Es popularmente entendido que los verdaderos logros, las cosas que valen la pena en la vida, suelen apreciarse en su real magnitud una vez que se pierden. El dicho adquiere una dimensión práctica y tremendamente vigente si se analiza el complejo escenario que enfrenta Canal 13 hoy en día debido a la incertidumbre económica y contractual en la que la propia estación televisiva ha permitido que se suma ni más ni menos que su producto estrella de los últimos dos años: «Los 80«.
La nostálgica producción que recrea con una naturalidad que conmueve la vida de una familia de clase media en la década de los cacerolazos y del rock latino se ha convertido, sin lugar a dudas, en el caballito de batalla del alicaído canal del angelito. Con un público cada día más maravillado y comprometido con las vicisitudes de los Herrera como si las viviera en carne propia, «Los 80» no sólo está haciendo historia por el contenido mismo de su mensaje evocador sino por la calidad indiscutible de su factura, pocas veces vista en una producción televisiva local.
Pues bien, el futuro de aquella única producción que le permite actualmente al canal católico destacar en términos de rating, aquélla que le ha generado frutos cualitativos y cuantitativos innegables, aquélla que ha recuperado a una cantidad no despreciable de público largamente desencantado de la televisión chilena actual en su conjunto se encuentra actualmente en un limbo tan paradójico como absurdo. Resulta plenamente incomprensible que la serie, recién acabada su exitosa segunda temporada y con las expectativas del público para futuras temporadas más en alto que nunca, deba mendigar el financiamiento que requiere para su continuación. De no creerlo.
Las declaraciones de los ejecutivos de la estación católica demuestran satisfacción y aprecio por el producto logrado. Eso es innegable. «Los 80» ha calado hondo y lo saben. Pero lo cierto es que a la hora de enfrentar el escenario económico práctico, la serie debe comenzar a golpear puertas, pues los fondos para ella nunca existen, lo que demuestra que “la satisfacción y el aprecio por el producto logrado” no son más que palabras de buena crianza. La calidad no vive de aire ni se resuelve a sí misma. Necesita sustento concreto, respaldo, proyección a largo plazo.
Con todo lo anterior es imposible que no se nos venga a la mente, muy maliciosamente tal vez, la reciente y millonaria contratación de la animadora Tonka Tomicic para un estelar veraniego y otros futuros proyectos magazinescos en la misma estación católica que cobija a «Los 80». Mientras nos enteramos del vestuario de lujo con que contará la señorita Tomicic para dicho programa, nos enteramos también que no hay dinero para otras producciones. Es cierto: la televisión es diversidad y también necesita fiesta, fanfarria, concursos y frescura algo tontita y descomplicada. También es cierto que no se trata de ensañarse con Tomicic, Sutanita o Menganita simplemente por el afán de personificar en ella la crítica. Pero curiosamente, muy curiosamente, para este tipo de programas misceláneos y para usurparle estrellas mediáticas al canal vecino el financiamiento salta a la mesa de negociaciones como si nada, el desfile de millones jamás sufre reveses ni es necesario salir a mendigar fondo alguno. Muy probablemente, con el solo sueldo de Tomicic, por muy millonario que sea, no sería posible cubrir una temporada completa de la costosísima serie ochentera, pero la diferencia de voluntades, de disposiciones y de intenciones es demasiado evidente y eso desconcierta. El actor Daniel Alcaíno, Exequiel en Los 80, fue mucho más expresivo y menos eufemístico que quien escribe en una entrevista publicada hoy en un diario local: “Los 80 no son más caros que Tonka Tomicic, pero para la estupidez siempre alcanza”, sentenció.
Es de esperar que esta vez el dicho popular no se cumpla y que Canal 13 no aprecie en su real magnitud el lujo de producción que él mismo fue capaz de concebir cuando ya lo haya perdido.