Con una semana de diferencia se estrenaron las teleseries del Segundo Semestre de TVN y Mega. Cuando la época en que Chile parecía paralizarse con los estrenos ha quedado definitivamente atrás, no nos queda otra que exigir un poquito más de trascenden.
Todos estos días he estado viendo la repetición de la notable «Sucupira» (TVN, 1996). Fresca y dinámica como pocas, es imposible determinar si su gracia se debe más a la calidad del guión original del fallecido Alfredo Dias Gomes -fue la última adaptación brasileña que se hizo en Chile-, o al ingrediente local impreso por Vicente Sabatini y Víctor Carrasco, quien entonces se fogueaba como adaptador para luego crear casi todos los originales de la Era Dorada del director. Es imposible no querer vivir en Sucupira, tener una polera como la de Juan Burro, soñar con que una casi adolescente Mónica Godoy te pesque y votar por Federico Valdivieso para putearlo después. Hasta te termina gustando la cutrísima banda sonora y quieres correr al Persa Bío Bío y ver si aún la venden, aunque sea en cassette. Era un micromundo creado para que te sumergieras y después te diera lata ver las noticias e ir al colegio al día siguiente.
Eso ya no pasa con las teleseries de las 20 horas, corro a decirle a un amigo en MSN.
O quizás yo soy un vil nostálgico de mi adolescencia, en la que no había internet y el consumo de cable era harto menos intenso. No sé.
Tres horas después me encuentro en un zapping incansable entre Amor por Accidente y Fortunato, los estrenos de la temporada en TVN y Mega respectivamente. La comparación audiovisual es inevitable. La reducción de costos es drástica e implacable. Ambas teleseries destruyeron un auto en el primer capítulo y ninguna pudo lograr una escena realmente espectacular, o al menos a la altura de un país que lleva casi treinta años haciendo teleseries, con una industria de series floreciente, con una cinematografía ya afirmada, con buenas escuelas de cine y comunicación audiovisual… ¿todavía no sabemos destruir autos? ¿Después de que en la panadería de la esquina venden la tercera temporada de Lost pirateada y se agota, quieren que la gente se trague eso? Ok, sólo alcanzó la plata para tirar al agua un Mercedes viejo y para destruir un auto y no cinco como debió haber sido en un choque múltiple de proporciones. Pero el presupuesto no es excusa cuando hay habilidad y esfuerzo tras las cámaras.
Amor por Accidente es un claro intento del área dramática de TVN por llevar la exitosa estructura de las teleseries nocturnas al horario clásico de las 20:00 horas. Es una historia coral sin protagonista claro, con pocos personajes y una difuminación de la división entre protagónicos y secundarios, lo cual la emparenta más con los dramas norteamericanos que con la tradición telesérica latinoamericana.
El problema es de siempre: las series gringas duran máximo 26 capítulos al año y acá estamos hablando de 120. Y tienen un mayor trabajo de background de personajes. ¿Por qué Romina llega a ser stripper y se deja manipular por el pololo si no es una chica en riesgo social ni una reprimida ni una ninfómana, de hecho proviene de la típica familia emergente-bienconstituida-concertacionista que a TVN le encanta mostrar? ¿Por qué Alex volvió a la casa del papá y le pasa la cuenta con tanto coraje recién a los veintitantos -a una edad en la que perfectamente puede compatibilizar estudio con trabajo y no pecharle al viejo? Puede haber jugosos motivos para explicar todo esto, pero tras haber visto tres capítulos, siento que hay más efectismo que coherencia narrativa en el desarrollo de las situaciones. Eso mismo hace que me cueste querer a los personajes. El descanso cómico de los personajes de Ana Reeves y una excesiva Katyna Huberman y el inexplicable latin lover trasnochado de Claudio Arredondo juntos no hacen un quinto de Juan del Burro o las adorables hermanitas Lineros.
