En los inicios de los 90, a uno de los ministros del gobierno de Aylwin (no recuerdo si Germán Correa o Enrique Correa), le decían el «pebre», por ser “picante, pero bien preparado”. Eso hacía referencia a personajes de origen humilde y que de vez en cuando “mostraban la ojota”, pero con mucha preparación intelectual y académica, algo así como lo que se conoce en Estados Unidos como “el negrito de Harvard”.
Traigo a colación ese término para hablar de un nuevo sub-género humorístico que está haciendo furor en la TV: el “humorismo pebre”. Sus características: pícaro, picante hasta el sonrojo, pasado para la punta, cargado al doble sentido, irreverente… pero elaborado, asertivo, irónico, incluso sofisticado y que hasta da tema para reflexión. Es una interesante mutación del humor picante chileno clásico, representado por Daniel Vilches, Paty Cofré, Ernesto Belloni, Tato Cifuentes, Mauricio Flores y los difuntos Guillermo Bruce, Eduardo Thompson, Gilberto Guzmán y Jorge Franco. Estos titanes del humor se basan en el garabato y en las alusiones de doble sentido. Igual sacan risas, en ese sentido cumplen su objetivo, pero son más bien básicos, basados en las “chuchadas” a destajo y los clichés sexistas y homofóbicos.
Quizás el primer exponente de este tipo de humorismo es Gabriele Benni, el multiemprendedor italiano freak alto, de bigote, que no sonríe nunca y chucheta como él solo. Además de lo curioso que resulta ver a un extranjero decir garabatos chilenos con notable gracia, Benni es un gran contador de anécdotas e historias, sin nada que envidiarle a Coco Legrand y a Bombo Fica. Me acuerdo de la historia de cuando fue al banco y la cajera le pidió que hiciera una “mosca “ (una firma) y él, como extranjero, creyó que le pedían que dibujara una mosca.
Este subgénero ha tenido su gran polo de desarrollo en los ya imprescindibles “Viernes de Humor sin Censura” del programa de La Red Mentiras Verdaderas, donde han tenido más repercusión de lo que indica su rating. Basta ver que el grito de “¡sin censura, sin censura!” ya se escuchó en el Festival de Viña y en programas de otros canales como “Vértigo”, “Hazme Reír” y “Alfombra Roja Prime”.
Los grandes exponentes en este «humorismo pebre» son Don Carter, Murdock, pero en especial Iván Arenas y el mago Edo Caroe. Don Carter ha sorprendido con chistes cortos, pero geniales, como el del profesor de medicina (ver You Tube). Murdock es un lagarto anaranjado notablemente bien logrado como marioneta, de un humor muy irreverente y asertivo, al cual (creo) le tuvieron miedo para llevarlo a Viña 2013. Sin embargo, lo de Iván Arenas es simplemente notable. El Profesor Rossa es un verdadero artesano del humor pícaro. El año pasado, en una interesante entrevista a Diana Massis en ADN Radio, contó que tenía una verdadera base de datos de chistes, que iba incrementando, puliendo, enriqueciendo con detalles, etc. O sea, Arenas muestra con los chistes picantes el mismo rigor y minuciosidad que lució por años hablando de las curiosidades del mundo animal. Paradójicamente, su gran acervo cultural le ha servido para transformarse en el rey el humor menos culto que existe. Además, es un entretenido y chispeante contador de historias, algo que ya había quedado en evidencia en los ya clásicos “videos prohibidos”.
Edo Caroe es un caso aparte. Es dinamita pura. Aunque se dio a conocer en “Coliseo Romano” de Mega, este joven con pinta de nerd natural de Temuco despuntó con sus delirantes espectáculos de magia y humor en los viernes de “Mentiras Verdaderas”. Tiene la rapidez de Alvaro Salas, y el ángel y la simpatía suficientes para contar chistes crueles, pícaros y puntudos sobre temas sensibles, hacer afirmaciones irreverentes y osadas y lanzar piropos que harían sonrojar a los obreros de la construcción, causando risas de buena gana hasta en las víctimas de sus barbaridades, y en su propia cara. Además, es uno de los mejores magos e ilusionistas que he visto. A la fecha, no he podido descifrar ninguno de sus geniales y sofisticados trucos. Y para más remate, entre chiste y chiste se da maña para hacer reflexiones asertivas y hasta profundas, como por ejemplo “hay muchos periodistas que se ríen de que Luli no haya terminado cuarto medio, pero todos estudiaron cinco años en la universidad para terminar hablando de ella”. Canal 13 tiene en Caroe, Renata Bravo y Daniel Alcaíno un tridente de miedo de comediantes faranduleros que, si es bien administrado, puede darles grandes dividendos.
Estos humoristas tuvieron en el humor pícaro el mismo efecto que Stefan Kramer en los imitadores y “31 Minutos” en los programas infantiles: elevaron el estándar, cambiaron las reglas del juego, acostumbraron al público a shows de mayor nivel y obligaron a sus colegas a mejorar. El mejor ejemplo de esto fue la actuación de Mauricio Flores en el Festival de Antofagasta. Si bien estuvo lejos de ser el fracaso estruendoso del que se habló en muchos medios (como si lo fueron Ricardo Meruane en Viña y José Luis Gioia en Iquique), no prendió como se esperaba, y no porque su show fuera excesivamente ordinario. De partida, a Flores le tocó actuar entre un dúo de reggaetón y una banda de cumbias, por lo que el público era bastante propicio para su show cargado al doble sentido (habría sido un despropósito llevar a Felo o a Les Luthiers). El tema es que, con la aparición de los “humoristas pebre”, el paladar del público se puso más exigente. Ya no les bastan los gastados clichés sexistas y homofóbicos característicos del espectáculo del muñeco “Melame”, sino que esperan cosas algo más sofisticadas e irreverentes. Hasta el otrora temido chiste prohibido parecía apropiado para cumpleaños infantiles.
Por último, los “humoristas pebre” le han subido el pelo y la categoría al humor pícaro, ese placer culpable al que públicamente consideramos de bajo nivel, pero que privadamente disfrutamos. Y eso, sin duda, es un aporte que se agradece.