“Bailando por un sueño”, la jugada apuesta estelar de Canal 13, se apresta a volver a las pantallas luego de una pausa debido a la crisis del coronavirus.
Este formato, de origen mexicano, cuya versión argentina es conducida por Marcelo Tinelli, y que en Chile conduce Martín Cárcamo, pretende reactivarse en un contexto donde la pandemia está en su momento más duro, con un rostro televisivo recién contagiado -Monserrat Alvarez- y varios otros en cuarentena preventiva -Amaro Gómez-Pablos, Tonka Tomicic, Polo Ramírez- y donde algunos de sus concursantes originales -Valentina Roth, Leo Méndez Jr, Daniela Chávez, Maura Rivera- han renunciado por diversos motivos, dando paso a otros como Neilas Katinas, Antonella Ríos, Nacho Pop y Nelson Mauri. Por muchos cuidados que se tomen, cabe preguntarse si resulta prudente reiniciar actividades en estas circunstancias, en especial tratándose de una competencia de baile entre parejas.
La pertinencia de este programa resultaba cuestionable desde antes del coronavirus. El “Bailando….” habría quedado muy bien hace 10 años atrás, en pleno auge del fenómeno farandulero, pero ahora, estamos en un momento donde al tsunami sanitario se suma una industria de farándula que venía de capa caída desde hace rato y que recibió el tiro de gracia en el estallido social. En un contexto donde el ánimo nacional no está para temas banales y superficiales, un programa basado en una competencia entre “famosillos” aparece absolutamente fuera de tiesto. Ya tenemos suficiente con las performances de Cathy Barriga para tener que aguantar conflictos artificiales y maqueteados entre personajes de segunda o tercera línea
El otro tema es el económico. Las desmedradas condiciones actuales de la industria televisiva ya no dan para sostener producciones caras y complejas cuyo éxito de sintonía no esté garantizado. No te puedes arriesgar a invertir demasiado en un programa si corres el riesgo que una teleserie extranjera, un “refrito” o un programa de bajo costo te puedan ganar en rating. Para intentar eso necesitas jugar «a la segura», teniendo la certeza que nadie te puede competir, y los únicos eventos «grandes» que cumplen con ello son los Festivales de Verano (Viña, Olmué, Talca, tal vez Dichato y Las Condes) y los partidos de la «Roja».
En la pandemia se ha confirmado lo que los youtubers ya venían insinuado desde antes: cualquier persona, desde su casa, y con una inversión razonable, puede generar productos audiovisuales de nivel comparable a los de un canal de TV o una productora profesional. En este tiempo hemos visto producciones notables como «Historias de Cuarentena» (Mega) y programas rendidores que se hacen desde el living de la casa como «Abrazo en Línea» (Canal 13), “Casa Estudio” (CHV) y “Con Amigos en Casa” (TV +). Esto, sumado a los matinales, noticieros y late shows que se han visto forzados a usar videoconferencias para funcionar, revelan que se necesitará depender cada vez menos de grandes estudios e infraestructuras mastodónticas. Los programas del futuro van a ser necesariamente a pequeña escala, mucho más cercanos a «Historias de Cuarentena», «Lugares que Hablan» y «Abrazo en Línea» que a «Martes 13», «Viva el Lunes» o “Vértigo”.
Por todo lo anterior, creo que «Bailando por un Sueño» va a ser uno de los últimos, o derechamente el último gran estelar de la historia de la TV chilena, al menos por mucho tiempo. Para muchos que crecimos viendo “Sábados Gigantes”, “Martes 13”, “Siempre Lunes”, “Viva el Lunes” y otros grandes estelares, esto marca el fin de una era de glamour y despliegue escénico. Una vez controlado el coronavirus, los grandes espectáculos quedarán reservados a recitales en vivo y grandes festivales. La TV, por temas económicos, tendrá que remitirse a programas más bien simples y a pequeña escala, y a algunos mega-espectáculos puntuales y elegidos con pinzas, como Viña y Olmué.