Amor por Accidente tiene la misma falta de alma de casi todas las últimas teleseries de las 20 horas de TVN. Parecen hechas por el mateo del curso. Uno no puede decir que son malas, pero sabe que tampoco serán recordadas con melancolía en cinco o diez años más. Ni repetida, me atrevo a vaticinar. Sin conocerlos, siempre quedo con la impresión de que a los realizadores de TVN -con la excepción de Pablo Illanes- no les gustan las teleseries. Como que quieren terminarla luego y juntar plata para dedicarse tranquilos al teatro o los libros o algo más «respetable». O, a nivel de producción ejecutiva, quieren convertirlas en series o en un híbrido extraño que tal vez dentro de unos años se llame «el modelo de teleserie chilena» y sea valorado y rentable a nivel internacional. Ojalá. Los realizadores del canal saben armar buenas premisas -prueba de ello es lo bien que se han insertado internacionalmente, y probablemente ese sea EL negocio de aquí en adelante- pero todavía no es tan importante sostenerlas ni fidelizar ni crear mística. Hace diez años todos estábamos de acuerdo con que había que industrializar. Pero ahora se fueron al chancho. Esto no es lo mismo que vender maquinaria agrícola. Aquí hay que conmover y hay que lograr conexión emocional con el espectador.
Fortunato es un avance en la mancuerna Mega-Roos Film. Audiovisualmente lograron sacudirse la pretensión de Montecristo y ahora entregan una narración más limpia y al servicio del lucimiento de los actores, en el que quizás sea el mejor elenco de los tres estrenos de la temporada. Ya lo dijeron por ahí pero lo repito: el casting es prácticamente perfecto. Hasta Carla Jara está perfecta en su papel y uno se enternece con ella y se olvida de su dudoso pasado profesional, e incluso para los entendidos da risa el parecido físico de ciertos actores nacionales con los trasandinos que estelarizaron Los Roldán: Tagle y Miguel Angel Rodríguez, Justin Page y Tomás Fonzi, incluso Bastián Bodenhofer con su brand-new-look de cincuentón y Gabriel Goity.
El gran mérito de Fortunato es el logrado, respetuoso y -de nuevo- limpio retrato de una familia chilena popular: gritona -¿quién inventó ese mito de que el chileno era sobrio?-, aclanada, desordenada en su constitución, media calentona y que no huele a argentino ni en el más mínimo segundo. Incluso uno ya le perdonó el moralismo de sacar al travesti y poner a un sobresaliente Cruz Coke, el mejor actor chileno del segmento 30-40, injustamente relegado a roles secundarios en los últimos años.
La adaptación es creíble y su lejanía de la obsesión compulsiva de «reflejar la realidad chilena» a la TVN la hace, justamente y por lo mismo, más real. Hay momentos de guión estúpidamente geniales (Bodenhofer armando un pseudo-trabalengua con «te acuso por acoso»). Y el dudoso sabor de tragarme a Bodenhofer repitiendo los tics de su personaje de Tic Tac se me olvida al ver escenas como la del completo -que debería pasar al ranking de los grandes momentos históricos de la teleserie chilena-, injustamente menos hypeada que la del accidente, cuyo aspaviento hizo parecer a Mega un cabro chico creyéndose grande porque aprendió a limpiarse solo.
Fortunato, con todos sus defectos: un par de actuaciones hiperventiladas, ambientación pobre, y sobre todo esos horrorosos fade outs como de cartoon clásico dignos de Corazón Pirata, logra perfilarse como la teleserie cómica que echábamos de menos y que necesitábamos después de tanto Julián García.
Y me parece extremadamente curioso que una adaptación argentina logre crear un mejor puente con la tradición telesérica nacional de herencia Globo que los últimos productos de las 20 horas de ambos canales. Como que Fortunato fuera la hija de -digamos- Trampas y Caretas y Amor por Accidente el hijo pedante que se metió a estudiar -digamos, de nuevo- Ingeniería Comercial y ganó plata y ahora mira a huevo a su familia. Ahora, el verdadero desafío para Mega-Roos -y el próximo paso en su consolidación como productores- será hacer una teleserie original, con una premisa tan efectiva como las de sus dos guiones argentinos, capaz de cautivar públicos de distintos niveles de exigencia e igualarse de forma definitiva a las dos áreas dramáticas históricas. Mientras que TVN puede empezar a hacer cómodos cálculos sobre potenciales ventas de formato de Amor por Accidente -que, a menos que la historia sea muy mal sostenida, debería seguir siendo exitosa- y toda su futura producción. El desafío, como siempre, es no desinflar a la mitad. Porque para trascender y marcar etapas y crear culto por mínimo que sea, no da.