“¡Qué triste labor! ¡Qué horror! ¡Qué pena!”, fueron las palabras que, según LUN, el periodista de TVN Amaro Gómez-Pablos les dedicó a un par de colegas que se acercaron a él en el aeropuerto para preguntarle acerca de su reciente quiebre matrimonial con la actriz Amaya Forch. Esas palabras reflejan la pobre opinión que el ex corresponsal de guerra tiene del periodismo de farándula, las mismas que quizás impulsaron a que éste diera una cobertura algo excesiva a su situación.
El quiebre de Amaro con Amaya se suma a la lista de recientes crisis matrimoniales entre rostros del mundo de la televisión, como las de Francisco Sagredo y Mónica Pérez y la de los “Palomos”, además del affaire entre el periodista de CNN Chile Daniel Matamala y la actriz Blanca Lewin. En todos estos casos hay algo en común: son rostros que se caracterizan por un bajo perfil mediático, por ser más bien reticentes a hablar de su vida privada por los medios y por buscar destacarse por su gran trabajo profesional y no por ventilar sus crisis a los medios. Y a todos estos casos, la prensa y televisión farandulera le ha dedicado mucho tiempo.
Sin embargo, en el caso de Amaro hay una componente adicional: el hombre de acento castizo ha manifestado en varias ocasiones la pésima opinión que le merece el periodismo de farándula, al cual parece despreciar de la misma manera que un fanático de la música docta desprecia al reggaetón. Asistí hace algunos años a un seminario de periodismo de la era digital auspiciado por la Facultad de Comunicaciones de la Universidad del Mar (QEPD) en Valparaíso, en donde Amaro era el orador principal, y en su interesante conferencia dio a entender sin rodeos que el periodismo de farándula le parecía una ‘basura’ y deseó que los estudiantes de periodismo presentes no tuvieran que trabajar en él. En entrevistas posteriores ha comparado el medio farandulero con una tribu de caníbales. Lo tienen podrido de que le pregunten por su participación en ‘Solteras sin Compromiso’ de “Sábados Gigantes” a mediados de los años 80. Amaro, junto con Mauricio Hoffman (que hace algunos años calificó a la farándula de ‘mugre’ en una revista de papel couché) y la premio nacional María Olivia Monckeberg (quien señaló que el periodismo de farándula no era periodismo, sino que un negocio) son de los pocos periodistas que han manifestado públicamente lo que un grupo no despreciable de sus colegas piensa, pero no dice: que el periodismo de farándula es un género ‘chanta’, de baja categoría, y que está mancillando imagen de la profesión (u ‘oficio con ínfulas de profesión’, como me dijo un anónimo periodista de canal 13 por Messenger hace varios años atrás).
El periodismo de farándula logró arrebatarle el ‘cetro’ del rubro más ‘chanta’ de su profesión al periodismo deportivo, en particular el futbolero, que lo había detentado desde siempre. Si bien el periodismo deportivo no es precisamente Harvard o Silicon Valley, siempre ha tenido exponentes respetables. De allí han salido dos premios nacionales, Juan Emilio Pacull y Julio Martínez; algunas de las mayores glorias del periodismo nacional como Luis Hernández Parker, Mario Gómez López, José María Navasal y Hernán Olguín se iniciaron en el periodismo deportivo; muchos de los mejores columnistas del periodismo escrito nacional (algunos de los cuales han incursionado exitosamente en el mundo editorial) pertenecen al área deportes: Aldo Schiappacasse, Edgardo Marín, Juan Cristóbal Guarello, Luis Urrutia O’Neill (Chomsky), Felipe Bianchi y Esteban Abarzúa. Y algunos de ellos, como Schiappacasse, Guarello y Bianchi, han demostrado capacidades para desempeñarse y opinar más allá de lo deportivo.
Y mientras tanto, ¿qué pasa en el periodismo de farándula? Con una mano en el corazón: ¿Qué periodista de farándula podría aspirar hoy al Premio Nacional de Periodismo? ¿Qué periodistas faranduleros ‘químicamente puros’ podrían considerarse ‘profesionalmente respetables’? Desde mi perspectiva, se cuentan con los dedos de una mano: Julia Vial, Alejandra Valle, Víctor Gutiérrez, Larry Moe…..y nadie más. El resto del género está compuesto por periodistas faranduleros de segunda o tercera línea; ‘famosillos’ sin preparación ni fundamento alguno buscando pantalla en base al sensacionalismo y el escándalo; y periodistas de otros géneros y profesionales de otros rubros que han encontrado en la farándula un nicho en donde pueden destacarse fácilmente ganando mucha plata y trabajando a ‘media máquina’ profesionalmente hablando. De este último tipo tenemos varios ejemplos: Pamela Jiles, Julio César Rodríguez y el fallecido Ricarte Soto, provenientes del periodismo político duro, que por diversos motivos quedaron fuera de su rubro de origen y que encontraron en la farándula un nicho ideal para destacar sin esforzarse demasiado en lo profesional; Ítalo Passalacqua y René Naranjo, periodistas de espectáculos que terminaron enredados en la pegajosa telaraña farandulera; y Rodrigo Wainraight (abogado), María Luisa Cordero (psiquiatra) y especialmente Francisca García-Huidobro, una actriz del montón que terminó transformándose en la máxima diva nacional del copuchenteo.
Volviendo a lo de Amaro, cabe preguntarse si su postura contraria a la farándula incidió para que los programas del rubro cubrieran con especial ‘interés’ y ‘motivación’ (por no decir ‘con sangre en el ojo’) la noticia de su crisis matrimonial. Cuando trascendió el tema, los programas de farándula fueron a seguirlo cual aves de rapiña a su presa, mandando reporteros a hacer guardia frente a su hogar, en las inmediaciones de TVN y en el aeropuerto. ¿No habrá algo de saña y venganza de parte de estos medios en la cobertura del mal momento personal de alguien que los ha ninguneado y basureado sin contemplaciones?
Tal como lo he manifestado en situaciones similares, considero que a la gente de bajo perfil se le debe respetar su intimidad. La fauna farandulera chilensis está repleta de personajillos ansiosos de fama y dinero que son capaces de morderle la lengua a un leproso con tal de lograrlos. Con ellos los programas de farándula tienen suficiente material, así que no necesitan perturbar la paz a los que se quieren ganar las lucas con su trabajo profesional. En otras palabras, si quieren permanecer en el charco de lodo y son felices en él, no hay problema. Pero no le lancen lodo ni arrastren a la fuerza a los que no les interesa sumergirse en el lodazal.