Durante esta semana tuvimos al menos dos episodios en los cuales rostros televisivos afectados por problemas psicológicos fueron entrevistados en vivo. Primero fue Andrés Caniulef en “Mentiras Verdaderas”, y posteriormente Pilar Cox en “Primer Plano”. Ambas entrevistas difíciles de seguir por el evidente mal estado de los entrevistados.
La entrevista a Caniulef se tornó a ratos desesperante. El periodista se vio hiperventilado, pasado de revoluciones, y en ocasiones pareció estar a punto de reventar en llanto ante un Eduardo Fuentes que supo mantener la calma y evitar que la entrevista se desbandara. Durante su desarrollo las redes sociales se llenaron de cuestionamientos al hecho de que se le diera pantalla en vivo a una persona que claramente no estaba en sus cabales. Por su parte, lo de Pilar Cox fue más grave, pues venía de un historiado incidente en un hostal de donde había sido expulsada con escándalo, y con sus hijos manifestando por la prensa escrita su comprensible desazón por la situación de su madre, sumida en una espiral de decadencia marcada por una enfermedad psiquiátrica y diversas adicciones. La entrevista con Francisca García Huidobro y Julio César Rodriguez duró muy poco, y fue cortada por la misma Pilar.
Esto no es nuevo en la TV chilena. El primer precedente es la recordada entrevista de Bernardo de la Maza al recientemente fallecido “Super Taldo” en plenos años 70. Hay una extraña predilección por entrevistar en vivo a rostros mediáticos afectados por problemas psicológicos o de salud: hicieron eso con Paulina Nin de Cardona en su peor época, cuando perdió el rumbo después de la muerte de la perra “Cosita”, la ruptura con Giancarlo Petaccia y el fracaso en su intento de ser alcaldesa de Pichilemu, donde hasta tuvo un intento de suicidio; recuerdo también otra a una Marlen Olivari notoriamente sedada en su aciaga época post-quiebre con Roberto Dueñas; las apariciones de un Eduardo Bonvallet notoriamente dañado en las semanas previas a su suicidio; la recordada entrevista en “Rojo VIP” a Kenita Larraín enyesada y en silla de ruedas después de su quiebre con Marcelo Ríos; y la exclusiva con Ignacio Lastra en “Vértigo” donde habló de la recuperación de su accidente automovilístico.
En estos casos el hambre se junta con las ganas de comer. Por un lado, los entrevistados aceptan ir principalmente por plata (que es muy posible que necesiten imperiosamente) y por la necesidad de mantener vigencia mediática; por su parte, los encargados de los programas encuentran una oportunidad de oro para atraer rating a base del morbo, que en estos tiempos de crisis y pelea dura por sintonía viene más que bien.
Sin embargo, este tipo de entrevistas generan cuestionamientos éticos muy potentes. ¿Es prudente exponer a personas con su salud mental quebrantada a una presión mediática para la cual probablemente no estén preparadas? ¿El morbo que genera esta situación es un recurso legítimo para pelear por el rating? ¿Los conductores están en condiciones de gestionar de forma exitosa cualquier situación difícil que se pueda producir con ellos? ¿Tienen los equipos realizadores de los programas asesoría profesional idónea que los orienten en situaciones como estas? Todo indica que la TV abierta chilena está totalmente al debe en estos temas. Episodios como el mal manejo periodístico del tema de Nabila Rifo en “Bienvenidos” o el tongo barato que Bonvallet armó con Giorgio Jackson en “Vértigo” ante la desesperación de Cecilia Bolocco dejan hartas dudas. Si llegara a pasar un hecho bochornoso y extremo, como que el entrevistado cayera en actitudes histéricas, se largara a llorar, empezara a actuar agresivamente o incluso intentara suicidarse, ¿los conductores y responsables de los programas están suficientemente preparados para poder manejar bien estas situaciones? La evidencia indica que la respuesta es “no”, y eso es peligroso porque el riesgo de un desenlace con ribetes bochornosos y hasta trágicos transmitido en vivo por televisión es importante.
Con la salud mental no se juega. Situaciones como el suicidio de Eduardo Bonvallet y la reciente confesión del diputado Gabriel Boric acerca de su Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) nos están obligando como sociedad a tomarle el peso que corresponde a las enfermedades mentales, que históricamente han sido consideradas como “debilidad” y “flojera”. En un país donde la depresión campea, hay una alarmante tasa de suicidios y una buena parte de la población necesita empastillarse para poder seguir adelante, los medios y la televisión abierta tienen que actuar de manera particularmente cuidadosa. Invitar a una persona mentalmente quebrantada a una entrevista en vivo es una tremenda responsabilidad. Hacerlo por morbo y para buscar rating fácil me parece éticamente inaceptable y debiera ser una conducta penada por la ley. Si se va a hacer, que sea en condiciones lo más controladas posibles, y con la asesoría profesional necesaria.