Kike Morandé funado violentamente en el Festival de Río Bueno. El Huaso Filomeno recibiendo piedrazos en Chillán. Definitivamente, el humor está bajo lupa. Cualquier atisbo de doble sentido, garabatos, sexismo, homofobia y rutinas “clásicas” resulta inmediatamente detectado y sancionado. Le pasó a Chiqui Aguayo y a Dino Gordillo en Viña, al propio Huaso Filomeno en el reciente Festival de Olmué, y es muy probable que les pasé a los que van a enfrentar al monstruo a finales de Febrero, en especial a los más identificados con el humor tradicional, como Ernesto Belloni. Muchos de los que anteriormente gozaban con “Morandé con Compañía” y su humor revisteril ahora rasgan vestiduras ante ese tipo de rutinas.
Quizás la primera señal de cambios en el paladar del público chileno respecto del humor fue la efecto que generó el chiste de Edo Caroe sobre la similitud entre Camila Vallejo y Macaulay Culkin (“nunca sabremos si Jackson….”) en su show del Festival de Viña del 2016. La reacción indignada de algunas dirigentes de la JJCC tratando de machista a Caroe sonó a exagerada en un principio, porque el mago y comediante había contado exactamente ese mismo chiste a finales del 2012 o inicios del 2013, en plena época dorada de los “Viernes Sin Censura” de “Mentiras Verdaderas”, siendo muy aplaudido y sin que se produjera ningún escándalo. ¿Qué pasó durante ese período que hizo que un chiste antes valorado pasara a ser repudiado?
Durante este tiempo ha surgido una cruenta crítica al humor clásico que ha predominado desde siempre en Chile, ése que según el fallecido Juan Verdaguer se apoyaba en tres puntos básicos: la exageración, el ridículo y la suegra. Durante décadas campearon los chistes de gangosos, amanerados, gordos, borrachitos, gallegos, etc, y se caía permanentemente en actitudes machistas, misóginas, clasistas y homofóbicas que en esos momentos estaban perfectamente normalizadas. Personajes exitosos y hasta queridos como Tony Esbelt (Mauricio Flores), Alfonsito (Gilberto Guzmán), El Cochiguaz (Claudio Valenzuela) y otros que usaron el arquetipo del gay ahora serían inaceptables en televisión.
Un buen ejercicio sería analizar las rutinas de los comediantes en las décadas de 1980, 1990 y 2000. En Youtube hay registros de los exitosos Café Concerts de Coco Legrand de esos tiempos como “Ríase Por La Recesión o La Fuerza”, “Con La Camiseta Puesta”, “No Vote Por Mí”, “La Década De Un Coco”, “¿Qué se Teje?” y otros. Ahí se pueden encontrar verdaderas “perlas” del clasismo (“esos rotos de pigmentación negra total, de apellidos vulgares Soto, Pérez, García, González, un asco de roto”), burlas a la homosexualidad (el candidato gay de “No Voten Por Mí” o los gays que van a África en “La Década de un Coco”). Incluso hay un chiste sobre pedofilia, el de Michael Jackson yendo al dentista, que causó furor en su momento y que el mismo Legrand, en 1996, contó en la sección del “Operado” del Jappening con Ja -baluarte del “humor para la familia”, transmitido por Mega cuando el propietario era el ultra conservador Ricardo Claro-, acompañado de una colección de chistes racistas. Claramente esas clásicas rutinas serían motivo de repudio y escándalo en la actualidad. Lo mismo pasaría si analizáramos rutinas de comediantes considerados “blancos” como Firulete, otros considerados “de salón” como Juan Verdaguer y de recordados programas radiales como “Radiotanda”, “la Bandita de Firulete” u “Hogar Dulce Hogar”.
Incluso sería interesante hurgar en las primeras rutinas de comediantes actualmente vigentes. Los inicios de ese indiscutible ícono feminista que es Natalia Valdebenito en el “Club de la Comedia” estuvieron marcados por su participación en sketchs como “El Celoso” (evidente caricaturización de la violencia contra la mujer) y “Las Tortilleras” (con solapadas referencias al lesbianismo), que si los hiciera en la actualidad le significaría ser “cancelada” por sus fans. El mismo “Morandé con Compañía”, considerado reducto histórico del humor revisteril y machista, ha tenido que reconvertirse rápidamente a rutinas “blancas” y “family friendly” para sobrevivir en pantalla, al punto que sus rutinas actuales son más sanas que las de Cachureos. Por otra parte, el “Viernes Sin Censura”, ese verdadero placer culpable nacional del “Mentiras Verdaderas”, no pudo sobrevivir al cambio de paradigma, y terminó siendo reemplazado por el Doctor File.
