La actriz y conductora televisiva Catalina Pulido vio derrumbarse su carrera en menos de una semana. El absurdo incidente con Carabineros en el camino a Farellones, donde fue retenida por no usar cinturón de seguridad, su delirante explicación del porqué y en particular su altanera reacción, reflejadas en su resistencia al arresto, el mal trato a los policías y el llamado al “General” para amedrentar a los funcionarios policiales le costaron el escarnio público, el transformarse en tema de memes y, finalmente, su salida de La Red.
Ante esto, resulta fácil recordar situaciones similares en las que personajes con poder político o mediático fueron sorprendidos en escándalos o situaciones polémicas. En algunos casos, como el de Catalina Pulido, el mal manejo de la situación, o el insuficiente arrepentimiento, les terminó costando caro: la Doctora María Luisa Cordero ha perdido espacios televisivos en Canal 13 -por hablar mal de Alexis Sánchez- y en Chilevisión -por su polémico análisis del caso de violencia contra su pareja del ex músico de los Tetas Tea Time-; el infausto “video hot” de Ronny Dance por el cual, además de ser troleado sin misericordia por su bajo desempeño como amante, significó el final de su carrera como rostro televisivo y forzó su emigración a Estados Unidos. En todos estos casos, los involucrados no se arrepintieron de su actitud o no lo hicieron con la suficiente claridad.
Por otra parte, han existido otros casos en los cuales los protagonistas lograron realizar un buen control de daños comunicacional: Juan Andrés Salfate involucrado en tráfico de drogas; la detención por manejar en estado de ebriedad de Martín Cárcamo; el recordado choque de Arturo Vidal a la salida del Casino Monticello en plena Copa América del 2015; el mal manejo inicial de Don Francisco de las revelaciones de Natalia Valdebenito sobre el caso de abuso en el Clan infantil a finales de los años 80; el pícaro “arreglo de cables” de Karol Lucero; y, si vamos al pasado, el escándalo de la revelación pública de la infidelidad de Álvaro Salas con Tatiana Merino. Los involucrados agacharon el moño, reconocieron sus errores (aunque fuera a regañadientes) y pidieron disculpas, con lo que salvaron sus contratos y redujeron el daño a su imagen. Recuerdo el caso del affaire Salas-Merino, donde el humorista tuvo que “prestar su testimonio” en un bochornoso capítulo de “Contacto” sobre la infidelidad.
Estamos en un momento en que los rostros ya no tienen la preponderancia y el peso de antes, donde hasta emblemáticos como Don Francisco, Francisco Reyes y Cristián Campos dejaron de ser parte de sus canales, y donde animadores top como Rafael Araneda y Carolina de Moras, anfitriones de Viña hasta hace poco, ahora se encuentran sin pantalla. Más encima, la “dictadura de la corrección política” lleva a que cualquier personalidad que diga o haga cosas “discutibles” o inaceptables” corra el riesgo de ser “funados” o “cancelados”, con lo que sus carreras pueden irse fácilmente al tacho. Artistas en boga como Justin Bieber y J Balvin -quienes apoyaron a Chris Brown, acusado de maltratar a su ex pareja Rihanna- y Rosalía -se mostró en Instagram vistiendo un abrigo de piel- han sufrido los rigores de este huracán de ofendidos.
En este escenario, los que aún tienen pantalla y contratos tienen que andar con pies de plomo. No están los tiempos para mandarse embarradas públicas, ni tampoco para actuar con soberbia después de que te pillaron. El caso de Catalina Pulido es una demostración de que la altanería y la falta de empatía se pagan carísimas. Si algo se puede aprender de esto, es: procura pasar piola, no te metas en problemas y, si llegas a embarrarla, realiza un buen control de daños comunicacional, agacha el moño y pide disculpas de inmediato.