En dos días, el inefable pastor evangélico Javier Soto alcanzó el éxtasis mediático. Después de meses de delirante cruzada en defensa de la “palabra de Dios”, incluyendo discursos apocalípticos y persecuciones a activistas del mundo gay, Soto hizo de las suyas en el Congreso Nacional durante la discusión del AVP, y al día siguiente en “#Vigilantes”, donde no contestó ninguna de las preguntas de los panelistas, y terminó tratando de robarle pantalla a un paciente Nicolás Copano.
En un artículo anterior critiqué la tendencia de los medios a darle demasiada tribuna a Javier Soto y a otros pastores similares, caracterizados por su fanatismo religioso y excesiva adicción a las cámaras de televisión. Muchos se preguntan si los medios hacen bien en darle cobertura a sus andanzas. Por un lado, parece poco recomendable “seguirles el juego” y concederles la figuración pública que buscan. Pero por otra parte, situaciones como las del Congreso son demasiado graves como para hacer caso omiso de ellas. Además, después de una semana plagada de hechos de sangre provocados por fanáticos religiosos en Australia, Pakistán y Nigeria, el terrorismo motivado en el fundamentalismo religioso es un hecho que no puede ser mirado en menos.
Por lo anterior, el haberlo invitado a “#Vigilantes” resultaba pertinente al menos en principio. Reconozco que cuando supe, me entraron dudas. Incluso le sugerí por Twitter a Copano que tuviera a mano camisas de fuerza por si acaso. Y a medida que el Pastor Soto se negaba a contestar las preguntas de los panelistas, quedaba la duda si el motivo de esta entrevista era un legítimo afán de informar y debatir, o la simple búsqueda de sintonía a través de la exacerbación del morbo y el sensacionalismo. Una televidente de Quilpué que participó vía telefónica, después de ningunear de forma magistral a Soto, se quejó de que le dieran cobertura y quitaran tiempo a noticias más relevantes, como el acuerdo entre Estados Unidos y Cuba. Al final, lo que obtuvimos fue uno de los momentazos televisivos del año, con el tema rompiendo las redes sociales (fue Trending Topic mundial en Twitter) y algunos elementos de juicio interesantes.
En otro artículo anterior me referí a la falta de oficio periodístico de Nicolás Copano en su entrevista a Cristián Espejo. Tengo que reconocer que se ha superado. Dictó cátedra de aplomo y templanza frente a un entrevistado mil veces más complicado que el abogado de Cristián Labbé, especialmente en el discurso de cierre del tema, donde demostró solidez para seguir hablando a pesar de la grosera interrupción del pastor. También hay que decir que los panelistas, en especial Sebastián Esnaola, supieron mantener las formas y se aguantaron las ganas de zamarrear al pastor al ver que les rehuía las preguntas. Lo que sucedió era más que predecible, considerando la personalidad del Pastor. Siendo general después de la batalla, creo que faltó abordarlo de manera más astuta, quizás sacarlo a la pizarra respecto a su supuesto conocimiento bíblico, hacerle preguntas con la Biblia en mano. Habría sido interesante ver a alguien como el “Doctor File” Cristián Contreras interrogándolo al respecto. ¿Y si le preguntan respecto al crimen de Daniel Zamudio? Después de atribuir el accidente vascular encefálico del líder del MOVILH Rolando Jiménez a un “castigo divino” por su homosexualidad, no habría causado extrañeza que diera la misma “justificación” a dicho crimen, lo cual habría sido bastante revelador.
Javier Soto, querámoslo o no, representa la opinión de mucha gente que, ya sea por motivos religiosos o personales, ve con preocupación la avanzada del mundo homosexual. Para algunos, la sola existencia de los homosexuales es inaceptable. Otros aceptan (o se resignan) a que existan y hasta tengan derechos, pero les resulta imposible de digerir la idea de la homosexualidad como algo normal. Esta mentalidad es parte de la idiosincrasia de muchos chilenos y hay que hacerse cargo de eso. El gran problema de Javier Soto es que la forma en la que expresa su discurso resulta simplemente indefendible. El Pastor Soto se ha evidenciado como un terrorista religioso de tomo y lomo, conceptualmente similar a los talibanes, Al Qaeda, ISIS y Boko Haram. Por fortuna, no ha matado a nadie hasta la fecha, y no resulta conveniente esperar a que esté en condiciones de hacerlo. Lo que menos necesita Chile es que el terrorismo religioso, de inspiración musulmana, cristiana o de cualquier signo, se instale en el país. Además, Soto le hace un pésimo favor a su propio credo. Uno se pregunta qué clase de persona sería capaz de asistir al templo donde predica Soto, si es que tiene alguno. El mundo evangélico es mucho más amplio, diverso y pensante que el Pastor Soto, y creer que todos los piensan como él es como creer que todos los católicos piensan como el cura Hasbún o el Cardenal Medina.
Cabe preguntarse si el Pastor Soto sabe realmente quién fue Jesucristo y qué fue lo que enseñó. En último término, ser cristiano es actuar como lo haría Jesucristo frente a cada circunstancia, y estoy seguro que el Mesías que nos muestran los evangelios no hubiera actuado como el Pastor Soto. No me imagino al Cristo que sanó leprosos, compartió en fiestas con reconocidos pecadores y acogió a María Magdalena, enviándole enfermedades y maldiciendo a los homosexuales. Al parecer, el Pastor ni siquiera se enteró de la venida de Cristo. Más que predicar al Dios amoroso del Nuevo Testamento, parece rendirle pleitesía al Dios histérico, celópata y vengativo del Antiguo Testamento. Su “conocimiento bíblico” tiene menos profundidad que un dedal, y se limita a repetir como papagayo citas escogidas sin el menor análisis y fuera de contexto. En una de esas, ni siquiera se las sabe de memoria. Sería interesante verlo predicar sin una Biblia en la mano.
Conozco muchos pastores evangélicos y protestantes que, manteniendo su postura en cuanto a la homosexualidad, son personas educadas, preparadas, razonables y sensatas. Sin embargo, hasta ahora no han sido capaces de asumir ante la opinión pública la representación de la voz evangélica, dejándole espacio a delirantes como este. Espero que el pronunciamiento de la Mesa Ampliada sea el inicio de un cambio en este sentido.
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