«Viva la Vida or Death and All His Friends» representa el mayor logro sonoro de la banda desde sus inicios.
Todo lo que rodea los discos de Coldplay tiene implícito ese deje de ambición por jugar a ser la mejor banda del planeta. Si en Parachutes (2000) la honestidad y simpleza del álbum contrastaba con las declaraciones de Chris Martin en la época (“Creo que éstas son las mejores canciones del mundo”), A Rush of Blood to the Head (2002) era rotulado por NME como “un disco de una belleza natural sobresaliente”. Eran los tiempos del ensimismamiento de Radiohead en Hail to de Thief (2003) y la resaca de U2 tras la máquina de singles que fue All That You Can’t Leave Behind (2000). Mientras Coldplay, el estandarte de turno de la nostalgia pop británica, se lucía con sus mejores ropas en “In my Place”, “Clocks” y “The Scientist”. Tal ambición tuvo su quiebre con el fallido X&Y (2005), que seguramente pretendió ser lo que llegaría con su cuarto álbum de estudio, Viva la Vida or Death and All His Friends.
Un gran presupuesto y la contratación de Brian Eno, el genio de las perillas, daría fruto al que debe ser el disco mejor producido en toda la carrera de Coldplay. No sólo representa su mayor logro sonoro, sino un ejercicio de preciosismo que bajo los trucos de Eno genera inmediata obnubilación bajo esa inyección de grandiosidad que abarca niveles de experimentación impensados para la banda hasta hoy.
Pero conocemos de sobra las artimañas del britpop, sabemos que Coldplay maneja a su antojo la melancolía y la canción que llena estadios, y es entonces cuando el placer del dream pop nos seduce y engaña al ofrecernos pretenciosidad e ilusionismo, embelesamiento y enajenación. Un espejismo al fin y al cabo.
Tenemos a Brian Eno como responsable absoluto del sonido Coldplay 2008. Y como consecuencia, la esencia casi ausente de la banda se diluye en capas y capas de cursilería y ridiculez, como el hecho de darle un sentido al título del álbum con una supuesta influencia latinoamericana, que resalta aún más en la ostentosa pintura francesa como arte del álbum, que sin duda tendría sus méritos en un disco que se sustentara en la brillantez de sus composiciones.
Será el reflejo de nuestros tiempos, la presión de la industria porque sus artistas aparezcan en los charts, o simplemente la desesperada búsqueda de una banda perdida en si misma tratando de reconquistar el mundo. Lo cierto es que Viva la Vida or Death and All His Friends no sólo se trata de música simplona y mediocre, sino de burda reverberación e intrascendencia, embellecida por la magia que producen los violines y el deje ambiental del pop insulso disfrazado de arte. El epítome es “Vida la vida”, que resulta ser lo más barroco que ha hecho el grupo en toda su trayectoria.
Limpiando el maquillaje que cubre cada uno de los 10 temas que componen el álbum, nos damos cuenta de la pobreza desértica a la que nos enfrentamos. La partida con “Life In Technicolor” confunde y establece el sin sentido del disco. “Cemeteries Of London” es lo más U2 que ha producido U2 en sus últimos tres álbumes. “42” denota el estancamiento compositivo del autor (“Those who are dead are not dead / They’re just living in my head”). El aire gospel de “Lost!” sólo consigue que echemos de menos la rústica pero efectiva sutileza melódica que Coldplay explotaba en sus trabajos previos. Salvo “Violet Hill”, un atisbo de equilibrio entre compositor / productor, Viva la Vida es la última gran estafa que ha exportado Britania.
Y aunque el oyente seguramente beba el más dulce brebaje de sonidos cargados de emotividad, coros con connotaciones épicas y arreglos majestuosos, lo que queda al final del día es ese aire a joya de fantasía, a película anodina. A fin de cuentas, el mejor productor podrá manipular, adornar y disfrazar el producto, la máquina de mercadeo nos dirá que estamos frente a una obra de arte, pero nada logrará esconder las falencias creativas de Martin y compañía.