Ya estaba bueno. En un momento en que estamos inundados por las “fake news” y donde la pseudociencia parece tener cada vez más espacio y tribuna en los medios, han surgido personajes del mundo de la ciencia que se han atrevido a dar el salto y se han dedicado a la difusión científica a través de diversos medios, en especial libros, TV abierta y de pago, y YouTube.
Con una opinión pública analfabeta en temas culturales y científicos, y poco proclive a cuestionarse lo que le dicen, los charlatanes, vendedores de pomada, difusores de “fake news” y exponentes de la pseudiociencia tienen campo abierto para difundir sus ideas y ganar adeptos. Un gran ejemplo de ello es la notoriedad pública que han ganado movimientos como el terraplanismo y los antivacunas. El mundo científico, y la alta cultura en general, tienen el deber de oponer resistencia. La difusión cultural y científica a niveles masivos se hace imprescindible.
En su clásico libro “La Cultura Huachaca”, Pablo Hunneus dedicó un capítulo a analizar la relación del mundo académico y de la “alta cultura” con la televisión. En ese texto se explica porqué ha costado tanto difundir cultura y ciencia en los medios masivo. Y en gran parte es culpa de los propios académicos e intelectuales, por diversos motivos: tendencia a mirarse al ombligo y a cerrarse sobre sí mismo; el tonto prejuicio de que “comunicar es rebajarse” y de que el nivel de la exposición es directamente proporcional a lo incomprensible que es (“explicar lo que todos saben en palabras que nadie entiende”); desprecio y ninguneo a los medios de comunicación masiva y a las personas que trabajan en él; y principalmente, una debilidad notoria en temas comunicacionales, reflejada en carencia del sentido de la imagen y del tiempo, impersonalidad, falta de humor y analfabetismo audiovisual. Muchos años después, en uno de sus artículos, Nicolás Copano contó que para uno de sus programas intentó invitar a gente del mundo de la academia, pero a la hora de la verdad evidenciaban serios problemas a la hora de enfrentarse a las cámaras.
Para el mundo académico e intelectual, ir a un medio masivo como la TV es equivalente a ir a jugar contra un equipo boliviano de fútbol en condición de visita. Por lo general los equipos bolivianos son de nivel a lo más discreto, y cuando juegan de visita los barren fácilmente. Pero de local cuentan con la ventaja de la altura, de la falta de oxígeno a la cual ellos están acostumbrados, y que le genera dificultades a sus rivales. Ello les permite ganar y hasta a veces golear a equipos de mucho mejor nivel. Análogamente, los personajes del mundo de la TV no suelen caracterizarse precisamente por su buen manejo en los temas culturales y científicos. Ni pensar qué pasaría con ellos si fueran a un seminario en una universidad o academia de buen nivel. Sin embargo, están muy bien adaptados al medio televisivo: se manejan con las cámaras, saben qué caras poner, tienen manejo de los tiempos y de las imágenes, saben cuándo interrumpir con una patochada, etc. Es su hábitat, ahí juegan “de local”. En ese escenario, resulta perfectamente posible que una modelo farandulera o un opinólogo haga ver mal a un Premio Nacional de Ciencias en una discusión mediática.
Dado lo anterior, el mundo científico y académico necesita aprender una serie de habilidades y eliminar ciertos prejuicios para poder llevar adelante con éxito la tarea de la difusión masiva del conocimiento. En particular, resulta imprescindible aprender el lenguaje audiovisual. No queda otra que aprender a jugar en esa cancha y con sus reglas. Uno de los primeros que tomó conciencia esto fue el Dr. Eric Goles, que tuvo que tomar clases de teatro para poder hacerse cargo de la conducción del programa “Enlaces”. Y así parecen haberlo entendido gente como Marcelo Lagos, José Maza y Gabriel León en TV, María Teresa Ruiz en el mundo editorial y Andrés Gomberoff en YouTube. Científicos que, a su gran nivel en sus especialidades, suman importantes capacidades comunicacionales. Son grandes contadores de historias, que salieron de la torre de marfil académica, hicieron caso omiso de los prejuicios y se atrevieran a hacer difusión científica de verdad y sin complejos. Particularmente Maza y León han aprendido a lidiar con las preguntas básicas, afirmaciones cargadas de ignorancia y especialmente con las impertinencias en las que suelen caer los profesionales de los medios masivos al tratar estos temas.
Aparte de la TV abierta y los canales de cable especializados, como los de Discovery, YouTube se ha transformado en una gran vitrina para la difusión científica. En Chile tenemos entre otros al ya citado Andrés Gomberoff y su canal “BELLEZA FÍSICA el aperitivo”, y el canal de astronomía “astrovlog”. Existen montones de youtubers científicos de habla hispana de muy buen nivel, mayoritariamente jóvenes:
- “Quantum Fracture”, perteneciente al estudiante de física español José Luis Crespo.
- “C de Ciencia”, perteneciente al estudiante de geología español Martí Montferrer.
- “El Robot de Platón”, del ingeniero peruano avecindado en Nueva Zelanda Aldo Bartra.
- El excelente canal homónimo del compositor y productor musical español Jaime Altozano, que si bien se centra en la docencia y difusión musical, en muchos de sus videos hace alusiones a temas relacionados con ciencia e ingeniería.
Estos youtubers logran compatibilizar el rigor científico con una propuesta audiovisual sumamente atractiva, entretenida y a ratos alucinante. Explican de manera sencilla temas complicados, con mucha dosis de humor e ironía millenial. Además, con frecuencia hacen colaboraciones entre ellos. Por ejemplo, a finales de junio pasado Altozano y Montferrer de “C de Ciencia” hicieron dos videos en sus respectivos canales en los que analizaron el fenómeno de la música, y establecieron los parámetros de lo que hoy sería “la canción perfecta”. Aplicando esos parámetros, compusieron una canción llamada “Trap del Terraplanismo”, donde invitaron a participar a Crespo de “Quantum Fracture” y grabaron un video clip de muy buena factura. La canción se difundió y llegó a ser Nº1 de Spotify en España, lo que evidencia que su conclusiones resultaron más que acertadas.
Así pues, estamos adportas de una interesante guerra mediática entre los difusores del mundo científico y los Salfates de este mundo, los defensores de las pseudociencias. Los primeros tienen el conocimiento de su lado, pero los segundos tienen hasta ahora el predominio en el manejo comunicacional, lo que les da una gran ventaja a la hora de comunicar y explica que por ahora estén ganando por paliza. Por suerte, el mundo científico está aprendiendo a comunicar, lo que (esperamos) permitirá dar vuelta la situación. Ojalá así sea, por el bien de todos.