La recientemente fallecida Raffaella Carrá fue una consumada maestra en el arte de usar la hermosura, la simpatía y el encanto como recursos de poder. En este artículo, a partir de su emblemático caso, analizaré la relación de la belleza con el poder, y citaré algunos otros ejemplos.
El 5 de julio del 2021 estuvo marcado por el triste fallecimiento de la diva italiana Raffaella Carrá. Desde todas partes del mundo surgieron expresiones de pesar. Es que Raffaella fue un ícono pop de excelencia, parte fundamental de la banda sonora de los que nacimos en los años 70 del siglo pasado. Una show-woman de calidad, notable bailarina y coreógrafa y muy buena cantante; una mujer simpática, encantadora y agradable; pero por sobre todo, una mujer “alfa”, muy adelantada a su época. Dictó cátedra de lo que significa ser una “mujer empoderada” medio siglo antes de que se enarbolara dicho concepto, y logró imponerse en ambientes marcadamente machistas, homofóbicos y conservadores en una época en que eso era impensado.
Se dio el lujo de rechazar los coqueteos de galanes como Frank Sinatra; dejó de lado una promisoria carrera en Hollywood por considerar que el ambiente era “poco profesional”; se hizo respetar como profesional al exigir igualdad salarial con sus colegas varones; con su outfit atrevido, movimientos insinuantes y letras cargadas de picardía y doble sentido, despercudió el gris ambiente valórico de esos años, donde ni el Vaticano la pudo detener; fue una pionera del apoyo a la causa de la diversidad sexual al hablar sin tapujos del tema en canciones como “Lucas” y al pasear por el mundo sin problemas junto a sus “chicos”, ballet compuesto por hombres claramente gays; a pesar de su público apoyo al Partido Comunista y de su permanente apoyo a los trabajadores y colegas mujeres, se paseó como reina por escenarios sudamericanos en plena época de dictaduras militares sin mayores contratiempos más allá de tener que bajarle el octanaje sexual a las letras de algunas de sus canciones. La icónica escena cuando tuvo embelesado al ultra conservador sacerdote Raúl Hasbún en su visita de 1980 a “Noche de Gigantes” y sus shows en el Festival de Viña de 1982, evento del cual es la primera reina, son parte de la memorabilia pop chilena.
Otra notable diva italiana, la actriz Mónica Bellucci, afirmó en una entrevista a la revista Elle el año 2010 que la belleza es «un poder que hay que aprender a usar. Es como tener un Ferrari: si no se sabe cómo se maneja, el coche puede volverse tan rápido que podría chocar contra la pared”. Desde Cleopatra en adelante, el popular y poco deconstruido refrán “jalan más un par de tetas que una yunta de bueyes” resulta indesmentible. Una mujer bendecida con una buena dosis de belleza, encanto y simpatía, y que sabe cómo sacarle partido de manera inteligente puede provocar reacciones en su entorno, en especial en los hombres, y usar eso para lograr sus objetivos. Obviamente, con “sacarle partido a la belleza y el encanto” y “usar a la belleza como una forma de poder” no me refiero a arpías, manipuladoras u a otras que escalan posiciones a punta de acostarse con quien sea. No niego que estos casos existan, pero no son la totalidad. Como todo poder, la belleza y el encanto se pueden usar de buena o mala forma, con métodos y objetivos aceptables o cuestionables.
La gran Carrá fue una maestra consumada en este arte, quizás su máximo referente en las últimas décadas. Estaba lejos de ser un mero “Talento de Televisión” de los que hablaba Willy Colón. Su belleza y encanto era solamente uno de sus recursos, y lo sumó a su profesionalismo, su excelencia artística, una fuerte personalidad y una notable inteligencia para manejar su carrera. No se le conocieron escándalos relevantes, mantuvo su imagen impecable literalmente hasta su muerte y dejó este mundo como la diva y reina que siempre fue.
