Como era de esperarse, la pandemia del coronavirus ha llevado a que surjan dudas más que razonables respecto a la realización del Festival de Viña en febrero del 2021.
No es para menos. Estamos en un contexto donde se postergaron o derechamente cancelaron eventos importantísimos como los Juegos Olímpicos de Tokio, el Festival de Eurovisión y megarecitales como Glastonbury, Coachella y Lollapalooza; en el que las ceremonias de los Oscar y de los Globos de Oro, eventos que se suelen realizar en fechas relativamente cercanas a la del evento de Viña, ya fueron postergados; y en el que TVN, debido a los efectos de la pandemia y a su crisis institucional y financiera, dejó caer el Festival de Olmué. Así las cosas, resulta ingenuo y aventurado sostener que la continuidad del Festival de Viña está asegurada. Los dardos apuntan a que, dependiendo de la evolución del virus, hay tres posibilidades: 1) que se postergue; 2) que derechamente se cancele; y 3) que se realice en la fecha habitual, pero en condiciones sumamente limitadas.
La idea de postergar el evento para más adelante -marzo o abril- se ve poco factible desde el inicio por razones climáticas y porque el Festival de Viña es un evento veraniego y estival por definición. Cuesta imaginarse un festival en abril, con todo Chile en época laboral, con poco efecto para el turismo y cruzando los dedos para que San Isidro no se manifieste mientras dure el evento.
De cancelarse, sería la primera vez que sucedería desde su creación. Hasta ahora, la única interrupción del evento ha sido la suspensión de la jornada final de la edición del 2010 debido al terremoto del 27-F. Obviamente, esto sería un golpe brutal para la municipalidad de Viña, para la ya vapuleada industria turística y para todo el medio artístico. El festival es la guinda de la torta de la temporada estival. Si ya se asume que el verano 2021 va a estar fuertemente condicionado por la pandemia, esto empeorará aún más sin el impulso que significa el “festival de los festivales”.
Por último, de realizarse el festival en sus fechas habituales, sería en condiciones muy restringidas. Ya se habla de un evento con la mitad o menos del aforo de la Quinta Vergara -es decir con un “monstruo” sumamente diezmado- y limitado a artistas nacionales o a lo más latinos. Recién nada más trascendieron los nombres de Coco Legrand y Bombo Fica. Cuesta imaginar a artistas internacionales y a la prensa extranjera arriesgándose a venir a un Chile transformado en el «Valle de los Leprosos» por sus altos niveles de contagio y pésimo manejo de la pandemia. Surgen varias preguntas: ¿Tendrá las seis jornadas habituales? ¿Podrán terminar las jornadas a altas horas de la madrugada? ¿Valdrá la pena hacer competencias?
Además del COVID, está el tema de la crisis de la industria televisiva que tiene a TVN por las cuerdas, al punto de obligarlo a renunciar a Olmué. Si ya el festival en un año “normal” tenía una rentabilidad en el mejor de los casos dudosa, ¿qué se puede esperar de un hipotético evento realizado a media máquina? ¿TVN y Canal 13 están en condiciones de asumir un riesgo como este?
Y para más remate, este posible festival nos pillaría en un Chile en plena convulsión política por los efectos de eventual proceso constituyente y ad portas de una oleada de elecciones, incluyendo la de alcaldes, en la que la actual edil Virginia Reginato no se podrá repostular. Ya en la edición 2020 quedó evidente la imposibilidad de aislar al evento de la contingencia, y que resulta utópico tener una parrilla “políticamente equilibrada” porque el 99% de los artistas relevantes son de ideología “progre” o cargados a la izquierda.
Este trance puede ser una gran oportunidad para hacer una reingeniería completa del evento. Viña es el sobreviviente más fuerte y vigente de un grupo de eventos musicales que fueron importantes hasta hace 30 años atrás, pero que ya desaparecieron (Benidorm) o tienen importancia solamente a nivel local -San Remo, que solamente le interesa a los italianos y a las colonias italianas-. Desde los años 70, el Festival ha estado fuertemente ligado a la industria de la TV abierta, la cual está viviendo un progresivo proceso de decadencia financiera e institucional. Creo que gran parte del futuro del evento pasa por desmarcarse de la TV abierta y buscar alianzas con grandes cadenas internacionales u operadores de cable como lo hace Lollapalooza con VTR.
Para esta renovación, un buen modelo a considerar es el Festival de Eurovisión, un evento con años de historia y tradición que ha sabido reinventarse con el tiempo y que, más allá de las discusiones acerca del nivel de las canciones o de las votaciones, se ha transformado en un fenómeno de masas con repercusiones incluso más allá de Europa. Otros modelos a considerar para hacerle un “refresh” a Viña son los megarecitales tipo Lollapalooza, que se sostiene sin depender de la TV abierta y ha permitido la llegada al país de artistas en su mejor momento y en algunos casos inalcanzables para la Quinta Vergara. Obviamente, todo esto sujeto a los cambios que se producirán en la industria del espectáculo después de la pandemia, en donde los grandes grandes recitales que conocimos hasta ahora, si es que vuelven, no lo harán en el corto plazo, y se harán bajo condiciones muy diferentes.