Llena de parafernalia, eso no se puede negar. Así es Lady Gaga, así es que la intérprete de «Just Dance» se maneja cómoda. Su concierto fue una muestra cercana de ello, pudiendo corroborar que su arrastre, no en cantidad necesariamente, sino que en hechos y devoción tangible de la fanaticada, es algo que muchos otros artistas ya se quisieran.
Los pobres «pequeños monstruos» tuvieron que aguantar a dos teloneros fuera de foco, que a pesar de ello se las arreglaron a su manera para marcar presencia. Lady Starlight entró allí por ser la amiga de la señorita Germanotta, eso es innegable. Un show bizarro que no ofreció aporte alguno. Luego, The Darkness con el glam intentó calzar, y hasta prendió remotamente al público, pero tampoco es que hayan generado mayor interés. Hasta «acrobacias» hacían, pero nada de euforia. Eso venía después. Es que todos esperaban a una sola persona.
Si bien hubo una impaciente demora que en cada asiento se podía palpitar, se percibía un nerviosismo que se reflejaba desde agitaciones a llantos, porque cada fan tenía su particular historia con la música e imagen de la neoyorkina, y esa noche la iban a rememorar, para hasta incluso cerrar un ciclo.
Es ése el efecto que Gaga puede tener. Un mensaje de aceptación trae estas consecuencias, la conexión que puede generar con algunos fans y targets puede llegar a niveles profundos. Tapando el considerable retraso con la novena sinfonía de Beethoven más insistentes comerciales de su perfume en las pantallas, pudo haber colmado la paciencia del público, claro, pero pasa que la incondicionalidad es ferviente.
Apenas comenzó el setlist, con «Highway Unicorn (Road to Love)» hubo una catarsis generalizada. Más allá de las imbéciles etiquetas que se les suele otorgar a los fans de la música pop (ese pop duro, de radio , mainstream) y las divas, todos andaban en la misma. Querían disfrutar. Los que acamparon, los que viajaron kilómetros varios, los que venían notablemente disfrazados, hasta los que venían «porque es la moda». Todos y cada uno, hasta periodistas curtidos en el rock habían. Y no lo pueden negar, se unieron a lo que Gada y la marea estaba armando: una fiesta llena de extravagancia, pero de liberación.
Si bien la temática del tour es un mensaje de auto-aceptación y rebelarse ante las ataduras, la inclusión de algunas canciones de sus dos primeros trabajos puede que haya vuelto floja la puesta en escena a ratos, quitándole contenido a lo que se quería decir. El intento por incluir canciones de su último trabajo también puede ser forzoso («Bloody Mary», por ejemplo), pero en otras, como «The Edge of Glory» y «Hair», la velada llega al climax, son las canciones que más reacción provocaron, y las más simbólicas dentro del repetorio. En vivo es una fuerza que une a la masa para crear todo un ente, todos están en la misma onda, y eso puede hacer que algunas falencias vocales se pasen por alto. Del escenario no hay mucho que decir, plegable, variaba según lo que la diva requería. El punto magro puede ser que ella habla demasiado, se llena de clichés que a los fans pueden encantar, pero a alguien que no es incondicional lo pudo hasta aburrir, y hasta podían entorpecer la transición de las canciones.
Canciones bailables, discotequeras en su mayoría, con el pop de la nueva década, hicieron enloquecer a una masa que desde el comienzo estaba entregada. Los cambios de vestuario, los detalles escénicos eran sólo una excusa para una finalidad: ver a Gaga. Eso era lo que importaba, y ella demostró el porqué es una referente de la camada de su generación. Stefani Germanotta tiene mucho por pulir, pero al paso que va, seguramente se transformará en un ícono de las divas pop. Ya está haciendo su historia.