La cobertura del megaincendio en Viña del Mar nos ha legado muestras de falta de empatía de parte de profesionales del periodismo, algunos con años de circo. No es primera vez que pasa, y la explicación oscila entre la falta de preparación en empatía y el vulgar morbo.
«¿Cómo va a celebrar la Navidad?” fue la poco feliz pregunta que Mónica Pérez le hizo a un damnificado por el reciente incendio que afecto a una amplia parte de la Ciudad Jardín, provocando que éste se largara a llorar. Para no ser menos, Polo Ramírez se mandó una pregunta similar a otra persona.
Por su parte, la joven reportera del matinal del 13 Ana María Silva entrevistó a otra damnificada sin prestarle atención y haciendo gestos hacia otro lado. En Chilevisión, Humberto Sichel se tuvo que comer un “no haga preguntas weonas” de parte un poblador hastiado con sus preguntas En TVN, el conductor de “24 Horas Previa” Danny Linares emitió un comentario crítico respecto a la labor de un colega periodista que desafortunadamente se filtró por el micrófono.
Finalmente, en Mega, Rodrigo Sepúlveda se tuvo que comer la rectificación de un damnificado, al que trató con excesiva condescendencia de “viejo” y pidió que le dieran trabajo, recibiendo una dura respuesta. Todos estos incidentes causaron molestia en un sector de los televidentes por la falta de tino y empatía mostrada por los periodistas de televisión.
No es un tema nuevo. Existen precedentes de desatinos similares. La misma Mónica Pérez, durante su cobertura del incendio de Valparaíso de abril del 2014, tuvo la mala ocurrencia de comparar las llamas con “un tremendo asado”. Constanza Santa María tiene a su haber dos episodios desafortunados que le costaron sendos troleos en redes sociales y que posteriormente le han sacado en cara: la pregunta acerca de los restos encontrados de las víctimas del accidente del avión Hércules C-130 de la FACH en la zona Austral, en diciembre de 2019, y el ninguneo al tema de los traumas oculares durante el Estallido Social en enero del 2020. También se pueden recordar las “notas humanas” cargadas de morbosidad, efectismo, estereotipos y preguntas incómodas de ese verdadero “buitre” del periodismo llamado Claudio Fariña, como una entrevista a un niño damnificado del incendio de Valparaíso del 2014 al que hizo llorar, y la cobertura de la “Marcha de la Igualdad” del 2015 al son de “In The Navy” de Village People. Como contraparte, cabe recordar la notable actitud de Gonzalo Ramírez al pedir que las cámaras no enfocaran un reencuentro de familiares durante la cobertura de los incendios del 2017 en la zona de Constitución.
De los casos recientes, lo de Danny Linares no pasa de ser un “blooper” que le puede ocurrir a cualquiera, mientras que lo de Ana María Silva se puede explicar por estar recibiendo instrucciones vía sonopronter que le impiden prestarle la atención que merecía su entrevistada. Los demás casos merecen mayor reproche, pues revelan serios problemas de empatía y manejo comunicacional en situaciones delicadas de parte de profesionales de las comunicaciones con años de circo, que han sido rostros anclas de prensa y hasta interrogadores en debates presidenciales. Como no son gente estúpida o novata, aquí caben dos opciones: o no tienen la formación necesaria para saber desenvolverse en esas circunstancias y lo hacen con torpeza a pesar de las buenas intenciones, o lo hacen de adrede para provocar un efecto emocional que atraiga sintonía.
La TV chilena tiene un serio problema histórico con esa verdadera plaga de las denominadas “notas humanas” sobre personas viviendo circunstancias difíciles o trágicas, ambientadas con música truculentamente triste y con preguntas que buscaban inequívocamente hacer llorar a los entrevistados y provocar emociones fuertes en los televidentes. Esto es lisa y llanamente explotar el morbo para conseguir rating, un recurso efectista y quizás efectivo, pero éticamente cuestionable. Gran parte de las críticas que se le suelen hacer a la Teletón apuntan a la proliferación de este tipo de notas para mostrar la situación de los pacientes. Esto sucedió claramente en los primeros años de la cruzada, pero hay que señalar que desde hace muchos años que cambió el enfoque de estas historias, yendo actualmente más por el lado de mostrarlos como “guerreros” que no se rinden ante la adversidad.
No se necesita ser psicólogo o experto en comunicaciones para darse cuenta que una persona que está viviendo una situación trágica o dolorosa tiene la sensibilidad a flor de piel, sus márgenes de tolerancia y paciencia se reducen notoriamente y cualquier pregunta inconveniente o mal formulada puede desatar en él emociones fuertes y difíciles de controlar. Cualquiera cuyo trabajo implique relaciones humanas, y en especial los profesionales de la comunicación, tienen que estar preparados para abordar a estas personas con la empatía necesaria para no exacerbar sus emociones y respetar el proceso que está viviendo.
Además de consideraciones de ética profesional y calidad humana, está el tema de evitar quedar profesionalmente marcado de por vida. Lamentablemente, a los rostros nombrados que han caído en este tipo de deslices los carteles de “morbosos”, “desatinados” y hasta “buitres” los van a perseguir por el resto de sus carreras. Sus fallos quedaron para la posteridad en YouTube y en redes sociales, y se los pueden sacar en cara en cualquier momento, como de hecho ya está sucediendo en algunos casos.