Lana del Rey es una baladista con aires indies. Eso es algo que en realidad se asume, pero que hay que remarcar constantemente y quizás eso pasó con la crítica: no lo hicieron, esperaron que fuera lo opuesto. Las revistas y sitios especializados la destrozaron, alegando que era un producto, no una artista.
Quizás fue la enorme decepción de haber tenido como primera muestra la magistral «Video Games» y luego el tener el álbum «Born to Die» de contraste, un álbum bueno, que refrescó el trillado pop americano, pero que carecía de dirección y tomó rutas plásticas, siendo ese un punto de inflexión ante la citada crítica, lo que hasta llegó a un punto álgido tras su primera presentación televisiva, donde los nervios le jugaron una mala pasada.
Ocurrió que, contrario a lo que muchos esperaban, la carrera de esta hermosa joven, en vez de estancarse avanzó demasiado. Su álbum debut, el 2009 tenía un booglet y el 2011 se lanzó un EP con su nombre, ya tiene ventas mundiales por sobre los dos millones: una asombrosa cifra para estos tiempos dónde los súper-ventas de verdad escasean, y se ha posicionado con fans acérrimos, además de estrictos detractores. Ella casi tiene el mundo de la música a sus pies, sólo le falta ganar un Grammy, que alguna leyenda la mencione favorablemente y romper una guitarra eléctrica contra el piso.
Sin embargo, en «Born To Die: The Paradise Edition» hay un pequeño gran problema. Sigue estando aquella problemática de su disco debut. Esta es una re-edición, que contiene el álbum anterior y otro LP de 9 canciones más. Si bien se intenta demostrar un avance, éste sigue siendo mínimo. De hecho, hasta pareciera estar estancada. «Ride», por ejemplo, supone una especie de retroceso a lo que venía haciendo instrumentalmente, debido a que derechamente es una típica balada, de esas genéricas, llena de momentos típicos de ese tipo de registros. Hay un desnivel considerable en sus letras, como «mi vagina sabe como una bebida pepsi», que puede resultar un inicio cool para algunos, pero puede resultar extraño en una artista de sus características. ¿O será acaso una respuesta a Courtney Love por la pachotada que le envío tras realizar un cover de «Heart Shaped Box»? A veces ella suelta frases para el bronce, en otras se llena de clichés innecesarios, con una auto-compasión que puede resultar intolerable, y cae en fórmulas vocales que cualquier otra pop-star mainstream podría otorgar.
Hay que acotar que ella se maneja con una gama de productores y estilos ideada para diseñar un modelo de pop diferente a lo de la radio, y sí, se consigue, pero no hay que esperar mucho de ello tampoco. En esta re-edición, que perfectamente podría ser su segundo LP, además se abandonan elementos que hacían un poco más interesante el álbum pasado, como los Samplers estilo Kanye West que le daban un misticismo y un paisaje mayor a las canciones. Se mantiene el modelo de composición creciente, que explota de forma metódica tras un par de coros y alguna que otra coda. Seguramente si está leyendo esto, y es fan de Lana, me querrá acribillar, pero le digo que sí tiene cosas interesantes. Si bien varias canciones se conocían, «Yayo», que sufre una considerable modificación a su versión demo, tiene un aire cantinero; es como si Lana estuviera cantando en un local nocturno de los años 20, rodeada de gangsters. «American» sigue la línea de «Born to Die» y ofrece un pop barroco que se apoya en percusión programada. La voz de Lana sigue siendo un aliciente interesante. La chica no tiene un gran vozarrón, pero sabe, o le han enseñado muy bien, emplear los recursos necesarios para el estilo que quiere entregar.
Alguna vez leí que señalaban que ella era el primer intento de comercializar la música «indie». Pues bien, la fórmula intenta ahora acercarse más a lo mainstream, prueba de ello es la fina base electrónica que pareciera insinuarse en «Cola», pero Lana Del Rey sigue diferenciado su estilo de el resto de la camada gringa de mujeres del pop. Eso sí, para llegar a ser lo que alguna vez se insinuó que sería, falta, y mucho.