La actual popularidad del género urbano en Chile hace evidente su presencia en el próximo Festival de Viña. Sin embargo, para un sector apreciable este tipo de artistas hacen apología de la cultura narco-delictual, por lo que no sería conveniente su presencia en ese evento. Menudo dilema para un evento que busca relanzarse después de dos años de ausencia por la pandemia, y que históricamente ha sido más bien refractario a invitar a artistas demasiado “populares”.
La música urbana está teniendo su peak de popularidad en Chile. Santiago es considerada “la capital mundial del reggaetón”. De acuerdo a cifras entregadas por la plataforma Spotify, el 40% del Top 50 de Chile está siendo ocupado por los artistas nacionales del género urbano. Gente como Marcianeke, Pablo Chill-e, Polimá Westcoast, Pailita, Cris MJ, El Jordan 23 y otros han logrado éxito en rankings y plataformas, y han tenido actuaciones destacadas, incluso en eventos masivos como Lollapalooza. La cereza de la torta a la fecha ha sido el exitazo mundial de «Ultrasolo», canción de Polimá Westcoast y Pailita que se ha transformado en un éxito planetario viralizado en redes sociales por gente como Dua Lipa y J Balvin.
Este boom urbano chileno no ha pasado desapercibido para los organizadores del próximo Festival de Viña. Es un fenómeno demasiado notorio e importante para que sea ignorado. Resulta evidente que, para un evento que busca relanzarse y proyectarse a futuro después de dos años de silencio por la pandemia, resulta fundamental tener en su escenario a los artistas que “la llevan” en Chile, y nos guste o no, lo que manda ahora es lo urbano. De hecho, ha trascendido la idea de reservar una jornada completa del evento a este género. Desde el punto de vista de la industria musical sería incomprensible que ningún artista urbano chileno subiera al escenario de la Quinta Vergara en febrero del 2023.
Sin embargo, la idea de llevar artistas urbanos chileno genera controversia, y no solamente por clasismo y cuestionamientos a su calidad musical. El gran tema es que a algunos de ellos se les acusa de usar su música, performance y puesta en escena para glorificar y hacer apología de la cultura narco-delictual, lo cual resulta especialmente delicado en un momento de fuerte aumento de la delincuencia y de preocupación por la penetración del narcotráfico en la sociedad chilena. El gran reflejo de esto es lo sucedido con Julio César Rodríguez después de ser víctima de dos encerronas frustradas. Mucha gente le sacó en cara su apoyo a ciertos artistas urbanos chilenos a través de su canal de YouTube “La Junta”, pues estos supuestamente “apoyaban” a la misma gente que intentó asaltarlo en la carretera.
Todo esto pone a los organizadores del Festival en un dilema no menor: ¿Llevar o no artistas urbanos chilenos? Desde el punto de vista musical se lo han ganado de sobra, pero la idea de permitir que supuestos “apologistas de la cultura narco-delictual” tengan acceso al escenario musical más importante de Chile para entregar su mensaje tampoco aparece como muy atractiva que digamos.
Hay que ser justos. Si bien se tiende a meter a todos los artistas urbanos chilenos en la misma bolsa, es necesario hacer distinciones. Hay artistas urbanos como Princesa Alba, Paloma Mami, Polimá Westcoast, Pailita y otros que tienen una propuesta artística más estilizada, neutra y con menos carga tóxica, que estimo que no deberían ser motivo de preocupación pensando en el Festival de Viña. El tema está con los exponentes más “populares” y “barriobajeros” como Marcianeke, Pablo Chill-e, Cris MJ y El Jordan 23, a los cuales se les puede cargar más fácilmente el mote de «apologistas de la cultura delictual». Esta música urbana más “barriobajera” tiene muchos adeptos y es muy valorada incluso por artistas importantes del mainstream. Basta ver el éxito que está teniendo Marcianeke (nada menos que el artista del año 2021 en Chile) y su clon argentino L-Gante. En la canción «La Combi Versace» de su reciente disco «Motomami», Rosalía colabora con la artista urbana dominicana Tokisha, cuya música y performance es tan brígida, agresiva y barriobajera que hace ver a Marcianeke y L-Gante como mayordomos del Palacio de Buckingham. Por otra parte, ¿qué significa que un estilo musical “haga apología de la delincuencia”? ¿Lo hace Rubén Blades cuando canta “Pedro Navaja”, Fito Páez cuando canta “El Chico de la Tapa”, Willie Colón cuando canta “Calle Luna Calle Sol”, Mecano cuando cantaba “Cruz de Navajas”? ¿Retratar a través de la música lo que sucede en los bajos fondos necesariamente es promoverlo o decirle a la gente que “ser narco o delincuente es bacán y deseable”?
Esto no es nuevo. Fue lo mismo que pasó en los albores del Rock and Roll, por allá por los años 50 del siglo XX. El buenazo de Bill Haley y sus Cometas fue el “Marcianeke”·de la época. Su ahora clásico «Rock Around The Clock» fue la canción principal de la banda sonora de la película «Blackboard Jungle» («Semilla de Maldad») en la cual se hablaba de la delincuencia juvenil de entonces. Artistas como Elvis Presley, Chuck Berry o Jerry Lee Lewis causaban escándalo entre las mentes más conservadoras. En un principio, los medios oficiales de la época repudiaron este movimiento. Juraron y re-juraron que nunca iban a aparecer en sus programas, pero el fenómeno era tan fuerte y su popularidad se hizo tan grande que terminaron llevándolos igual. Lo mismo ocurrió en los años 80 con grupos metaleros como Guns N’Roses, Europe y Poison, y 20 años después con los inicios del reggaetón. Muchos géneros nuevos comienzan como manifestaciones “populares”, a veces fuertemente relacionadas con los “bajos fondos”, y resultaron inicialmente difíciles de tragar en el mundo más “mainstream”. Posteriormente pasaron a la masividad luego de un proceso de “domesticación” en el cual se pulieron los aspectos más “duros” y se terminó mostrando una versión más “aceptable” para el gran público.
A pesar de su masividad, el Festival de Viña ha sido históricamente más bien reacio a acoger artistas y fenómenos musicales demasiado “populares”, privilegiando en cambio sus versiones extranjeras o más “edulcoradas”. Por ello, artistas chilenos de indiscutible calidad y gran popularidad han tenido acceso restringido o incluso nulo por cuestiones clasistas.
En conclusión, creo que Viña 2023 debe tener en su parrilla al menos un artista urbano chileno. Como fenómeno musical se lo merecen de sobra. De ser así, sospecho que van a elegir a alguien más “piola” como Paloma Mami o Polimá Westcoast, y se va a optar por dejar para más adelante a los más “barriobajeros”. Sin perjuicio de lo anterior, ¿se le puede negar a Marcianeke, Pablo Chill-e y otros similares la posibilidad de ir a Viña por el hecho de “parecer delincuentes” o “promover la cultura narco”? ¿Por qué Los Tigres del Norte pueden pisar el escenario de la Quinta Vergara y ellos no? ¿Qué diferencia hay entre vetar a Marcianeke del Festival de Viña “por flaite” y el veto que le hizo en los años 90 del siglo pasado el fallecido cardenal Jorge Medina a la banda metalera británica Iron Maiden por “satánica”? Hacer eso no puede ser interpretado de otra forma que como discriminación clasista, y creo que los tiempos ya no están para eso.