El incidente de Catalina Pulido en el camino a Farellones se transformó en una bola de nieve que fue creciendo y terminó como una avalancha que arrastró a otro rostro de “Intrusos” de La Red. La periodista Alejandra Valle, presa de la indignación por el incidente, mandó un furioso mensaje vía Twitter contra Carabineros. Las redes sociales no tardaron en manifestarse pidiendo la cabeza de la conductora, a quien ni las “vacaciones” ni sus disculpas vía Instagram le alcanzaron para salir del paso.
Paralelamente, el autodenominado “presentador gastronómico” Christopher Carpentier sacó ronchas con sus frases en una entrevista del periodista Arturo Galarce en la Revista del Sábado de El Mercurio. En ella, el rostro de “Masterchef” pareció asumir sin complejos su condición de cuico y zorrón de esos «con premeditación y alevosía”, que se apunan al bajar de Plaza Italia y muestran menos empatía que gendarme de Guantánamo ante “los rotos”. Miró a huevo un sueldo de tres millones de pesos (muchos saltaríamos en una pata con esa $$$), y se refirió de manera despectiva a arrendar, estudiar en colegios semi-privados, comer tallarines y otras cosas que hacemos la inmensa mayoría de los chilenos que no tuvieron la fortuna de él. Como era de esperar, las benditas redes sociales le dieron como “bombo en fiesta”, ante lo cual Carpentier acusó al medio de “sacarlo de contexto” y salió su madre (una cuica aún más recalcitrante) a defenderlo públicamente.
¿Qué tienen en común estos episodios -y muchos otros-? El poder que han adquirido las redes sociales, en particular la llamada “policía tuitera”, para manifestar su molestia, funar o incluso pedir la cabeza de aquel que se atreva a hacer declaraciones políticamente incorrectas o incurra en actitudes cuestionables. En el caso de la industria televisiva, ya no hay margen para errores graves ni papelones. Como dijo Pamela Díaz en su reciente entrevista con The Clinic, “cuando te mandai una embarrada, el costo es mucho más heavy” Se podría hacer una verdadera galería con las cabezas de los rostros, ejecutivos, directores, productores, etc que han rodado por este concepto. Hay otros, como Martín Cárcamo, Karol Lucero y Juan Andrés Salfate, que se mandaron numeritos sumamente jugosos en el pasado reciente y a los que sus canales los bancaron con todo. Cabe preguntarse si estos rostros tendrían esa misma suerte si se mandaran esas embarradas ahora.
La explicación del Director Ejecutivo de La Red, José Manuel Larraín, no puede ser más clara: “Los panelistas tienen dentro de sus obligaciones, y dentro de su contrato, que tienen que guardar las formas y que tienen que tener cierto respeto por las instituciones y por las personas en general”. Consultada por La Cuarta, Jennifer Warner fue lapidaria: «Esto nos lleva a reflexionar de la importancia que tenemos las figuras públicas en relación a las declaraciones que emitimos. Fueron temas fuertes los que se tocaron, y nosotros sabemos que cuando una firma un contrato con un canal de televisión uno firma que tienes que resguardar tus opiniones porque los estás representando, y si uno se equivoca estos son los costos que hay que pagar. Es un llamado de atención a saber que uno está en el escrutinio público, sobre todo cuando estás en una primera posición”.
Cuando eres un personaje público y mediático, tu principal herramienta de trabajo es tu imagen y prestigio. A la larga los medios y las marcas te pagan por eso. Si te sales de madre, aunque sea fuera de tus horas de trabajo o en las redes sociales, estás afectando por asociación a los medios y marcas que representas, quienes obviamente tendrán una excusa perfecta para prescindir de ti. Por algo los deportistas, actores, cantantes, youtubers y cualquier personaje mediático que se ve involucrado en un escándalo suelen perder contratos publicitarios.
Y esto también se da en ámbito del poder. Recordado es el caso del boquisuelto ministro de Educación Gerardo Varela y sus frases para la galería como la de los “campeones”, las “pequeñas humillaciones” y los “bingos”; el de Mauricio Rojas, que duró la nada misma como Ministro de Cultura por su postura crítica al “Museo de la Memoria” que le hizo acreedor de una funa masiva encabezada por el poeta Raúl Zurita (recién no más se cayó el nombramiento de Carlos Williamson como subsecretario de Educación Superior por una declaración similar); los escándalos veraniegos del presidente de Gasco Matías Pérez Cruz y el abogado Cristián Rosselot haciendo gala de prepotencia y clasismo; el presidente de la Asociación de Isapres Rafael Caviedes, quien tuvo que renunciar al cargo después de indignar a todo Chile al afirmar en una entrevista radial que el sistema de salud privado «no puede darse el lujo de recibir gente enferma»; y el reciente caso del gobernador de Puerto Rico Ricardo Rosselló y su catarata de mensajitos de Telegram repletos de burlas e insultos a granel que enfurecieron al pueblo boricua al punto de volcarse a las calles encabezados por estrellas de la música como Residente, Ile, Bad Bunny y Ricky Martin hasta lograr su renuncia.
¿Será bueno que la “policía tuitera” tengan tanto poder? En ciertos casos han sido útiles, en especial en un país donde es común que la gente con algún grado de poder o privilegio tiende a abusar o maltratar a los que están debajo suyo en la jerarquía. Gracias a la “policía tuitera”, los prepotentes ya no tienen la impunidad de antes, y cualquier «gustito» de esos que disfrutaban darse en tiempos pretéritos ahora le puede salir carísimo. En ese sentido, se ha evidenciado como una efectiva modalidad de control social. Sin embargo, esto se presta para manipulaciones y para crear polémicas artificiales con el fin de destruir a alguien que no te cae bien. Un ejemplo claro de esto fue el acoso que sufrió el escritor Jorge Baradit, a quien a partir de tres tuiteos pendejos de hace más de 10 años (y otros tantos que resultaron ser fake) le fabricaron una imagen artificial de machista y degenerado que le hizo pasar un muy mal rato.
Con todo lo que ha pasado, ya queda claro que los personajes con figuración pública tienen margen de error prácticamente cero. No todos son como la Doctora Cordero o Raquel Argandoña, quienes a pesar de sus historiales de despidos siguen igual de deslenguadas y pareciera que les diera lo mismo. Cualquier tontera que hagan o digan los puede hacerse acreedores a una funa virtual, o incluso puede poner en riesgo sus pegas y sus carreras. No están los tiempos para darse gustitos, ni siquiera en la privacidad.