En una sabrosa polémica de verano, Bombo Fica desahogó su rabia con el cantautor argentino Fito Páez por ciertas actitudes de divismo por parte suya y de su equipo durante su participación en el reciente Festival de la Sandía de Paine. Se acusó al rosarino y sus boys de poca empatía con los fans y de burlarse de los participantes de la competencia. Las acusaciones del humorista de Purén fueron confirmadas por denuncias respecto a actitudes similares en un show en San Felipe. Desde Morrisey en el Festival de Viña no se veía tanto divismo en un escenario chileno.
A los pocos días, el crítico de TV Vasco Moulián, en su columna del Diario La Cuarta, hizo una cerrada y emocional defensa del autor de “Mariposa Technicolor”, del cual se declaró un devoto fan. Claramente Moulián se puso su mejor traje de calcetinera y dejó de lado la objetividad y perspectiva que se espera de un crítico. Su defensa generó un interesante debate en redes sociales. Por cierto que es respetable y está en todo su derecho que le guste y admire a Fito Páez. El problema es que la defensa de Fito la escribió en su calidad de crítico de medios, posición que le exige tomar distancia de la situación. O eres fan o eres crítico de medios, pero mezclar ambas cosas no me parece sano.
Para mí, Fito era la versión “cuerda” de Charly García. Sin ser seguidor de su obra, lo respeto como músico. Sin embargo, creo que lo que hizo en Paine y San Felipe fue poco profesional y falto de consideración al público y a sus colegas. Todos los artistas merecen respeto, sea un concursante del Festival de la Sandía de Paine, el más humilde de los músicos callejeros o un reggaetonero que canta con playback y usa autotune.
El tema de Fito Páez nos vuelve a la eterna pregunta respecto a si a los genios artísticos hay que aguantarles sus miserias por el hecho de ser genios. Históricamente si un músico, actor, director, etc era genial, hacía obras notables y/o generaba hartas lucas para los productores, se le perdonaba que fuera un auténtico hijo de puta e incluso lo ayudaban a cubrir sus pendejadas. Por otra parte, si los artistas resultaban ser “rebeldes” o “indeseables”, se lo dejaba caer sin piedad ante el menor escándalo. Un ejemplo claro fue el pionero del Rock & Roll Jerry Lee Lewis, una especie de Axl Rose de la década de los 1950. Conocido como “The Killer” (el asesino) por su manera de tocar el piano golpeando las teclas, y considerado como uno de los estandartes de la entonces escandalizante moda del Rock & Roll, el autor de “Great Balls of Fire” y «Whole Lotta Shakin’ Goin’ On» tenía una carrera ascendente hasta que, durante una gira en Inglaterra, tuvo una pésima recepción cuando se supo que su entonces esposa era menor de edad y además era su prima, lo que era demasiado para una época donde aún campeaba el puritanismo. Después de eso, su carrera cayó en desgracia, sus fans le dieron la espalda y nunca se recuperó del todo, aunque ahora es considerado una leyenda viviente del rock.
Con todo lo que ha pasado en Hollywood con los casos de acoso sexual y los abusos de poder, se está acabando la época en que el virtuosismo de los artistas les concedía inmunidad respecto a su mal comportamiento. Ya estamos viendo que tipos considerados poderosos y leyendas, como Harvey Weinstein, Bill Cosby, Dustin Hoffman, Kevin Spacey y otros perdieron todo su prestigio y su carrera cuando ha quedado en evidencia que eran golpeadores o abusadores. ¿Cuántos íconos y leyendas fallecidos habrían caído en desgracia si vivieran en la actualidad? Algunos ejemplos: Alfred Hitchcock (acosador sexual); Charles Chaplin (profanador de cunas en serie, se casó 3 veces con menores de edad); Pablo Neruda (violó a una mujer en Birmania); John Lennon (con historial de violencia antes de conocer a Yoko Ono); etc. Cada vez hay menos espacio para los rockstars. Mientras no exista autorregulación, la única forma de controlar a los divos es poniendo en riesgo su carrera y legado si se portan mal.
Aparte de la calidad artística, los premios, los éxitos musicales y las ganancias que generen, a los artistas se les está empezando a exigir que se comporten de forma razonablemente decente, con un mínimo de respeto hacia los colegas y hacia el público del cual, en último término, dependen. Hay muchos que tienen una comunión notable con sus fans y cuidan mucho su relación con ellos, como Mon Laferte; las bandas “Chancho en Piedra” y “Santaferia” cuyos grupos de seguidores son verdaderas “barras bravas”; y la estadounidense Ariadna Grande, que dio una gran demostración de coraje después del atentado terrorista en su concierto en Manchester: pagó los funerales de las fans muertas, fue a ver a las heridas en el hospital, y organizó un concierto benéfico a los pocos días en el mismo lugar del atentado, con al apoyo de otros artistas. Ese es el tipo de cosas que se espera de los artistas, que por último le deben su sitial al público que los sigue, compra sus canciones y asiste a sus conciertos.