Si hay algo que se le puede reconocer al instante a «Feroz«, el título que reabre como puede el área dramática de Canal 13, después de una seguidilla de descalabros que sólo parecen hechos por gente interesada en destruirla desde dentro, es el ser una teleserie con buenas intenciones.
Intención de subirse a una tendencia mundial condimentándola con elementos clásicos de nuestra teleserie, de innovar dentro de la oferta de la tele abierta, de ser realistas (ok, se trata de hombres lobo, pero no hay detalles del tipo «casino flotante»), de salvar mediante el bajo perfil a un área dramática que dejó de aspirar a 30 puntos, de dejar contentos a distintos tipos de público.
Pero sabemos que dejar contentos a todos es tan imposible como ser exitoso siempre. Acá hay que tomar decisiones. «Feroz» las toma: a veces acierta, y otras uno se pregunta quién está a cargo. Como con ese escabroso comienzo «en-ci-ne» (¿qué explica ese afán de ciertos realizadores de querer hacer cine, menospreciando la televisión y sus códigos?), que, perdiéndose en preciosismo y pedantería, desaprovechó el interesante link entre la licantropía y la cultura mapuche que el guión proponía.
Después de eso, vimos una teleserie tradicional con personajes que aún no se ven del todo desarrollados. Para mantener el interés con el correr de los capítulos, es urgente que al menos los jóvenes abandonen ese tufillo de comercial de cerveza «y tu hermana» que quizás sea realista en algunos grupos sociales, pero no ofrece ni potencial dramático, ni novedad, ni ese elemento cool que el público joven exige (¿o alguien cree que el éxito de series como «Gossip Girl» o «Skins» se debe a su realismo?). Acá parecen más los chicos rechazados que han visto demasiadas películas ochenteras en VH1 que los cool de la clase. Incluso lo primero podría ser interesante, pero no cuaja.
En cambio, los personajes adultos -pocos, y aún percibiéndose un poco a la fuerza en el contexto de la historia- prometen más desarrollo. Tienen todos los elementos de la teleserie clásica que interesan al público más grande, además del freakerío del elemento lobo (el extraño retorno de Cristián Campos, de todos modos un excelente cast). Probablemente Patricia López, la única actriz chilena por la que es imposible sentir indiferencia, se luzca con sus sobreactuaciones a propósito y sufra la implacabilidad de la crítica. No importa. Está ahí para provocar comentarios en un elenco correcto y más bien plano. También hay que tenerle fe al personaje de Blanca Lewin, que viene a inaugurar un nuevo estereotipo televisivo: la psicóloga engrupida y calentona. ¿Qué diría Pilar Sordo? Entre el elenco joven destaca Mario Horton y María José Bello, quien hace rato viene haciendo méritos para un protagónico.
Es probable que «Feroz» cautive a su público objetivo primigenio: niñas de 13 años que aprendieron a leer con Crepúsculo y recién descubren lo que les pasa con el pelo en pecho de Ignacio Garmendia. También es probable que ese público se aburra con las intrigas de Carolina Arregui y los tormentos de Tamara Acosta. He ahí el desafío: saber conjugar distintos públicos frente a la tele, como bien lo saben hacer los brasileños. No es obligación decidirse entre Moya Grau y Vampire Diaries: sí lo es ajustar los ingredientes para que el pastel quede bien.