puto genio del marketing, que usó toda su experiencia ganada en años de farándula y como conductor del reality show “El Aprendiz” para llegar impensadamente al gobierno del país más poderoso del mundo. José Antonio Kast, si bien es sobrio, compuesto y poco dado a los exabruptos, ha sabido manejarse inteligentemente con los medios, al punto de hacer ver mal a ciertos personeros de izquierda como al economista del Frente Amplio Nicolás Grau, a quien le sacó en cara el pastelazo que se mandó al perder $120 millones en una fiesta universitaria.
Además, esto neofachos reflejan el pensamiento de un sector importante de la población. Hay mucha gente que en el fondo de su alma discrepa profundamente con ciertas ideas “políticamente correctas” que se han ido imponiendo como la de la tolerancia a la diversidad sexual y a los inmigrantes o el feminismo exacerbado, y que creen que la solución a la delincuencia pasa por darle permiso a las fuerzas policiales para matar sin misericordia a los delincuentes. Hay muchos que no aceptan ni se quieren adaptar a un mundo globalizado al que no entienden y le temen. La izquierda y el mundo progresista cometió con ellos el mismo error que la Iglesia Católica con los pobres: los dejó de lado, permitiendo que grupos integristas como ciertas sectas evangélicas y estos neofachos crecieran y se transformaran en su voz.
Estos grupos y líderes neofachos son un desafío para la libertad de expresión. Negarles cobertura en los medios de comunicación tradicionales resulta hasta ingenuo pues ahora tienen la Web a su entera disposición para promover sus ideas sin restricción alguna, e incluso con mayor llegada. El campo de batalla de esta guerra ideológica se da en los medios de comunicación, y en particular en las redes sociales, en donde la persuasión emocional y el uso sistemático del miedo funcionan mejor que los argumentos racionales y el sentido común. Estos tipos conocen la cancha donde se están moviendo, son capaces de “leer” mejor a las personas y saben qué botones pulsar para atraer su atención. No sirve ningunearlos, mirarlos a huevo ni menos burlarse de ellos. Trump y Bolsonaro fueron repudiados y parodiados hasta la saciedad, e igual ganaron. Si Hitler fue capaz de engrupirse a un pueblo culto como el alemán con las sandeces que espetó en su porquería de libro llamada “Mein Kämpf”, quién sabe qué podrían lograr estos neofachos con la Web a su disposición y con un pueblo alienado donde campea el analfabetismo funcional, científico y emocional.