Las rutinas humorísticas de Edo Caroe, Rodrigo González, Natalia Valdebenito y (en menor medida) Pedro Ruminot siguen causando revuelo. Inicialmente llamaron la atención por la manera en que reflejaron la pésima opinión que la opinión pública tiene de la clase dominante chilena política, empresarial y eclesiástica, muy merecida por lo demás por sus actuaciones por todos conocidas. Sin embargo, han empezado a surgir voces que se han enfocado en otro aspecto: el lenguaje de los humoristas fuertemente cargado al garabato; el uso intensivo del doble sentido y la escatología; y el atacar ácidamente a personas (principalmente autoridades) con nombre y apellido. Estas protestas han sido paradójicamente transversales, desde una video-columna de Hermógenes Pérez de Arce en Radio Bio-Bio hasta las quejas amargas de la JJ.CC. al chiste de Edo Caroe sobre Camila Vallejo. Otros que se han quejado al respecto son el abogado Lautaro Ríos en El Mercurio de Valparaíso, el historiador Alfredo Jocelyn-Holt en su columna sabatina de “La Tercera” y Raquel Argandoña en sus columnas festivaleras de “La Segunda”.
Salvo Rodrigo González, los humoristas no eran para nada desconocidos. Ruminot y Valdebenito estuvieron en el Club de la Comedia; el año pasado, el ex “Hombre Ardiente” pasó por “Humor Gala”, y la ex.-“Cabra Chica Gritona” estuvo 7 meses en “Campo Minado” de Vía X. Además, han adquirido experiencia importante en escenarios cerrados, incluso fuera de Chile. Por su parte, Edo Caroe era conocido desde “Coliseo Romano”, tuvo notoria figuración en “Mentiras Verdaderas” y “Alfombra Roja Prime”, llenó salas con su espectáculo “Crisis Mas-iva” y venía de un exitazo en el Festival de Olmué el año pasado. Los tres hicieron lo que se esperaba de ellos, e incluso estuvieron más moderados que en sus espectáculos en teatros cerrados. Asumo que se los contrató para Viña a sabiendas del estilo de humor que practicaban.
El uso de los garabatos, el doble sentido y la escatología en el humor siempre ha sido un tema. Lejana en el tiempo está la censura a la picaresca rutina de Hermógenes Con Hache en 1984, que para los estándares actuales suena casi infantil. Cuesta mucho imaginarse que gente como el difunto Jorge Romero “Firulete” pudiera triunfar en la Quinta Vergara apelando a su humor blanco de siempre. Comediantes de indiscutible calidad como Coco Legrand, Stefan Kramer, Hugo Varela y Bombo Fica han apelado a estos recursos de alguna u otra forma. Incluso los “Les Luthiers”, íconos culturales del humor, lo hacen. Pedirle a alguien que haga humor 100% blanco resulta utópico, menos aún en un espectáculo nocturno como el Festival de Viña. Cuando en 1998 Oscar Gangas intentó domar al monstruo con humor blanco y criticando el doble sentido, el público se lo devoró sin misericordia. En su segundo intento el 2011, Gangas cambió de estrategia y apeló a una rutina cargada al doble sentido y al humor sobre homosexuales, con la cual triunfó ampliamente. ¿Quién puede reprochar a Gangas por eso? Se podrá discutir su calidad artística, pero lo que hizo fue indudablemente acertado desde el punto de vista pragmático y estratégico.
Creo que Pérez de Arce y otros se equivocan en esperar que en un contexto de espectáculo veraniego nocturno rijan los mismos códigos de lenguaje que en ambientes académicos, de “alta cultura” o en una reunión de abogados. De hecho, gracias al uso de ese lenguaje “popular”, es que los humoristas lograron empatizar con el público, los televidentes y, a la larga, la opinión pública. Además, creo que la gente se está cansando cada vez más del abuso del lenguaje “educado” y “políticamente correcto”, que ha terminado transformándose en un pretexto para no decir las cosas por su nombre y para terminar ocultando verdades y encubriendo situaciones dolosas. Por el afán de “no herir susceptibilidades”, Chile se ha transformado en el paraíso de los eufemismos: “asesoría verbal”, “error involuntario”, “raspado de la olla”, “dama de compañía”, etc. Los que claman por la corrección en el lenguaje muchas veces no han sido “correctos” en otros temas.
El atacar autoridades con nombre y apellido fue algo novedoso, pero esperado. Ni siquiera el “Palta” Meléndez, máximo estandarte nacional del humor político durante años, se atrevió a hacerlo. Lo de este cuarteto es perfectamente comparable a lo que hace por ejemplo Enrique Pinti en Argentina, cuyos shows se caracterizan por lo cruentos y deslenguados. El periodista Jorge Lanata, que incluye elementos de comedia en sus programas políticos, no tiene empacho en nombrar y encarar a políticos poderosos cuando corresponde, apelando incluso a apelativos como “chorro” (ladrón), “imbécil”, “grasa” (vulgar) e “hijo de puta”. Además, y para qué estamos con cosas, la clase dirigente se ganó ampliamente que la trataran de esa manera, después de la seguidilla de torpezas, flagrantes actos de corrupción, descaro y justificaciones absurdas. Si la justicia no los castiga como corresponde, al menos los comediantes les hicieron saber el descontento nacional que existe en torno a ellos.
Lo de Camila Vallejo merece análisis aparte. De partida, la analogía con Mackauly Culkin no era nueva, pues Edo Caroe ya la había contado en “Mentiras Verdaderas”. La reacción de la JJ.CC. habla de que los jóvenes de ese partido aún no han sido capaces de superar la histórica “seriedad excesiva” que caracteriza al Partido Comunista. Por otra parte, no queda claro si lo que les molestó más fue el chiste en sí o la pifiadera del “monstruo” al escuchar el nombre de Vallejo, de la cual Caroe claramente no tiene la culpa. Por último, el argumento de la “defensa de género” resulta poco creíble, pues solamente lo sacaron a colación en el caso de Vallejo y no dijeron nada respecto de la “T de greda” de Raquel Argandoña, que más encima estaba presente en la Quinta Vergara. Creo que el peor favor que le pueden hacer a Camila Vallejo es transformarla en un ícono intocable, y que sea más seguro echarle tallas a la Virgen del Carmen que a ella.
Los cuatros shows se inscriben dentro de lo que he llamado el “humorismo pebre”, picante pero muy bien preparado. Detrás de los garabatos, los ataques a mansalva y las tallas de doble sentido, las rutinas tuvieron un trasfondo conceptual bastante importante: Edo Caroe se dio el lujo de citar a Gramsci, Friedman y Platón, y Natalia Valdebenito articuló un discurso feminista sumamente potente. No fueron una colección de improperios y banalidades como las de Che Copete, sino que había un discurso claro que hizo resonancia con el sentir ciudadano.
Creo que, más que quejarse del lenguaje, hay que hacerse cargo del fenómeno y analizar de donde viene. Que espectáculos como estos hayan logrado tanta resonancia nos habla de una sociedad alienada, estresada, con necesidad de desahogarse y aburrida de que la clase dominante los explote impunemente. Lo sucedido en Viña refleja nuestro estado como país, y quedarse solamente en el “uso del lenguaje” es no entender lo que está pasando.