La lista de mujeres destacadas en este ámbito es interminable. Un caso notable es Marilyn Monroe, una legendaria diva del cine que maravilló y rompió corazones entre los años 50 y 60, que tuvo a hombres importantes y poderosos comiendo de su mano, pero a la cual el volante del Ferrari se le fue de las manos y tuvo un penoso final a los 38 años. Otro caso es el de Sharon Stone, la actriz cuya aparición en la recordada película “Bajos Instintos” la transformó en un mito erótico de Hollywood, status del que ha sabido sacar buen provecho en los años posteriores. También tenemos a Eva Duarte, una discreta actriz argentina que, luego de casarse con Juan Domingo Perón, pasó a ser conocida como Evita Perón y se transformó en uno de los personajes más míticos de su país. Podemos hablar también de algunas divas actuales como Jennifer López, Shakira, Dua Lipa, Taylor Swift y Ariana Grande.
En Chile podría decirse que la Miss Universo Cecilia Bolocco y Raquel Argandoña entran en esta categoría, secundadas por Pamela Díaz y Tonka Tomicic. Alguien que mientras estuvo en Chile dio muestras de saber cómo administrar con inteligencia sus evidentes atributos fue la modelo y bailarina ucraniana Lola Melnyck. Un caso extremo es el de la chica Playboy e influencer Daniella Chávez, que ha construido una verdadera PYME en redes sociales basándose en su figura y sus provocativas actitudes. Entre las nuevas generaciones, creo que el “Dream Team” musical femenino conformado por Cami, Denise Rosenthal, Francisca Valenzuela y Mon Laferte ha demostrado un notable manejo de ese aspecto. El caso de Mon Laferte y sus logrados outfits de cantante de bohemia porteña y diva vintage resulta verdaderamente notable.
¿Existe la contraparte masculina? Por supuesto. Sean Connery, Brad Pitt, Julio Iglesias, David Beckham, Cristiano Ronaldo y George Clooney a escala global; y Felipe Camiroaga a escala nacional. Gran parte de la leyenda que se ha construido en torno al “Halcón de Chicureo” después de su trágica muerte se explica porque siempre supo sacarle partido a su facha apelando a su carisma y simpatía.
Claramente la belleza por sí sola no basta. Es un recurso que, a pesar de las dietas y cirugías plásticas, tiene fecha de vencimiento, y que si no es acompañado de otros, termina perdiéndose. Mónica Bellucci lo deja claro: “el ‘sex appeal’ es algo más que sólo belleza. A ella habría que sumarle algo de naturalidad, relajación, así como también un alma profunda (…) en la industria del cine y de la moda hay mucha gente guapa», pero «si no hay nada aparte de su atractivo, la belleza puede llegar a ser aburrida». También lo señaló Sharon Stone en una entrevista en la revista Harper’s Bazaar en el 2015: “En cierto punto empiezas a preguntarte ¿Qué es realmente ser sexy? No es solo el tamaño de tus senos. Es estar presente, divertirse y agradarte lo suficiente como para agradar a la persona que está contigo. Si creyera que para ser sexy tengo que ser quien era cuando hice ‘Bajos Instintos’, entonces todos estaríamos teniendo un día difícil hoy».
Lo anterior nos lleva a que una persona no necesariamente agraciada pero que se cree el cuento y hace gala de empatía y una atractiva personalidad puede lograr el mismo o incluso mayor efecto que una belleza natural sin tanto “power”. Ejemplos claros de esto serían Madonna, el fallecido mandatario argentino Carlos Saúl Menem y Julio César Rodríguez. Por cierto, hay otros casos como el del ex comentarista deportivo Mauricio Israel donde se aprecian las potentes propiedades afrodisíacas del poder, la fama y la riqueza.
En conclusión se podría decir que si Dios, el Karma o el destino te bendijeron con belleza física, te pasarías de leso o lesa si no la cuidaras, la potenciaras y le sacaras partido. Sin embargo, no hay que poner todas las fichas en ella. Personas guapas hay por montones, pero solamente unas pocas logran trascender, y las que lo logran, como Raffaella, son las que desarrollan otras virtudes y capacidades y las que se preocupan de crecer como personas.