Tras siete años sin sacar material inédito propio y sólo con un par de apariciones esporádicas en álbumes de Madonna, Diddy y T.I., Justin Timberlake vuelve a la carga con «The 20/20 Experience», su esperado nuevo trabajo. Tras comprar MySpace y dedicarse a hacer cine incursionando en la actuación de lleno -con una cúspide dentro de esas lides con su participación en «The Social Network»- el treinteañero vuelve a juntarse con su productor de cabecera, Timbaland, para llevar a cabo su tercer disco de estudio tras abandonar el grupo teen-pop N’Sync.
El primer «pero» que seguramente muchos tendrán, incluso sin escuchar el álbum, será que las canciones son muy largas. Para muchos un problema, para otros más oportunidad de escuchar más música.
Básicamente lo único de «duración estándar» que podemos encontrar acá es «That Girl», que cuenta con una intro recitada por el mismísimo Timbaland, que sitúa a la canción en un club nocturno underground. Pero escuchando el material, usted puede percatarse de la intención que el dúo tiene. «Si Led Zeppelín y Pink Floyd tienen canciones de diez minutos, ¿por qué nosotros no podemos? ¿Acaso vendremos a descubrir las versiones editadas de singles para las radios?», declaró en su momento Justin. Eso lo explica todo. Es pretencioso, obviamente, pero el desafío que tenía era sustancialmente complicado; en los últimos años han emergido varias pop-stars que hoy son peso pesado en la industria, además que el R&B ha tenido una interesante evolución a través de nuevos exponentes.
«Pusher Love Girl» entra con ese aire de grandilocuencia inmediato, y marca una pauta que se repite en casi todo el álbum: canciones que entran con un estilo y tienen un break casi a la mitad de la composición, para acabar siempre en un estilo más urban, evidentemente comandado por el nigga Timbaland. A Timberlake le queda bien eso. En su anterior LP, «FutureSex/LoveSounds» ya había impregnado dicha técnica, por ende suena a algo conocido, pero no alcanza a ser copia. ¿La razón? Este trabajo suena mucho más estilizado, mejor producido que el anterior, ya que rodeado de una orquesta que rememora a la agrupación incidental «The Whispers», la música se lleva a cabo de forma mucho más estridente y con muchos más recursos instrumentales y vocales.
Hay puntos de quiebre de estilo aquí, tales como la tribal «Don’t Hold the Wall», la latina «Let the Groove Get In», y la casi trance «Blue Ocean Floor». Pero a pesar de marcar diferencias con el resto del material, el álbum en sí suena muy cohesionado, con las canciones precisas y enfocadas hacia esta nueva meta de «modernizar» lo anteriormente hecho. El punto débil pueden ser las letras, Timberlake sigue con esa onda media hedonista, pero agregándole un toque de hombre exitoso, pero para un tema de canción pop, están bien encaminadas, con las temáticas precisas y adecuadas al estilo que Justin quiere improntar acá.
Tras tanto silencio musical, el intérprete de «Rock Your Body» no defrauda. Deja un estilo definido y marca pauta dentro del pop, con una clara influencia de exponentes como Prince y el mismísimo Michael Jackson. Si bien a ratos todo suena a «conocido», se consigue marcar una diferencia -quizá demasiado mínima a ratos- con el anterior material de estudio del artista. Quién encarnara a Sean Parker en «The Social Network» vuelve recargado, y se encarga de desmarcarse de exponentes como Bruno Mars, quien es señalado como la competencia natural del americano. Hay mucho potencial single, y sobretodo, buena música. La experiencia que Justin Timberlake nos resulta ser, sin dudas, exitosa.