En el pasado se miraban con extrema liviandad cosas que ahora son motivo de escándalo. Y no es solamente tema en Chile. Uno de los primeros programas de Roberto Gómez Bolaños antes de generar su entrañable universo de personajes fue “Los Supergenios de la Mesa Cuadrada”, una especie de versión “a carbón” de CQC donde Chespirito, interpretando al Doctor Chapatín, interactuaba con Rubén Aguirre, Ramón Valdés y la entonces jovencísima María Antonieta de las Nieves. En su primer programa en 1970, se le preguntó al Doctor Chapatín por su supuesta costumbre de cortejar menores de edad y empezaron a festinar con el tema (el video está en este enlace). Está de más señalar que mandarse una alusión de esas ahora significaría no solamente tu despido, sino que el final inmediato e inapelable de tu carrera televisiva. En tiempos pasados lo de “hombres adultos seduciendo mujeres menores de edad” era tomado muy a la ligera. Alguna vez asistí a un show en vivo de un destacado actor y comediante nacional en el cual en más de una ocasión lo palanquearon con eso de que se engrupía mujeres “demasiado jóvenes”. A finales de los años 90 Miguel “Negro” Piñera se paseaba por todos los canales con la entonces adolescente Carla Ochoa como su pareja y nadie se escandalizó. Incluso habían canciones dedicadas al asunto como “Morena de 15 años” (Sonora Palacios), “Colegiala” (Miguelo), “Chica Eléctrica” (La Pozze Latina) y “Profanador de Cunas” (Sexual Democracia).
Caben varias preguntas acá: ¿nos pusimos excesivamente conservadores con el tiempo o antes se aceptaban cosas que nunca se debieron aceptar? La balanza parece inclinarse a lo segundo. En tiempos pasados se consideraba lícito y hasta necesario que los padres disciplinaran a los hijos (y también a sus esposas) a punta de golpes y correazos; lo que ahora se conoce como bullying era visto como algo consustancial a la vida escolar y los que lo sufrían tenían que ser capaces de superarlo y hacerse respetar por sí mismos aunque fuera a combos; en las universidades pululaban los destacados académicos y catedráticos universitarios que se daban el lujo de insultar impunemente a sus estudiantes con frases hirientes como “no les voy a explicar este contenido porque sería regalarle perlas a los cerdos” o “las mujeres vienen a la universidad a buscar marido”; lanzar piropos, desde los suaves hasta los más groseros, a mujeres era visto hasta como parte de la idiosincrasia. Ahora la cosa es diferente: acosar, (con mayor razón) insultar o agredir a una mujer o a un niño te puede destruir la reputación; el bullying (enhorabuena) es considerado una plaga que el sistema escolar está preocupándose de combatir; como docente ya no puedes decirle cualquier cosa a un estudiante, o de lo contrario te arriesgas a que te ocurra lo mismo que al recién fallecido arquitecto Cristián Boza, al que un párrafo desafortunadamente clasista de una entrevista a un medio escrito le costó el puesto del Decano de Arquitectura de la Universidad San Sebastián.
¿Acaso en las generaciones anteriores eran todos unos degenerados, insensibles y perversos? No lo creo. Más bien aprendieron a regirse por lo que se consideraba “socialmente aceptable” o “efectivo” en aquel momento….y si no lo hacían corrían el riesgo de pasarla mal. Al varón que se resistía a piropear o mirarle el trasero a una mujer lo tildaban de “maraco” o “poco hombre”; al que mostraba empatía con los homosexuales también; el estudiante que le reclamaba malos tratos a un docente corría serio riesgo de que se lo “rajaran” en la asignatura que dictaba, le hicieran la vida imposible durante su carrera o incluso no lo dejaran titularse; el humorista que no incluía chistes de gays, misóginos, de curaditos, de gangosos, etc, a menos que fuera especialmente talentoso o creativo, corría serio riesgo de estancarse en su carrera. El margen para cuestionar las creencias dominantes era prácticamente nulo, y tenías que optar por jugar en la cancha que había y con las reglas que estaban establecidas si no querías quedar condenado a la marginalidad y al escarnio.
Veo muchos motivos para alegrarme por esta depuración del humor. Ha habido gente, como la comunidad LGTBI, que ha soportado burlas y ninguneos durante años, y que están haciendo sentir su voz. Se elevó el nivel de exigencia para los comediantes, que se están viendo obligados a prepararse más y mejor, adquirir recursos nuevos, leer a la audiencia y apelar a su talento y creatividad para mantenerse vigentes. Muchos alegan que “ya no se puede hacer humor de nada, porque todos se ofenden”, de que “la gente está sensible, se enoja por todo y monta escándalos”, etc. Lo que sí se puede considerar una “pérdida” es que se reducen espacios para la irreverencia, el sarcasmo, el humor negro y la provocación legítima, que son incluso necesarias en ciertos momentos históricos. Las rutinas de Edo Caroe hasta su presentación en el Festival de Viña (posteriormente, y de manera sumamente comprensible, puso el freno de mano y le bajó el octanaje a su humor), los shows de Natalia Valdebenito y Jorge Alís, las imitaciones de Stefan Kramer, las rutinas de Yerko Puchento en Vértigo y, en el ámbito internacional, los jugados monólogos del comediante británico Ricky Gervais en los Golden Globes, son expresiones artísticas legítimas y necesarias.
¿Esto va para algo definitivo o más bien es una moda? Creo que con el tiempo se irá separando el trigo de la paja, y tendremos un poco más claro el límite entre lo aceptable y lo inaceptable. Egos y sensibilidades extremas siempre habrán, por lo que no creo que dicho límite quede alguna vez perfectamente delimitado. Aunque me gustaría que esto perdurara, no resulta descartable que con el tiempo el péndulo pase al otro lado y el humor “clásico” y revisteril vuelva a ser aceptado, al menos en ciertos círculos acotados.